lunes, 6 de junio de 2011

Capítulo 1- ARQUEOLOGÍA - ROMA

ARQUEOLOGÍA ITÁLICA Y ROMANA
HISTORIOGRAFÍA EN ROMA
1. LOS ORÍGENES
Durante los primeros siglos en Roma no hubo más escritos que aquellos que afectaban directamente a la vida pública o privada de sus ciudadanos: documentos religiosos, políticos, jurídicos, familiares...
Entre los archivos de los Colegios Sacerdotales destacan los "Annales Pontificum", llamados así porque en ellos los Pontifices incluían una lista de los principales acontecimientos del año (annus).
De igual forma el Senado y los Colegios de Magistrados registraban en sus archivos todo lo referente a su propia actividad o al Estado en general.
El texto legal más importante debió de ser el de la "Ley de las Doce Tablas", base de todo el derecho posterior.
Quizás menos dignos de crédito son los documentos privados, dedicados la mayoría de ellos a ensalzar las virtudes de los antepasados familiares.

2. LOS ANALISTAS
A partir del triunfo en las Guerras Púnicas, Roma recibe las influencias del exterior. La sociedad romana y toda su cultura adquieren un nuevo enfoque en el que Grecia desempeña un doble papel importante:
Por una parte, el conocimiento de la historiografía griega despierta en los escritores romanos el deseo de escribir la historia de Roma;
Por otra, la lengua griega es en ese momento un vehículo de expresión más adecuado que el propio latín: no en vano era la lengua de mayor difusión entre los pueblos del Mediterráneo.

Surgen los Analistas, llamados así porque describen los acontecimientos por años (annus). Las fuentes de que disponían eran los documentos que ya hemos citado y las referencias que se habían hecho de Roma en otras literaturas, sobre todo la griega. Los Analistas escribieron la historia de la ciudad, basándose más en tradiciones legendarias o en imitaciones de la historia de Grecia que en los propios hechos del pasado de Roma, en buena parte desconocidos para ellos.

Los primeros analistas escribieron en lengua griega y los posteriores en latín.

Q. Fabio PICTOR es el primero del que tenemos noticias; su historia de Roma comienza con la fundación y llega hasta el tiempo del escritor (segunda mitad del siglo III).

De la misma época es L. Cincio Alimento, que también comenzó su relato con los antecedentes del origen de la ciudad.

Postumio Albino y C. Acilio, del s. II a. C., escribieron también en griego, a pesar de pertenecer a una época posterior, cuando ya Catón había escrito sus "Orígenes" en latín.

M. Porcio CATÓN, nacido en el 234 a. C., se caracteriza por ser un hombre tenaz e insobornable.
Fue censor en el 184 y ejerció tan duramente el poder de su cargo, que es conocido con el sobrenombre de "Censorius". Sentía una especial aversión hacia toda la influencia helénica por considerarla culpable del deterioro de las antiguas costumbres romanas. Por eso no sólo escribió su historia en latín, sino que además dejó de centrar su relato en la relación de Roma con el mundo helénico, como habían hecho sus antecesores, y se basó en la conexión de Roma con el resto de
Italia.

A lo largo del s. II a.C. los Analistas continuaron escribiendo en latín: L. Calpurnio Pisón, L. Caecilio Antipater, Claudio Quadrigario, Valerio Antias, L. Cornelio Sisenna.

Hay ya en ellos un distinto enfoque de la historia, que no se limita a la enumeración de los hechos desde los orígenes, sino que amplían su campo de interés a otros temas como la geografía, la etnografía, la religión... Introducen frecuentemente, además, digresiones y discursos en la narración.

3. LA HISTORIOGRAFÍA EN ÉPOCA CLÁSICA
Hasta ahora la historiografía se había preocupado esencialmente del pasado de Roma. Los distintos autores, con mayor o menor extensión, habían tratado de reconstruir los orígenes e historia de la ciudad, valiéndose para ello de los escasos documentos antiguos y, más generalmente, de los mitos y leyendas que engrandecían los antecedentes de Roma y de sus gentes. 
En los últimos años de la República se produjeron grandes cambios sociales y políticos y esto influyó también en los historiadores. 
Los partidos políticos estaban en dura lucha por el poder y, por eso, la propaganda política y electoral era sumamente importante. Por otra parte, el régimen republicano no podía organizar y controlar un imperio tan grande y era inevitable la progresiva evolución hacia un régimen imperial. 
En estas circunstancias destacaron las figuras de C. Julio César, líder del partido demócrata y uno de los personajes más importantes de la historia de Roma.

Salustio Crispo. Menos importancia tiene el biógrafo Nepote.
Tras el asesinato de César en el 44 a. C. hubo en Roma un período de luchas civiles y de dura tensión política. Cuando Octavio venció finalmente a Marco Antonio y a Cleopatra en Actium en el 31 a. C., los romanos recibieron con gran alivio la paz que esto podía acarrear, aunque ello supusiera la pérdida de las libertades de la República. 
Augusto, nombre honorífico que el senado confirió a Octavio y con el que lo conoce la posteridad, basó, en efecto, toda su política en la restauración y la unificación del Imperio. Quiso recuperar los viejos ideales republicanos, anteriores al caos de las guerras civiles, y hacerlos compatibles con los nuevos tiempos y con el sistema monárquico de su gobierno. Con la ayuda de uno de sus consejeros, Mecenas, promovió especialmente la literatura como el mejor camino para devolver a los ciudadanos los antiguos valores morales y espirituales y aquel orgullo de ser romanos. 
De esta época es el historiador Tito Livio que, con su obra Ab urbe condita, colaboró también con esta idea de Augusto. 
Por tanto, los grandes historiadores de la época clásica son César, Salustio y Tito Livio.
Haremos también una breve alusión al biógrafo Nepote.

CÉSAR
Cayo Julio César (C. Iulius Caesar) se constituyó en el líder del partido demócrata o popular e hizo un pacto privado con los otros dos personajes políticos del momento, Pompeyo y Craso, conocido como el Primer Triunvirato. Fue una alianza que sobre todo unía esfuerzos de los tres contra el senado, principal obstáculo para los planes de cada uno. 
Tras su consulado en el 59 a C., César logró un mando militar superior con su nombramiento como procónsul de las Galias por 5 años. Durante este tiempo llevó a cabo unas intensas campañas de pacificación y conquista de estos pueblos galos, que le proporcionaron prestigio político, botín y un ejército incondicional.
 Pero en el senado hubo duras críticas contra él por el elevado gasto de la campaña y por la dudosa legalidad de muchas expediciones contra la Galia libre. 
Para contestar a estas críticas y para justificar la guerra, escribió sus "Comentarios sobre la Guerra de las Galias" (“De bello Gallico”). 
Mientras tanto, Craso había muerto y Pompeyo había afirmado su poder en Roma apoyándose en el senado. Las duras discusiones en el senado entre los partidarios y los enemigos de César provocaron una tensa situación; César pretende regresar a Roma sin licenciar el ejército, pero Pompeyo, el Senado y los enemigos de César se oponen a ello. 
César, al enterarse, cruzó el Rubicón (frontera de su provincia con Italia) sin licenciar el ejército, a pesar de la ilegalidad del hecho y de la prohibición del senado. Con esta acción dio comienzo la guerra civil. 
Pompeyo se retiró a Oriente; César, después de destruir las tropas que tenía aquél en Hispania, y a pesar de algunas derrotas como las de Dyrrachium, venció a su adversario en la llanura de Farsalia. Pompeyo huyó a Egipto, donde fue asesinado por orden del rey Ptolomeo XII, hermano de Cleopatra.

Estos acontecimientos constituyen el tema de los "Comentarios sobre la Guerra Civil" (“De bello civili”)

César, después de otras campañas militares que aumentaron su poder, fue nombrado de nuevo dictador y recibió del senado las atribuciones de un monarca, lo que ponía fin al sistema republicano. Esto fue la causa de una conjura de varios senadores encabezada por Bruto y Casio, que asesinaron a César el 15 de marzo del año 44 a.C. (Idus de marzo) Obra literaria: 
Con César la historiografía adquiere un nuevo planteamiento. En el enfoque que da a la obra histórica influyeron, sobre todo, tres factores: la propia personalidad del autor, las nuevas corrientes literarias y el profundo cambio en la vida social y política de Roma. 
Escribió sus dos obras, "Comentarios sobre la Guerra de las Galias" y "Comentarios sobre la Guerra Civil", con un doble fin: por una parte, justificar ante el Senado y el pueblo sus campañas militares y, por otra, contribuir a su propia propaganda política. 
"Comentarios sobre la Guerra de las Galias" (“De bello Gallico”). Esta obra consta de 7 libros en los que trata de demostrar la necesidad de sus campañas en las Galias y expone la gloria de sus propias victorias.
Inserta además muchos datos interesantes sobre la geografía y las costumbres de estos pueblos. 
"Comentarios sobre la Guerra Civil" (“De bello civili”) son 3 libros que describen la guerra civil entre César y Pompeyo (años 49 y 48), narración que termina con la muerte de su adversario. 
La obra pretende ser, por parte de César, una justificación personal, procurando hacer ver que fueron Pompeyo y el senado los responsables del conflicto. Se trata, en resumen, de dar su propia versión de los hechos. 
Su estilo es claro, con frases sencillas y vocabulario bastante limitado, pues debía ser entendido por la gran mayoría de ciudadanos romanos, ante los que realizaba la propaganda de sus actuaciones. 
Se refiere a sí mismo en tercera persona, lo que produce una impresión de objetividad que no lograría si lo hiciese en primera. 
Como historiador, debemos poner en duda su veracidad, ya que presenta los hechos de la forma más favorable para él. Sin embargo, su técnica narrativa está considerada como un modelo digno de ser imitado por su método expositivo y su claridad.

SALUSTIO
Cayo Salustio Crispo (C. Salustius Crispus), 86-35 a. C., partidario y amigo de César, participó sin mucho éxito en la vida política de aquellos tumultuosos años, y vivió, en líneas generales, sin privarse de los vicios que caracterizaban a la clase alta de Roma.
En los últimos años de su vida se retiró de la política y se dedicó a escribir, criticando precisamente aquellos vicios, que habían sido también los suyos.
Obra literaria: Sus obras son:
·       dos monografías,
·       "La conjuración de Catilina" y
·       "La guerra de Yugurta".
·       una obra más general, Historias”.

Elige como temas de sus obras los hechos de un pasado cercano, para reflejar el deterioro al que ha llegado la sociedad romana, especialmente la clase alta.
La Conjuración de Catilina fue un hecho de su propia época y que, por tanto, él había vivido.
Narra la conjura para hacerse con el poder del Estado tramada por Catilina, un hombre muy ambicioso, en el 63 a.C., año del consulado de Cicerón. Según el propio Salustio nos dice en la introducción, desea tratar este tema porque considera que es un hecho memorable, tanto por su novedad como por el peligro a que llevó a la república.

La Guerra de Yugurta, narra el enfrentamiento que tuvieron los romanos contra este rey de Numidia. Había ocurrido en un pasado reciente y en una región que él conocía bien por haber sido procónsul en Numidia.
De su último y más importante trabajo, "Historiae", sólo conservamos algunos fragmentos. 
Su estilo y su lenguaje se caracterizan por la concisión y la brevedad y por el uso intencionado de arcaísmos. En sintaxis destaca la yuxtaposición, el paralelismo y la variatio.

Concepto de la Historia:
Salustio intentó dar a la Historia un matiz filosófico, tratando de explicar las causas y las consecuencias de los hechos narrados. Pone un especial interés en la caracterización de los personajes que han intervenido en la historia, como dato importante para entender los acontecimientos. 
Concibe la historia como una lección moral para la posteridad. Los valores morales y sociales que trata de transmitir son justamente los contrarios a los que entonces dominaban en la clase alta de Roma. Alaba los valores morales frente a los materiales y critica la corrupción y la inmoralidad que abundan en Roma en los últimos años para llegar a la conclusión de que se ha llegado a ellos por abandonar las buenas costumbres de los primeros romanos. 
Esta idea y esta interpretación histórica se refleja especialmente en los prefacios de sus dos monografías y en los discursos que incluye frecuentemente en sus obras.
Se le acusó en su tiempo -y él mismo lo reconoció- de que sus ideas moralizantes no estaban muy de acuerdo con su vida de juventud, pero ya la Antigüedad lo valoró como un historiador en sentido pleno y un excelente escritor.

NEPOTE
Cornelio Nepote, autor mediocre, es especialmente conocido por sus biografías. Recoge las vidas de personajes griegos y romanos en su principal obra “Sobre los hombres ilustres” ("De viris illustribus"). 
Aunque carentes de calidad literaria, a la gente le gustaban estas historias por lo que tenían de anecdótico sobre las personalidades famosas.

TITO LIVIO
Nació en Capua en el año 59 a. C. y murió en la misma ciudad en el 17 d. C.
Fue un hombre que dedicó su vida a su propia formación y a la redacción de los 142 libros de historia, que iba publicando de cinco en cinco. 
Aunque Tito Livio era un hombre de ideas republicanas, veía en Augusto la única posibilidad de terminar con las duras luchas civiles y de detener la progresiva decadencia del Imperio. Por eso, asumió el ideal político de Octavio Augusto, colaborando en su programa de pacificación y de restauración moral de Roma. Se trataba de despertar en el pueblo mediante la literatura la confianza pública, el amor a la patria, el sentimiento religioso, el respeto a la tradición... 
El título de su obra es "Ab urbe condita" y comprende, como su título da a entender, la historia desde los orígenes de Roma. La narración llega hasta la muerte de Druso en el 9 a. C. 
En el prólogo explica los fines que persigue al escribirla: hacer ver cómo ha llegado Roma a la presente degeneración moral. Alaba las antiguas virtudes nacionales, que la hicieron tan poderosa, y opina que Roma sólo se salvaría volviendo a ellas.
A través de su relato conocemos no sólo los hechos cronológicamente ordenados, sino también el espíritu de sus protagonistas, de los que da una interpretación psicológica como dato importante para comprender el desarrollo histórico.

4. LA HISTORIOGRAFÍA EN LA ÉPOCA POSCLÁSICA
En la época posterior a Augusto las obras históricas, al igual que el resto de la literatura, reflejan el peligro que podía suponer para un ciudadano manifestarse contra la familia imperial o a favor del sistema político republicano. De la época de Tiberio son Cayo Veleyo Patérculo y Valerio Máximo, que se caracterizan por la adulación al emperador.

El escritor más importante de la historiografía postclásica es Tácito.

TÁCITO
P. Cornelio Tácito no comenzó su actividad literaria hasta después de la muerte de Domiciano, cuyo régimen despótico había paralizado toda actividad creativa. Recuperada la libertad en el reinado de Nerva y Trajano, Tácito comienza a escribir y a publicar sus obras con el deseo de hacer justicia al pasado y reflexionar sobre el presente, salvando del olvido los grandes valores morales y condenando los vicios.
Obra literaria: 
Consulta todas las fuentes anteriores con los ojos críticos de quien quiere hacer una obra seria y objetiva, y con esta misma idea utiliza todos los medios a su alcance (actas, informes, testigos...) y su propia experiencia para escribir su historia. 
Con su estilo solemne y conciso, enjuicia al Imperio como el régimen político de su realidad histórica. Aunque para Tácito el resultado es claramente desfavorable al régimen imperial, ve que el poder absoluto y personal es el único sistema posible para la Roma actual, y lo único que cabe esperar es que se sucedan buenos emperadores.

Las dos obras importantes de Tácito, y que le hacen merecedor del título de “el más grande historiador” de Roma, son:
·       los Annales, que comprenden el período histórico que va desde la muerte de Augusto hasta la de Nerón.
·       las Historiae, desde ese año de la muerte de Nerón (69 d.C.) hasta la muerte de Domiciano en el 96.

Otras obras:
En el 98 d.C. publicó Sobre la vida y costumbres de Julio Agrícola, una biografía sobre su suegro Agrícola, ilustre militar que fue procónsul en Bretaña y murió posiblemente víctima de la envidia del emperador Domiciano. En esta pequeña obra, al tiempo que hace un inmejorable estudio de la tierra y de los hombres de Bretaña, condena claramente el régimen tiránico de Domiciano. 
La Germania es un gran estudio étnico sobre este pueblo guerrero y de costumbres sencillas, cuyas virtudes, semejantes a las de los primitivos romanos, pueden hacer de los germanos un peligroso enemigo de Roma.

Otros escritores:
Suetonio: Secretario particular de Adriano. Con el emperador Adriano comienza en Roma una etapa de florecimiento cultural con un nuevo empuje de la influencia griega, aunque en la historiografía no encontremos grandes creaciones. 
La obra más importante de Suetonio es Vida de los 12 Césares. Su valor como historiador es bastante discutible y sus biografías no son en realidad más que una colección de chismes y anécdotas sobre el personaje, sin hacer el más leve intento de crítica o de relato histórico. 
Amiano Marcelino es considerado el último historiador romano. Su obra pretende continuar la historia donde la dejó Tácito. Es un historiador imparcial y objetivo, y por ello digno de crédito, aunque estilísticamente no pueda compararse con su modelo.

HISTORIA
En la prehistoria, la península italiana estuvo habitada en la época neolítica, especialmente en la cuenta del Pó, por pueblos agricultores que construían chozas sobre pilotes; los cuales han sido denominados terramares (tierras negras) a causa de haber quedado sus aldeas cubiertas por la tierra, formando colinas. En esos pueblos, cuyo origen no es trazable, se produjo la evolución del neolítico (época de los utensilios de piedra pulida) hacia la edad del bronce, al haberse utilizado este metal, especialmente para fabricar puntas de armas y otros utensilios. 
Durante esa Edad del Bronce, transcurrida aproximadamente entre los años 2000 a 1000 a.C., sobrevinieron en la Europa Central, habitada por los pueblos del tronco denominado indoeuropeo, circunstancias desconocidas que determinaron una emigración de éstos hacia el sur; dirigiéndose algunos hacia los Balcanes y la península griega y otros hacia la península itálica, a través de los pasos de los Alpes. 

Los pueblos indoeuropeos que penetraron en la zona de la cuenta del Pó, son conocidos como los pueblos itálicos; los que aparentemente se mezclaron con los preexistentes habitantes de dichas llanuras, a lo largo de varios siglos, y en sucesivos avances se extendieron gradualmente hacia el sur. 

Organizados en tribus, los pueblos itálicos se diferenciaron en tres grupos predominantes, los umbríos que se situaron al este de los Apeninos en la costa norte del Adriático, los samnitas inmediatamente al sur de los anteriores, en los valles y estrechas estribaciones orientales de los Apeninos; y los latinos, que se instalaron en la zona del Lazio, en el valle del río Tíber especialmente en las áreas de la ribera sur, cercanas a la costa del mar Tirreno. 

Estos pueblos vivieron de una agricultura primitiva y de la cría de rebaños, especialmente ovinos, durante el segundo milenio a.C., en la etapa de la edad de bronce; hasta que, entre los años 1000 a 600 a.C., al tiempo que ingresaron en la Edad del Hierro, aparecieron en las costas itálicas pueblos provenientes de los territorios de civilización más avanzada del Mediterráneo oriental, los fenicios, los etruscos y los griegos, lo cuales, introduciendo la escritura, pusieron fin a la época prehistórica.

Primeros habitantes 
Difícil es determinar cuáles fueron sus primeros habitantes. Los Aborígenes debieron ser anteriores a una raza jafética, llamada de los Tirsenos[1], Rasenas o Tirrenios, los cuales dieron su nombre al mar occidental, mientras que el oriental lo tuvo de Adría, ciudad igualmente tirrena.

Pertenecen estos a la edad fabulosa de Jano, Júpiter y los Sátiros, como también los Vénetos[2], los Euganeos[3], los Camunios[4] y los Lepontios[5], y tal vez los Tauriscos[6], los Etruscos[7], los Opicos y los Oscos[8] o Toscos; considerados todos como diferentes de los Sículos y de los Pelasgos.
Dieciocho siglos a. C., fueron a Italia los Iberos, los cuales, viniendo de la Armenia llegaron hasta España. A esta raza pertenecían los Ligurios[9] de la Alta Italia, los Ítalos que se extendían entre la Marca y el Tíber, y los Sicanos, considerados por algunos historiadores como originarios del Epiro, y asimilados a los Pelasgos.

Celta es el nombre de una numerosa estirpe nórdica, una de cuyas ramas ocupó la Italia bajo el nombre de Umbros, y se dividió en tres bandas: Oll-Umbria, entre el Apenino y el Jonio; Is-Umbria, alrededor del Po; y Vil-Umbria, que fue luego Etruria; quedando el país oriental para los Iberos. La primera fecha histórica es la fundación de Ameria, trescientos ochenta y un años antes de Roma. Contemporáneos de estos grandes pueblos fueron otros pequeños, como los Titanes, los Cíclopes y los Lestrigones, que parecen oriundos de la raza de Cam y procedentes del África.

Pelasgos 
Como conquistadores y civilizadores aparecen luego los Pelasgos, gente industriosa que en todas partes precedió a los pueblos de gran renombre. Tal vez llegaron los primeros con Peucetio y Enotro, diecisiete generaciones antes de la guerra de Troya; nunca fueron verdaderos dueños de la península, pero siempre estuvieron armados luchando contra los Sículos, único pueblo de que Homero hace mención en Italia y que los Pelasgos rechazaron hasta la isla. 
Otros, procedentes de la Dalmacia, fabricaron, 14 siglos a.C., y en la desembocadura del Po, la ciudad de Espina, combatieron con los Umbros, y juntamente con los Aborígenes de la Sabina fundaron ciudades en el Apenino, de las cuales aún quedan murallas de grandes dimensiones, compuestas de enormes peñascos, unas veces toscos y otras tallados; mientras hay quien los considera como bárbaros feroces, los elogian otros por haber introducido el alfabeto, el hogar doméstico y la piedra de límite, es decir, la familia y la propiedad. Sorprendidos por graves desventuras, inundaciones, erupciones y sequías, abandonaron la Etruria, emigraron muchos de ellos, y otros fueron sometidos a nuevos pobladores y reducidos a la esclavitud.

Etruscos
Introducción
Fuentes literarias, históricas, arqueológicas, epigráficas o numismáticas.
Las fuentes históricas, nos dicen que estaban situados entre el Tíber y el Arno, el Tirreno al este, y los Apeninos al oeste.
Las fuentes literarias que hablan de este pueblo están impregnadas de un cierto romanticismo y misterio, es un pueblo considerado como fatalista no es una novedad y predestinado a un fin. Creían que el destino era ineludible, que todo estaba previsto. 
Su cosmogonía decía que el mundo duraría unos 12000 años y de éstos, los 6000 últimos serían protagonizados por el hombre y Etruria (Toscana), solo poseía una parcela de esos 6000 años. En cualquier caso, los planteamientos coincidían en que este pueblo desapareció como cultura en torno al Siglo I d.C. Esto es lo que dicen las fuentes. 
Yendo a las históricas, sorprende en primer lugar porqué los etruscos alcanzaron un alto desarrollo cultural con respecto a los demás pueblos de la Península Itálica y porqué además en este lugar y no en otro de condiciones similares. La respuesta pudiera ser el amplio contacto del pueblo etrusco con el mundo griego; ya desde el Siglo VII a.C., sobre el 650. ¿y porqué con los etruscos? Según Redondo, por que los contactos con los griegos se habían producido con mucha mayor anterioridad, aunque eran contactos interrumpidos con la etapa oscura del mundo griego. Pero se plantea la posibilidad que estos contactos ya se dieran desde la época micénica griega. 
         
El pueblo etrusco, aunque se desarrolla por este concepto desde el Siglo VII, sin embargo no se convierte en un simple imitador de una cultura superior, sino que impone su sello personal a esa aculturación impresionando incluso a los griegos y romanos, que se benefician de los logros de este pueblo. 
Aún hoy este pueblo plantea problemas, que le hacen misterioso, pues sus propias fuentes de información son indescifrables. Este es el caso de su escritura; se sabe que le fue proporcionada por los griegos de Cumas (Sur de Roma) y es griego en su variedad Calcídica, sistema de escritura que adaptaron a las necesidades fonéticas etruscas. Se conoce, por tanto, su escritura pero no su lengua, que no es indoeuropeo, ni está, al parecer, emparentada con ninguna otra lengua conocida en la antigüedad. 
La epigrafía tampoco nos sirve de gran ayuda por que los epígrafes conservados tienen escaso contenido historiográfico. Son inscripciones bien funerarias, bien votivas. Tampoco la epigrafía nos permite conocer la estructura de su lengua. 
Hay que recurrir, por tanto, a la arqueología que es extraordinariamente rica.  Pero no deja de ser arqueología y hay que tener presente las limitaciones de esta ciencia, que puede decir muchas cosas; cómo vivían, qué comían, dedicación económica; pero da lugar a interpretaciones diversas sobre el mundo del intelecto y por eso se requiere precaución de recurrir así a planteamientos comparativos entre el mundo griego y el mundo etrusco.

Origen del Pueblo Etrusco
Su origen y desarrollo cultural están unidos al hecho de que no se sepan descifrar sus escritos: uno de los temas más estudiados y rodeados de misterio con respecto a la Antigüedad. 
Su origen, como el de otros pueblos de la Antigüedad fue definido por los griegos según el “uso de la época”, es decir, “alguien tiene la culpa de esto”: personificación de los inventores, situaciones y fundaciones; un mítico héroe griego funda el mundo etrusco, origen de una migración. 
Heródoto los ubica en el mar Egeo, concretamente en Lidia (actual Turquía) y esta suposición de Heródoto toma raíz y así, por ejemplo, Virgilio, que tenía antepasados etruscos, utiliza indistintamente al referirse a este pueblo los términos etrusco y lidio. La única excepción en la Antigüedad a esta hipótesis la protagoniza Dioniso de Halicarnaso, de época de Augusto, que considera que los etruscos son autóctonos de la Península Itálica, ya que ni su lengua, ni su cultura, ni sus costumbres poseen paralelos entre lidios y pelagos. Es culturalmente una excepción.

En época moderna tenemos más datos con la arqueología y la epigrafía. En un principio se plantearon 3 hipótesis:
      I.         Origen Oriental.
    II.         Origen Septentrional.
  III.         Autóctona.

I) La hipótesis oriental, es la más comúnmente aceptada y se fundamenta en cuatro puntos:
Coincide lo que dicen las fuentes y el contenido de la cultura etrusca, en gran medida oriental, orientalización de Etruria en los siglos VII y VI a.C,
Los rituales, de adivinación y revelación, no son exclusivos, pero son más propios del mundo oriental.
Parece ser que pudiera existir una relación lingüística entre el etrusco y una lengua desconocida del mundo del Egeo.
La posible identificación de los Etruscos o tirrenos con el término TRS.W de una inscripción de Karnat que conmemoraba una victoria egipcia sobre los llamados pueblos del mar.

II) Los partidarios de la teoría del origen septentrional, se fundamentan en los siguientes puntos:
El planteamiento que hace Tito Livio, que postula que los etruscos tienen el mismo origen que los pueblos alpinos, en particular los ¿retos?.
Un dato arqueológico: plantea también la posibilidad de que la cultura Villanobina, previa al periodo orientalizante, al Siglo VII a.C., derive de una cultura asentada en el valle del Po, cultura de las terramonas, y que esta cultura derive a su vez de otra cultura, conocida como cultura de los palacios  de los lagos alpinos, de Europa Central.
Un dato lingüístico: la supuesta pertenencia de la lengua etrusca a un grupo étnico lingüístico denominado “retotivénico”. Basado en que han aparecido en la zona de Ratia unas inscripciones etruscas.

III) La tercera hipótesis, origen autóctono; defiende que los etruscos son un reducto del Neolítico y que su lengua es, por tanto, anterior al estrato indoeuropeo.
La aceptación de cualquiera de las tres teorías plantea problemas. Así, la primera, la teoría orientalizante: la orientalización no es exclusiva del mundo etrusco; se da en todo el Mediterráneo. Al no ser exclusiva no puede ser argumento exclusivo. Además, en torno al año 1200 se produce la mítica destrucción de Troya, símbolo de la crisis del mundo.
Por otra parte, la relación del etrusco con la lengua desconocida también es muy difícil porque solo hay un testimonio.
La teoría septentrional, por su parte, es la que peor se presenta, no aporta una epigrafía ni una arqueología digna de ser tenida en cuneta. Además, no se  ve discontinuidad entre la cultura Villanobina y la Etrusca.
La autoctonía  tampoco está libre de dificultades. La opinión de Dioniso de Halicarnaso es tendenciosa. Él intenta privar al pueblo sometido de los etruscos de un origen semejante al romano.
Redondo no es partidario de las teorías invasionistas, cree en la autoctonía, sino del pueblo etrusco, sí de la cultura etrusca. No hay indicios que hagan pensar que se produjo un corte brusco desde los villanobianos a los etruscos.
Estos se han desarrollado en el mismo lugar, aunque pudieran haber estado influidos por un grupo dominante. Influye el mundo oriental.

Bronce final y Periodo Orientalizante
Desde el punto de vista arqueológico está claro que la unidad cultural que presentaba la Península Itálica se trunca en el Siglo XII a.C. y se entra en el Período del Bronce final que no se desarrolla en todos sitios de igual forma. En Etruria la cultura Villanobina que mostraba una gran vitalidad y pujanza influye en otras áreas más cercanas, hacia el norte y el sur, la Campania, en torno al siglo IX a.C. 
En el siguiente período, en torno al siglo VIII: “Periodo Orientalizante”, llamado así porque el arte y la cultura de las regiones mediterráneas se abren hacia las experiencias figurativas de oriente: no tanto el pensamiento, la religión, o la política, sino la cerámica, el ornamento, las construcciones, etc... .
En este periodo Oriental en Etruria se puede apreciar que se rompe la homogeneidad social de la época Villanobina: Aparece un elemento esencial en las sociedades antiguas, la aristocracia. Surge ésta porque tiende a diferenciarse tanto en la vida cotidiana como en la de ultratumba, lo vemos en los ajuares funerarios. Se ha dado, pues, una diferenciación económica.
Además, Etruria mantiene amplios contactos con los griegos, renovando posiblemente las relaciones mantenidas previamente, antes de la desaparición del mundo micénico. Los griegos actúan como catalizadores del desarrollo etrusco; no se limitan a intercambiar productos, sino que también les proporcionan avances tecnológicos: olivo, vid, etc. y el sistema de escritura.

La aristocracia  será la principal receptora de estos avances, que reforzarán su posición de privilegio en la sociedad. Aceptan no sólo estas innovaciones sino que también la aristocracia etrusca asume la carga ideológica que suponen las distintas innovaciones (el banquete).

La nobleza provocará también, es elemento dinamizador, un cambio en la propia apariencia de los asentamientos etruscos. Su  supremacía la llevará también al ámbito de la figuración: viviendas con cimientos de piedra, tejas, casi palacetes, frente al resto de la sociedad, marcos más adaptados a su nueva situación y condición.
También cambia la apariencia de la vida de ultratumba. También ahí el noble intenta mostrarse superior. Se verán túmulos de cámara, pero el resto de la sociedad serán los pozos o fosas. Se diferencian también onomásticamente, utilizando una forma bimembre: nombre y gentilicio.
La realidad social orientalizante no es la que nos refiere la historiografía clásica. Se habla de una sociedad bipolar: aristocracia-servidumbre, sino que la estructura social y económica de este periodo es más compleja, no existía esta bipolaridad, había grupos intermedios: ejemplo, presencia importante de artesanos extranjeros, sobre todo desde el 625 a. C. Destacan los extranjeros de origen griego. Algunos de ellos incluso se conocen por las firmas de las cerámicas, como un tal Demerato Corintio, que abandonó su patria por motivos políticos y se estableció en Tarquinia (Etruria) con un séquito, entre ellos artesanos (según Plinio). Estos artesanos fueron importantes en el desarrollo de Etruria, ya que introdujeron nuevas técnicas y perfeccionaron las ya existentes. Un hijo de Demerato se instaló en Roma, ya con un nombre de Rey.
Existía también una movilidad social, en el grupo de los aristócratas, no de igual modo en el resto de grupos sociales, pues se ponían numerosas objeciones para conceder, por ejemplo, el derecho de ciudadanía.

Periodo Arcaico, Edad Dorada del mundo Etrusco
La cultura etrusca se extendió no sólo por Campania. Pero este proceso se produjo por conquista o colonización. Redondo desecha la conquista porque vacilaría la unidad de las ciudades etruscas que no se produjo nunca; solo hubo una unificación religiosa antes de caer el mundo etrusco. Entonces fue más bien una colonización.
Las colonizaciones tuvieron lugar en el periodo Arcaico, periodo del comercio, tráfico de mercancías e intereses, equilibrio mas o menos estable en el Mediterráneo. Las relaciones entre etruscos y griegos no se rompen ni siquiera con la fundación de Massalia (Marsella). Esta comunicación sólo se rompe cuando los griegos pierden sus metrópolis, concretamente cuando los foceos pierden Focea de mano de los persas.
En Córcega fundación de una  colonia. Según Heródoto, los foceos de esta colonia se dedicaban a la piratería. Algunas ciudades etruscas y Cartago se unieron para enfrentarse a los foceos y aquí puede estar el primer acuerdo romano-cartaginés del que se había entendido que Roma se consideraba una ciudad de ámbito etrusco que también firma entonces dicho pacto. Parece ser que ganan los etruscos, pero sin embargo pierden porque con la batalla de Alalia 545 a.C. desaparece la supremacía etrusca y Etruria no ejerce el control. Se producen saqueos constantes de la costa etrusca que debilitan sus ciudades. Surge una nueva potencia, Siracusa, que ha conseguido vencer a los cartagineses en Himena en el 480 a.C. y poco después a los propios etruscos en el mar, frente a Cumas en el 474 a.C.
A finales del siglo V a.C. se puede decir que el proceso de fijación de las fronteras ha terminado. Además este proceso de configuración territorial se acompañó de fuertes tensiones sociales y políticas. Así, la monarquía deja paso a la república en manos de un magistrado electo y no vitalicio. Dicha transición es difícil de explicar; hay que recurrir a Grecia. Se cree que es posible que apareciesen algunos líderes populares o tiranos griegos, cuyo apoyo son los grupos sociales surgidos del desarrollo económico del siglo VI, comerciantes y artesanos, consiguen así derrocar a la monarquía.
Las consecuencias inmediatas son la aparición de tendencias isonómicas, que duraron poco tiempo, y que en los Siglos VI-V chocaban con la visión que dan los grecolatinos de una sociedad etrusca bipolar: ricos-pobres. El resultado de la crisis del Siglo V sería una estratificación social pero no la bipolaridad, porque los grupos oligárquicos se harán entonces con el poder, poniendo en práctica sistemas políticos dirigidos a su propia autoperpetuación.

Los pasos serían: Monarquía-República Isonómica-Crisis-Surgimiento de gobiernos oligárquicos.

La decadencia etrusca
El comienzo del fin empezó en Cumas. A partir de entonces los etruscos pierden su mercado y son incapaces de recuperarlo. Siracusa ocupa su lugar. Las ciudades etruscas cuya actividad económica se fundamenta en el comercio verán unas nuevas circunstancias que afectarán en menor medida a las ciudades del interior.
         
No sólo han perdido la influencia marina sino que sienten ya las circunstancias de esas crisis. Los mismos territorios, además, están amenazados por pueblos montañeses del interior, que por una crisis demográfica llevan a cabo rapiñas en territorios etruscos antes no pisados. Las propias fuentes griegas hablan de esta situación. Son incursiones no anexiones. Pero en el norte de la zona los etruscos sufren la presencia de celtas que se encontraban allí desde el 600 a.C. pero que ahora se asientan de forma masiva, aunque no acaban con la cultura etrusca que pervive hasta fechas posteriores. La primacía es ya gala, no etrusca.
Los problemas de los etruscos son ahora conflictos que les llevan a perder la independencia, el primero que se producen entre  Roma y Veyes, no hay que entenderlo como un conflicto entre naciones sino como un típico enfrentamiento entre ciudades en el mundo arcaico. Sin grandes ayudas una y otra ciudad.
Este enfrentamiento se produjo porque ambas ciudades tenían interés en controlar los pasos del Tíber y otros pasos comerciales. Aunque el problema se complicó por la necesidad que tenía Roma de nuevas tierras, lo cual llevó a la anexión, en el 396, tras un largo asedio de 90 años. Toma la ciudad etrusca y se anexiona Roma a Veyes.
La situación de Etruria se agrava progresivamente y a principios del siglo IV ya ha perdido su influencia industrial y comercial. Aunque se inicia una tímida recuperación no alcanza muchos logros.
La oligarquía sigue mostrando una tendencia endogámica. Los grupos medios inician también su recuperación, pero no interesan a la aristocracia.
En el 350 se produce un nuevo enfrentamiento militar entre Roma y las ciudades etruscas lideradas por Tarquinio que terminó finalmente en el 351 con una tregua, y en el 311 el conflicto brota de nuevo, pero ya Roma es la dueña del Lacio. Van cayendo poco a poco las ciudades etruscas hasta que en el 265 Volsini, centro religioso del mundo etrusco fue destruido y Etruria desaparece de la geografía histórica y pasa a ser parte de la historia de Roma.
Etruria se incorpora a Roma desigualmente, porque dependiendo de las actitudes respectivas que cada ciudad mostró con Roma. Mantuvieron una autonomía interna y se les exigían más prestaciones de carácter financiero y militar.
En el 90 a.C., finalmente, tras la llamada “Guerra Social”, Roma concede el derecho de ciudadanía a todos los pueblos itálicos y los antiguos tirrenos fueron ya ciudadanos en todos los sentidos.

Instituciones Políticas
Se carece de fuentes directas, por tanto recurrimos a otros modelos políticos supuestamente parecidos: griegos y latinos. Información que ha de adaptarse a la escasa información que tenemos sobre el mundo etrusco.

Se puede ofrecer un modelo político e institucional de cierta fiabilidad, sin entrar en detalles. Las tradiciones más antiguas hacen pensar en un primer sistema monárquico y prueba de ello son los nombres de algunos personajes míticos que pudieron ser reyes: Alcestes de Perugia, por ejemplo, personajes de los que hay referencias. Otros son más históricos, no míticos, que fueron reyes, como Tolumnio? de Veyes. 
En la lengua etrusca el término “rex” era denominado LAUCHE o LACHUME, que pasó al latín como LUCUMO.

Igual que en Grecia, en Roma un magistrado de orden sacerdotal mantuvo su término monárquico en época postmonárquica. Los romanos odiaban la monarquía pero mantuvieron el término “rex”, posiblemente por connotaciones religiosas. Tomando como paralelo al “rex” romano, se supone que el Lucumo etrusco era la máxima autoridad de la ciudad, comandante del ejército y de la religión pública; “Máximo Pontífice”. 
Sin embargo, se sospecha que el poder del Lucumo no fue absoluto, sino limitado por algún órgano colegiado, es decir, el Senado (en Grecia Areópago).
De este órgano de notables no se tienen noticias de ningún tipo. La arqueología da pruebas de una casta aristocrática diferenciada (para los etruscos) que tenían que tener algún tipo de representación política. El Lucumo sería el elemento más destacado de esta élite dominante. No sabemos igualmente si esta monarquía era hereditaria o electiva. Ambas valen. 
Desaparecido el Lucumo, dos magistrados, llamados ZILCTH ocuparon ese vacío de poder. Las fuentes también hablan de otro magistrado PURT o PORTNE, con una función difícil de identificar. También estaban los CAMTHAI, que deben ser magistrados menores, semejantes a los ediles romanos.
También otro de nombre MARU, quizá con vocación religiosa. Parece que no había una asamblea popular, porque la sociedad etrusca es excesivamente oligárquica. Sí es importante destacar que a los aristócratas debía de existir algún órgano colegiado que los representase con funciones semejantes a las del senado, de control.
  
La sociedad
Bipolaridad de la población etrusca de la que nos hablaron los autores grecolatinos basada en el binomio: principes-servies. Pero esa imagen no es cierta, aunque es la más difundida. Sería el primer caso de la historia, sólo se da en algunos casos en Egipto. Hay sustanciales y diversas diferencias o estratos económicos y cierta diversidad laboral que indican que la actividad económica laboral se traduce en la “presión social”. La economía depende de la sociedad y plantea, por tanto, connotaciones o diversidad social, que tendrán un trasfondo jurídico cuando esté sancionada jurídicamente. Cuando estos sólo por pertenecer al grupo social más elevado económicamente pueden optar a las magistraturas (los aristoi en Grecia). Sin una diversidad económica y actividad laboral variopinta en el mundo etrusco, difícilmente podemos hablar de bipolaridad, pero se puede plantear dentro de una sociedad urbana. Sí dentro de una rural, al menos teóricamente. La sociedad urbana es la culminación de los logros espirituales y sociales del ser humano. 
Ahora bien, ¿se podría relacionar esa estructura económica con una diversidad social? No, 18 ajuares funerarios distintos, no son síntoma de 18 órdenes sociales diferentes. Los que no son aristócratas, no pueden optar a las magistraturas como nos muestra la no existencia de una asamblea popular. No existe la promoción política. No existe paridad política. 
Entre la aristocracia y la masa campesina hay un grupo intermedio económicamente constatado que tiene un reflejo social difícilmente definible. La aristocracia debe estar perfectamente definida jurídicamente. Debe actuar conjuntamente para asegurar su supervivencia homogénea, mientras que los grupos intermedios son heterogéneos y desunidos que habitan en la ciudad. Los aristócratas tienen el poder de la tierra, dominan el campo. Existe también un grupo social dependiente, también heterogéneo. Los autores que al referirse a estos grupos dependientes vacilan a la hora de nominarlos y seto se debe a que no todos son iguales. Unos hablan de “servi”, “plebs”, “penestai”, “oiketai”... Vemos también en las fuentes epigráficas, que emplean diferentes términos. 
La participación política es excluyente; sólo grupos privilegiados. Aquí radica las diferencias entre los etruscos y Grecia o Roma con los que tuvo evidentes contactos. Con Grecia incluso antes de la caída del mundo micénico. 
Hablan los escritores grecolatinos de forma despectiva sobre los etruscos, y también sobre cualquier pueblo dominado. Idealización de la “patria romana” (Dea Roma) que se divinizó. Este sentimiento no lo tenían los etruscos. 
Caso curioso: el llamado estatus de la mujer en la sociedad etrusca. El caso de Esparta ya se conocía (pero en Esparta era total), la mujer podía hacer lo que quisiera, el adulterio no estaba considerado, su papel primordial era tener hijos, llevar una vida licenciosa; asistía a espectáculos y a banquetes, tenía la misma capacidad jurídica que un hombre, podía poseer bienes y esclavos. En el caso de Roma también, pero siempre el administrador era su marido. La explicación es que la aristocracia etrusca era endogámica y trae muchos problemas y el varón es el que guerrea y está amenazada, por tanto, por la escasez de varones hasta el punto que algunas familias para no desaparecer echaron mano de las mujeres (Oligantropía?). También pueden tener cierta importancia los sistemas matriarcales del mundo etrusco.

Las ciudades
Nacen en el territorio etrusco sobre otros centros anteriores, no hay ruptura sino una evolución de la anterior cultura Villanoviana. Otros, en cambio, desaparecen. Eran lugares fácilmente defensibles, con agua cerca, con un clima bueno, cerca del mar pero a suficiente distancia del mismo (para que puedan servirse de las ventajas del mar y librarse de los piratas). 
Su literatura sagrada se preocupa de los asentamientos de las ciudades que hay que entender como una reelaboración que puede valer para ciudades “ex novo” pero no para las anteriores. “Etrusco ritu” (nombre del rito que se hacía para fundar una ciudad): un sacerdote ayudándose de la “groma” hacía el rito. El sacerdote vestido con un traje procedía a la delimitatio del asentamiento urbano con una pareja de bóvidos y un arado, bóvidos vírgenes, según algunos, pero realmente eran purificados. Cuando llegaba al espacio de la puerta levantaba el arado y todo lo delimitado se consideraba sagrado. 
Ninguna ciudad etrusca se creó bajo este sistema pues no son el acto exclusivo de un fundador sino el resultado de un proceso evolutivo. 
Estos principios urbanísticos tan evolucionados son relativamente recientes, posteriores al siglo VII a.C. No es otra cosa que el esfuerzo de racionalización de una sociedad para entender el mundo racional y su explicación con el como divino. 
Los etruscos dotados de un grado de civilización muy superior al de las poblaciones itálicas de esos territorios, se impusieron culturalmente sobre ellas, desarrollando una estructura de ciudades-estado unidas por una comunidad de religión y de cultura, similares a las de la antigua Grecia, de las cuales fueron las principales Ceres, Clusium, Tarquinia y Veyes. Dotados de grandes condiciones para la industria y el comercio, así como pueblos obviamente navegantes, los etruscos prosperaron en la elaboración del bronce y el hierro para la fabricación de armas y otros instrumentos bélicos como corazas y carros de guerra y en la fabricación de elementos ornamentales de oro, que comercializaron en toda el área del mar Tirreno, especialmente con los griegos y los fenicios. 
El contacto con los griegos de las cercanas colonias de Sicilia y el sur de la península italiana, ejerció importante influencia en algunos aspectos de la civilización etrusca; especialmente en la arquitectura y la pintura. Cabe a los etruscos haber introducido en la arquitectura griega una importante innovación que luego sería transmitida a la civilización romana, al emplear en sus construcciones las bóvedas y arcos. 
La religión etrusca, poco conocida, se centraba en el culto de los muertos que enterraban en cámaras subterráneas decoradas son pinturas y relieves; claro antecedente de las catacumbas romanas. Otros elementos religiosos, también transmitidos a los romanos, los constituían las prácticas de adivinación del porvenir, especialmente a través del estudio del vuelo de las aves y el estado de las entrañas de los animales sacrificados a los dioses. 
La dominación etrusca se extendió sobre el territorio norte-central de la península italiana, desde la llanura del Po hasta el sur del río Tíber, abarcando el Lazio y los límites de la Campania; con lo cual, ejerció una poderosa influencia sobre los latinos habitantes del sur del Tíber; a los cuales impulsó hacia más avanzados estadios de civilización, en los cuales se integraron en gran medida los elementos institucionales y culturales de la civilización etrusca.

Los pueblos itálicos en el siglo VIII a. C.
Hacia el siglo VIII a.C. en que según la leyenda se fundó la ciudad de Roma  coexistían en el área centrada en el mar Tirreno, las civilizaciones fenicia, griega y etrusca. Esta última directamente colindante con los pueblos itálicos, principalmente los latinos habitantes de la zona del Lazio, al sur del río Tíber, había desarrollado con ellos una convivencia que permitió a los latinos, sin perder su identidad étnica, asimilar muchos componentes de la superior civilización etrusca.
Los etruscos, aliados con los cartagineses, habían logrado expandir su hegemonía desde la llanura del Po hasta bien al sur del río Tíber; pero debieron enfrentar en el siglo VI a.C. la presión que desde las estribaciones de los Alpes ejercía otro pueblo, los galos cisalpinos, que invadieron las fértiles llanuras de la cuenca del Po. Enfrascados los etruscos en resistir a los galos, por un lado, y los griegos y cartagineses en sus contiendas por el dominio en el Tirreno, se establecieron las condiciones que habrían de permitir que la novel ciudad de Roma lograra finalmente imponer su dominio.


En el siglo VIII a.C., la ciudad latina más importante era la ya antigua Alba, situada al sur del río Tíber y a cierta distancia de las costas del mar Tirreno; que atribuía su origen a descendientes del héroe troyano Eneas, emigrado al Lazio desde Troya, cuando esta ciudad fuera tomada por los griegos, según los relatos efectuados por Homero en “La Ilíada”.

Fundación de Roma.
Los orígenes remotos de la ciudad de Roma, se pierden en la leyenda; siendo seguramente anteriores al año 754 a.C. en que ulteriormente las autoridades romanas fecharon su fundación. 
Del mismo modo, siendo improbable que su fundación haya surgido de una acción explícita y deliberada, las tradiciones romanas posteriores adornaron su surgimiento con diversas leyendas, recogidas especialmente por el historiador romano Tito Livio, que vinculan el origen de Roma a un linaje de dioses y héroes.

Roma y la loba del Capitolio
Según la leyenda de los orígenes de Roma, un hijo del héroe troyano Eneas, (hijo de Marte, el dios de la guerra y de una princesa latina), Ascanio, había fundado sobre la orilla derecha del río Tíber la ciudad de Alba Longa; ciudad latina sobre la cual reinaron numerosos de sus descendientes, hasta llegar a Numitor y su hermano Amulio. Este último destronó a Numitor; y para evitar que tuviera descendencia que pudiera disputarle el trono, condenó a su hija Rea Silvia a permanecer virgen como vestal, sacerdotisa de la diosa Vesta. 
Sin embargo, Marte, el dios de la guerra, engendró en Rea Silvia a los mellizos Remo y Rómulo. Por ese motivo, al nacer los mellizos fueron arrojados al Tíber dentro de una canasta, la cual encalló en la zona de las siete colinas situadas cerca de la desembocadura del Tiber en el mar; siendo recogidos por una loba que se acercó a beber, y que los amamantó en su guarida del Monte Palatino, hasta que fueron hallados y rescatados por un pastor cuya mujer los crió. 
Cuando fueron mayores, los mellizos restituyeron a Numitor en el trono de Alba Longa, y decidieron fundar, como colonia de Alba Longa, una ciudad en la ribera derecha del Tíber, en donde habían sido amamantados por la loba; y ser sus Reyes. 
Cerca de la desembocadura del Tíber existían las siete colinas: los montes Capitolio, Quirinal, Viminal, Aventino, Palatino, Esquilino y Celio. Rómulo y Remo discutieron acerca del lugar donde fundar la ciudad; y resolvieron la cuestión consultando el vuelo de las aves, a la usanza etrusca. Mientras sobre el Palatino Rómulo divisó doce buitres volando, su hermano en otra de las colinas sólo vió seis. Entonces, Rómulo, con un arado trazó un recuadro en lo alto del monte Palatino, delimitando la nueva ciudad, y juró que mataría a quien lo traspasara. Despechado, su hermano Remo cruzó despectivamente la línea, ante lo cual su hermano le dió muerte, quedando entonces como el único y primer Rey de Roma. Según la versión de la historia oficial de Roma antigua, eso había ocurrido en el año 754 a.C.

La imagen de la llamada loba capitolina - en referencia al otro Monte cercano, el Capitolio - amamantando a los mellizos, es el símbolo de la ciudad de Roma. Se trata de una escultura en bronce, que se considera de origen etrusco, datada alrededor del año 470 a.C., que se conserva en el Museo Capitolino de Roma; y a la cual Dante alude en su “Divina Comedia”.


Otra leyenda ligada a la fundación de Roma, es la del rapto de las sabinas. Según ella, los primeros pobladores de Roma deseaban casarse con unas jóvenes de la tribu de los Sabinos, que habitaban sobre la cercana colina del Quirinal; pero sus padres se opusieron. Remo invitó a las familias sabinas a una fiesta religiosa en Roma, en cuya oportunidad las jóvenes sabinas fueron raptadas; lo que determinó a los sabinos a desafiar a los romanos a una guerra, que no pudo llevarse a cabo porque las sabinas se interpusieron entre ambos bandos.
En los hechos, las colinas cercanas a la desembocadura del Tíber habrían contado con diversas aldeas latinas desde bastante tiempo antes de la época en que la leyenda ubica la fundación de Roma; las cuales probablemente terminaron creciendo hasta integrarse en una única ciudad. Hacia el siglo VII a.C., la expansión etrusca en la zona del Lacio las colocó bajo una dominación no demasiado opresiva, lo cual queda de manifiesto por la presencia de los reges etruscos, pero que impulsó el predominio de las costumbres, la cultura y la economía de los etruscos.
A pesar de que conforme a la leyenda Roma habría sido fundada como una colonia de la latina Alba Longa, la originaria población latina fue integrada rápidamente con muchas personas de origen etrusco; lo que llevó a que rápidamente se haya convertido en una importante plaza industrial y comercial cuyo trazado, arquitectura, monumentos y otros elementos, tuvieran afinidad con la cultura etrusca.

La época de los reges (reyes) y la expansión romana en el Lacio.
Siguiendo el modelo de todas las primitivas ciudades itálicas, la forma política inicial en la Roma antigua, fue la de una república de base aristocrática, gobernada por un rex vitalicio, pero electivo. La tradición le adjudica haber tenido siete, los cuatro primeros latinos, y los tres últimos etruscos: Rómulo, Numa Pompilio, Tulo Hostilio, Anco Marcio, Tarquino el Antiguo, Servio Tulio y Tarquino el Soberbio.
Bajo los reinados de Tulio Hostilio y de Anco Marcio los romanos conquistaron su ciudad madre de Alba, y fundaron la ciudad-puerto de Ostia en la desembocadura del Tíber; que actualmente continúa siendo la puerta marítima de Roma.
La conquista de Alba también fue presentada bajo la forma de una leyenda, conforme a la cual, en vez de ir a la guerra, los pobladores de Roma y de Alba decidieron que la rivalidad entre ambas ciudades fuera resuelta mediante un combate entre tres guerreros por cada bando. Por Alba pelearon tres hermanos llamados los Curiacios, y por Roma otros tres hermanos llamados los Horacios.
Los Curiacios dieron muerte a dos de los Horacios; pero el tercero, simulando huir, logró separarlos y matarlos uno a uno. Lo cierto es que la ciudad de Alba fue arrasada totalmente por los romanos, que incorporaron a sus habitantes como ciudadanos de Roma.
Bajo el régimen de los reges Roma alcanzó un importante desarrollo. Habitada por campesinos latinos que cultivaban tierras en sus proximidades, pronto fueron asimilados e integrados en la ciudad los pueblos vecinos, principalmente sabinos; y seguramente la población latina originaria quedó posteriormente bajo la hegemonía de etruscos a consecuencia de su expansión en el centro de la península italiana; los cuales aportaron otras actividades, especialmente en la industria y la artesanía, y en el comercio y la navegación, así como costumbres más refinadas.
La incorporación de esos habitantes influyó de manera muy importante en la propia fisonomía de la ciudad; que comenzó a tener casas de mejores materiales y con mayores comodidades y decoraciones. Sin embargo, mientras los nuevos pobladores cumplían actividades cada vez más intensas y productivas en el comercio a través del puerto o del mercado, y prosperaban los talleres en que se trabajaban el hierro y el cobre, o las maderas, los originales habitantes latinos de la nobleza terrateniente, continuaban apegados a sus actividades agrícolas; aunque seguramente participaban del auge económico vendiendo sus productos a precios crecientes.
Durante los reinados de sus tres últimos reges, que fueron de origen etrusco, Roma consolidó su dominio sobre la zona del Lacio. Luego que Roma hubiera ido abarcando las colinas cercanas, ocupando el Capitolio donde se construyeron los principales templos, y el Quirinal que habitaran los sabinos, el rex Servio Tulio rodeó todo el territorio de las colinas con una muralla de piedra, dando origen a que Roma fuera designada como “la ciudad de las siete colinas”.
El período etrusco de Roma se destacó además por la realización de grandes obras públicas, especialmente la construcción de la cloaca máxima, que drenando los pantanos existentes en los valles situados entre las colinas, permitió rellenarlos y hacerlos habitables. También en esta época fueron construidos numerosos templos en la zona del monte Capitolio, cercano al valle que más tarde sería la sede del Foro romano cuyas ruinas se encuentran actualmente a sus pies.
De cualquier manera, con el paso del tiempo se fue acentuando la influencia política y económica de los “extranjeros”, sobre todo etruscos; suscitándose un creciente antagonismo con los patricios latinos.
Según las crónicas de historiadores antiguos, como Dionisio de Halicarnaso y Tito Livio, cuando su muerte puso fin al reinado de Anco Marcio, fue elegido como su sucesor un etrusco que había alcanzado gran prestigio y éxito, que asumió su reinado con el nombre de Tarquino el Soberbio. Según las mismas crónicas, Tarquino impulsó la conquista romana de las comarcas del Lacio; con lo cual incorporó un territorio de importante riqueza, convirtiéndose Roma en un gran centro comercial de industrial, incluso en el comercio marítimo ya que sus naves transportaban mercaderías a Córcega, Sicilia, e inclusive Cartago y a las ciudades de Grecia. Aunque en realidad, el reinado de Tarquino el Soberbio transcurrió seguramente en forma contemporánea con la declinación del poder etrusco; de donde resultó el surgimiento de la influencia romana en los territorios antes dominados por ellos.

Ello aportó a Roma grandes riquezas. Los reges comenzaron a emplear en sus actividades costumbres de gran ceremonial; en Roma se levantaron palacios y se ejecutaron importantes obras públicas. El área comprendida entre los montes Palatino y Capitolio, en que se habían instalado preferentemente los etruscos, se convirtió en un gran centro de comercio e industria.
Hacia los fines del siglo VI a.C., la dominación etrusca sobre Roma comenzó a declinar, como consecuencia del debilitamiento del poder etrusco a causa de los ataques e invasiones de los pueblos de la galia cisalpina en el valle del Pó.
Según la leyenda, no obstante la expansión que Tarquino el Soberbio aportó a Roma, su gobierno despertó gran descontento entre las familias patricias de la ciudad, cuya influencia política ignoró. Hacia el año 509 a.C., un episodio originado en la pretensión amorosa de un hijo de Tarquino contra Lucrecia una mujer casada que por tal motivo se suicidó frente a su esposo desencadenó una revuelta que culminó con la expulsión de Tarquino y la modificación del sistema de gobierno de la ciudad. En vez de un rex vitalicio, los romanos decidieron nombrar dos magistrados de gobierno, los cónsules, y otorgarles autoridad temporal, solamente por un año.
Lo cierto es que, probablemente a consecuencia del debilitamiento del poder etrusco, en el 509 a.C. los jefes de las gens latinas de Roma lograron expulsar la dinastía etrusca; y establecieron lo que se denomina como la república patricia.

Estructura social, política y religiosa de Roma antigua.
La estructura social y política de la ciudad romana a partir de la época de los reges, estaba compuesta por una reunión de gens (la unidad social inmediatamente superior a la tribu), cuyos jefes integraban un Senado que dirigía el nombramiento del rex; el cual a su vez procedía a designar los integrantes del Senado cuando surgía una vacante.
Cada una de las gentes estaba encabezada por una familia de antiguo origen latino, en torno a la cual se agrupaban numerosas otras familias más recientes, todas las cuales se consideraban ligadas por los lazos de provenir de un antepasado común, lo que implicaba una comunidad de religión familiar; y se colocaban bajo la protección de la gens, que asumía el nombre de quien se consideraba el primero de sus ancestros, el pater.
Las gentes conformaban el grupo de los patricios (aquellos que descienden de un mismo pater); únicos a los cuales estaba permitido rendir culto a Júpiter, cuyo jefe integraba el Senado, y entre cuyos miembros el rex escogía los funcionarios del Estado. El fundador del linaje de la gens era un personaje tradicional, tenido como un héroe, al que se designaba como el genio; cuyo nombre se integraba al nombre de las personas. En Roma, cada persona tenía un nombre compuesto de tres términos, como Cayo Julio César: el primero era su nombre personal individual, el segundo el de la gens a que pertenecía, y el tercero el de su familia directa.
Además de los miembros patricios o nobles de la gens, ésta se integraba con los clientes; quienes dependían de los patricios aunque tenían la condición de hombres libres, estaban bajo su protección, y tenían la obligación de servirles, acompañarlos a la guerra y prestarles obediencia, a cambio de lo cual los nobles debían proveer a su subsistencia y defenderlos. De tal manera, el poderío y prestigio de cada familia noble estaba en función de la mayor cantidad de clientes con que contara.
Desde un punto de vista jurídico, los nobles y sus clientes integraban el populus romano como ciudadanos; es decir, poseían el derecho a tener bienes, y a contraer matrimonio, engendrando en consecuencia hijos legítimos que les sucedieran y heredaran esos bienes y derechos.
La estructura de las gentes perduró en Roma mucho más allá de la época de los reges, existiendo algunas muy importantes como la gens Julia de la cual salieron grandes personajes de la historia romana.
Los pobladores provenientes de los territorios conquistados no integraban el patriciado, sino que constituían la plebe o plebs; carecían de derechos jurídicos, no podían tener patrimonio, no podían rendir el culto religioso exclusivo de las gentes, y quedaban obviamente excluidos de todo derecho político dentro del sistema institucional de la civitas romana.

Esta situación, característica de la inicial organización de la sociedad romana en la época de los reges, fue evolucionando en el transcurso de los cinco siglos de la República; dando lugar a la aparición de nuevas instituciones y funcionarios del Estado, que poco a poco fueron permitiendo a los miembros de la plebe ingresar en algunos elementos propios de la civitas o ciudadanía romana.
La autoridad política en que residía la suma del poder constitucional del Estado romano, como representante del populus era el Senatus o Senado. Por tal motivo, tradicionalmente las leyes romanas eran encabezadas con las letras S.P.Q.R., iniciales de “Senatus populus que romanus, expresión latina traducible por “El Senado y el pueblo romano”. El término senatus alude a la edad avanzada, la senectud, de sus integrantes.
El Senado estaba integrado en forma vitalicia por los jefes de las familias patricias, alrededor de 300, por lo cual era la máxima expresión, a la vez, del poder político y económico de la aristocracia de Roma.
En el Senado se discutían todos los asuntos importantes para el Estado romano; y de hecho era el que gobernaba, ya que si bien las leyes debían se aprobadas por los comicios éstos solamente podían aceptar o rechazar lo que proponía el Senado; y su influencia sobre los cónsules era manifiesta.
En los hechos, todas las grandes cuestiones y decisiones de la historia de Roma, fueron tratadas y resueltas por el Senado; de manera que los grandes lineamientos de la política romana fueron determinados generalmente por el patriciado.
Cuando el régimen constitucional de los reges fue sustituido en la república patricia por el de los cónsules, estos funcionarios recibieron el mismo grado de autoridad suprema que aquellos tenían: el imperium”, aunque delimitado por la duración anual de su mandato y por el hecho de ser compartido entre los dos magistrados.
En principio, la idea de asignar igual autoridad en las mismas materias a dos magistrados no parece que fuera acertada; ya que la exigencia de que ambos coincidieran fácilmente resultaría en una inoperancia no compatible con los intereses de gobierno del Estado, ni tampoco la posibilidad de que cualquiera de ellos dejara sin efecto lo que el otro decidiera. Los cónsules ejercían autoridad fundamentalmente en materia judicial y militar; con lo cual, en los hechos, normalmente actuaban cada uno por su lado, de manera que la potestad de cada cónsul de oponerse a lo resuelto por el otro raramente era ejercida.
Las dificultades inherentes al régimen constitucional romano para obtener un desempeño adecuado de sus magistraturas, se resolvían acudiendo a la institución de la dictadura. El dictator era designado en sustitución de los magistrados normales, cuando así resultaba necesario para afrontar circunstancias extraordinarias que significaban un peligro para la supervivencia del Estado. Las autoridades normales quedaban en suspenso, y el dictador ejercía temporariamente la suma de los poderes del Estado; determinando una especie de restablecimiento de la autoridad monárquica con carácter extraordinario y delimitado generalmente en el plazo de seis meses.

Desde los inicios de la organización de las instituciones de gobierno en Roma, la fuente última de legitimidad de sus magistraturas residía en las asambleas llamadas comicios.
Inicialmente, existieron los comicios curiados. Estaban integrados exclusivamente por los patricios; únicos que, por revestir la titularidad de la civitas, ser ciudadanos, tenían derecho a intervenir en la resolución de los asuntos de la ciudad y del Estado.
La totalidad de los integrantes de la ciudad los ciudadanos se organizaba en 30 curias; que eran en sí mismas unidades de votación, es decir que primero debía alcanzarse una decisión dentro de cada curia, y luego se computaban los 30 votos del conjunto de las curias. Tradicionalmente, los comicios curiados eran los electores del rex, los que aprobaban las leyes propuestas por los magistrados, los que declaraban la guerra, y los que actuaban como tribunal de justicia en los casos más trascendentales.
Las curias eran una circunscripción militar, a la vez que territorial. Cada curia debía proveer al ejército 100 soldados de infantería y 10 a caballo. El ejército se componía, en consecuencia, de 3000 soldados infantes y 300 caballeros, organizados en legiones; a partir del cual Roma comenzó su prolongada historia de acciones guerreras.
De acuerdo con los preceptos religiosos, los comicios curiados solamente podían reunirse en los dias fastos señalados por los cónsules, cuando los augures determinaban que podrían inaugurarse.
Los comicios centuriados surgieron a consecuencia del proceso constitucional que llevó a la caída de los reges; para cuando la participación de la plebe en el ejército había llevado a que constituyera una asamblea en que participaban tanto patricios como plebeyos. Su nombre derivó, consecuentemente, de que el ejército se componía de centurias, a cada una de las cuales se asignó un voto.
La crónica histórica romana atribuyó el establecimiento de los comicios centuriados a reformas efectuadas por el sucesor de Tarquino el antiguo, Servio Tulio en las instituciones políticas de la constitución de Roma; pero lo más probable es que hayan sido resultado de un proceso evolutivo bastante extenso.
Los comicios centuriados que no estaban condicionados a reunirse conforme a los preceptos religiosos paulatinamente asumieron las atribuciones más acordes con su integración militar; especialmente lo relativo a la guerra y la paz, y a la aprobación de leyes de importancia para el Estado; en tanto que los comicios curiados fueron quedando solamente a cargo de los temas de índole religiosa.
En la época de Servio Tulio se introdujo en los comicios centuriados una reforma, estableciendo el llamado voto censitario; mediante el cual el número de votos se ajustaba según la riqueza. De modo que a partir de ello y durante alrededor de 700 años  los comicios curiados, que constituían el fundamento de la legitimidad de las autoridades romanas, fueron dominados por los económicamente más dotados.
La reforma se hizo extensiva también al sistema de reclutamiento del ejército. En contrapartida de su mayor influencia en los comicios, quienes contaban con más medios económicos debieron prestar servicios más extensos en las legiones del ejército; así como pagar más impuestos para sustentarlo. Los carentes de recursos fueron eximidos del servicio militar, como de los tributos fiscales.
La reforma de Servio Tulio apuntó a debilitar el poder político de la antigua nobleza formada por el patriciado de origen latino y agrícola, otorgando preeminencia a los nuevos pobladores de origen “extranjero”, mayoritariamente comerciantes e industriales de origen etrusco; pero al mismo tiempo excluía a los plebeyos no pudientes de toda incidencia en las decisiones de los comicios centuriados.
La estructura social y religiosa del patriciado romano se basaba en la jerarquía familiar absoluta del pater familias, investido de la autoridad de la patria potestas. En base a ella, ejercía una autoridad ilimitada sobre su esposa, hijos, demás descendientes y clientes, que le debían total obediencia; al punto que podía juzgar su conducta y castigarlos hasta con la esclavitud o la muerte.
Además de una unidad económica  puesto que el pater familias disponía de todo el patrimonio familiar a su exclusivo arbitrio  la familia romana era igualmente una unidad religiosa, fundada en el culto a los antepasados, los manes. El fuego sagrado que simbolizaba la tradición religiosa familiar, debía arder permanentemente en el altar de los dioses donde se ofrendaba el pan y el vino durante los cultos domésticos.
Adicionalmente a los manes, la familia romana rendía culto a los lares y a los penates; espíritus guardianes de los campos cultivados y de las despensas.
La religión doméstica era la que determinaba el vínculo familiar, haciendo que la mujer al casarse debiera abandonar la de su familia, para adoptar la de la familia de su marido, dejando de pertenecer a la familia de sus padres y hermanos.
Aparte de las religiones familiares y de las gentes, exisía la religión oficial del Estado romano, que era común para todos los ciudadanos. Era una religión politeísta y antropomórfica, en cuanto contaba con diversos dioses a los que se asignaba forma humana.
La religión originaria de los pueblos itálicos era sumamente primitiva; por lo cual, además de la importante influencia etrusca, la religión romana recibió una gran influencia griega por medio del contacto con la civilización de las ciudades de la Magna Grecia; dando lugar a la adaptación de sus mitos y leyendas.
Los dioses romanos más importantes eran:
Júpiter — el equivalente romano del Zeus griego, que siendo dios del cielo, del aire y del trueno, ocupaba en nivel superior entre todos los dioses.
Juno — esposa de Júpiter con quien compartía el reinado sobre los dioses; equivalente por tanto a la Hera de los griegos.
Marte — dios de la guerra que, según la leyenda romana, había sido el padre de los mellizos Rómulo y Remo; por lo cual se le consideraba protector de la ciudad y origen de las virtudes guerreras y viriles de los romanos.
Vesta — diosa del hogar ciudadano, y por tanto protectora del espíritu tradicional de las familias, por lo cual cada familia tenía en su casa un santuario de Vesta con un fuego sagrado siempre encendido (de donde proviene, precisamente, la palabra “hogar”). Seis sacerdotisas vírgenes tenían a su cargo preservar el culto de Vesta y conservar en su templo principal el fuego siempre encendido. Estas sacerdotisas eran elegidas entre las hijas de las familias romanas más ilustres, debiendo servir como tales durante 30 años en que debían guardar castidad; por cuanto de violar ese voto o descuidar el fuego sagrado, eran condenadas a ser enterradas vivas.
Juno — dios que tenía la facultad de conocer tanto el pasado como el porvenir, por lo cual era representado con una cabeza de dos caras; guardián de las puertas de la ciudad y de aquellas de las casas de los romanos. En su templo las puertas se abrían en tiempo de guerra y se cerraban en tiempo de paz, a causa de una leyenda conforme a la cual el dios podría salir del templo que habitaba si era necesario para proteger las puertas de la fortaleza romana. El nombre de Jano es origen de la designación del mes de Enero, en latín Januarium, trasuntado en muchos idiomas como en January y Janeiro; porque se le atribuía también ser el dios de todo lo que se iniciaba.
Saturno — dios de la vegetación y de la agricultura al cual los campesinos rendían culto en unas fiestas anuales llamadas “saturnales”.
Neptuno — dios de las aguas y el mar, representado portando un tridente con el cual pescar.
Vulcano — dios del fuego.
Plutón — dios de los dominios de los muertos.
Mercurio — dios del comercio, representado con los pies sobre una rueda alada.
Venus — diosa de la belleza femenina.
Minerva — diosa de la inteligencia.
Ceres — diosa de las cosechas.
La religiosidad de los romanos tenía importantes componentes de índole superticiosa, en su gran parte provenientes de la influencia etrusca; como la de practicar la adivinación mediante la búsqueda de indicios de la voluntad de los dioses.

Los procedimientos de adivinación se basaban en el examen de las vísceras de los animales sacrificados en el altar de los dioses, y en la interpretación del vuelo de las aves. Los especialistas en la adivinación mediante el estudio de las vísceras se denominaban arúspices; en tanto que los augures realizaban los “augurios” mediante la interpretación del vuelo de las aves.

A los arúspices correspondía lo relativo a los prodigios; hechos de producción excepcional como los terremotos y los desastres climáticos. Los augures se ocupaban preferentemente de escrutar el futuro en relación a los hechos políticos y especialmente militares, con particular referencia a los momentos previos a las grandes batallas; de manera que casi ninguna decisión importante de gobierno era tomada sin consultarlos previamente. Los augures determinaban los días fastus en los cuales las actividades públicas serían beneficiosas, y los días nec fastus en los cuales esas actividades quedaban interdictas.

El culto religioso se expresaba en ceremonias de ofrendas consistentes en presentar a los dioses alimentos u objetos valiosos; y también mediante las libaciones. El sacrificio de animales como cerdos, ovejas o toros, precedía al acto de la adivinación mediante el estudio de sus vísceras.

La dirección del ceremonial religioso estaba a cargo de sacerdotes, que salvo en casos especiales como el de las vestales eran simples ciudadanos. Los sacerdotes se agrupaban en colegia, de los cuales el de los Pontífices, encabezado por el “Pontífice máximo”, tenía el cometido de velar por la conservación de la pureza de la religión.

Siglo VI a.C.
La política de afirmación del poder real y el apoyo a los estratos sociales excluidos de la organización gentilicia desencadenaron la revuelta del patriciado que en el año 509 a.C. consiguió expulsar al último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio (534-509 a.C.), y sustituir seguidamente el régimen monárquico por uno nuevo de carácter colegiado, la res publica, o dicho en otras palabras, la República romana. Por consiguiente, el año 509 a.C. marcó el fin de los mandatos unipersonales del monarca dando lugar al gobierno de dos cónsules, jefes anuales del Estado y del Ejército, como representantes del conjunto de los ciudadanos. A partir de entonces, la aristocracia patricia dominaría la política, la religión y el Derecho, debido a que solamente sus miembros reunían los requisitos para poder acceder a las más altas magistraturas, al Senado y a los cargos sacerdotales.
La historiografía antigua, es decir, la analística romana, ofreció un conjunto de relatos heroicos con el único propósito de aportar una imagen de una Roma que progresivamente se engrandecía, y que concentró en el año 509 a.C. el lento proceso de creación de un nuevo orden constitucional. En este sentido, la ausencia de fuentes contemporáneas no hace sino que los dos primeros siglos de la República romana sean un periodo repleto de lagunas y de controversias, si bien contamos con los datos aportados por la arqueología y documentos dispersos para tratar de resolverlas.
Recién instaurado el régimen republicano, el expansionismo que practicó Roma a lo largo del siglo V a.C. transformó radicalmente sus bases políticas y económico-sociales.
En la centuria y media en que fue gobernada por reyes, y sobre todo cuando los etruscos debieron consolidar su hegemonía sobre las ciudades del Lacio para atender a su defensa contra las invasiones de los galos en la llanura del Po, Roma consiguió reemplazar aquella hegemonía por la suya propia.
La situación interna de Roma no pasó ni mucho menos desapercibida entre sus vecinos. Según la tradición historiográfica, Tarquinio el Soberbio recurrió al apoyo de las ciudades etruscas para lograr que le repusieran por la fuerza en el poder, si bien es posible poner en duda el papel que se le otorga al antiguo monarca en los sucesivos conflictos.

Servio Tulio (578 a 534 A.C.)
Dio entrada en el ejército a todos los propietarios, ya fuesen patricios o plebeyos; solamente quedaban excluidos los que no podían costearse el equipo militar. Reorganizó el ejército tomando como base el patrimonio económico de cada ciudadano, según una división en 5 clases en función de su situación económica y sus equipos eran:
Clase I, eran los que ganaban más de 100.000 ases, llevaban yelmo, coraza, grebas, escudo redondo metálico (clipeus, la versión romana del hoplón), espada y lanza larga con regatón.
Clase II,  ganaban 75.000 ases, tenían que costearse un yelmo, un escudo rectangular de madera (scutum), grebas, un pectoral, una lanza y una espada.
Clase III, ganaban 50.000 ases, llevaban yelmo, escudo rectangular, podían llevar placa pectoral, el escudo de madera (scutum) más corto, espada y lanza.
Clase IV, ganaban 25.000 ases, no llevaban casco, el escudo era de madera más pequeño. Llevaban una lanza y una jabalina. Se les denominaron acenti.
Clase V, ganaban 11.000 ases, solo llevaban hondas o arcos. Se les denominaron leves.
Capitecensi, eran hombres no armados que servían como armeros, herreros, trompeteros y similares.
Clases de soldados de Servio Tulio: de izquierda a derecha: équite o jinete, clases I a V.

Los soldados de cuarta y quinta clase, se empleaban como escaramuzadores, delante de la falange, al replegarse, formaban  dos filas detrás de la falange.
Por encima de ellos estaban los équites, que eran la aristocracia del ejército, y agrupaba a los ciudadanos con fortunas por encima de 100.000 ases. Estaban armados de yelmo, lanza de acometida, grebas y espada larga.
Clases de infantes de Servio Tulio de izquierda a derecha: clase I similar a los hoplitas con yelmo, coraza, grebas, escudo de metal, lanza y espada; la clase II con yelmo, escudo de madera, grebas y pectoral (opcional), lanza y espada; la clase III con yelmo, pectoral (opcional), escudo de madera, lanza y espada; clase IV solo escudo de madera (opcional), lanza y jabalinas; clase V honda u arco o venablos.

Para facilitar el reclutamiento dividió la ciudad en cuatro tribus urbanas: la Palatina, la Collina, la Esquilina, y la Suburbana, y los hombres en dos categorías: iuniores (de 15 a 45 años) empleados en el servicio activo y seniores (de 45 a 60 años) quienes formaban el ejército de reserva y pasarían a ser denominadas posteriormente legiones urbanas, los infantes que habían servido 20 veces durante 6 meses y la mitad si fuesen jinetes, estaban exentos.
El número de centurias en cada clase variaba, de forma que había 80 en la primera clase, 20 en las clases segunda, tercera y cuarta, y 30 en la quinta clase; en total eran 170 centurias de combatientes de infantería en total 17.000 efectivos. A las que hay que sumar los équites o jinetes que eran 10 turmas (300 jinetes) por legión.
El ejercitó contó entonces con 4 legiones, y el mando ya no sería el rey sino dos cónsules nombrados, si estaban juntos, el mando lo ostentaban en días alternos. La legión fue la unidad táctica militar y dentro de ella se distinguían: la infantería pesada (clase uno a tres), la infantería ligera (clase IV y V acenti y leves) y la caballería. La legión se dividía en centurias. Estuvo compuesta de 4.200 soldados de infantería (al añadir a los 3.000 de la época anterior 1.200 soldados armados con palos y hondas, los acenti y leves) y 300 de caballería. Servio Tulio agregó además 2 centurias de obreros (fabri) con la misión de transportar las máquinas de guerra y 3 centurias de corneteros y trompeteros (cornicines, tubicines).
Ejército romano-etrusco siglo VI AC: 1 soldado clase I; 2 soldado clase II; 3 soldado clase IV, 4 hondero clase V; 5 cornicen o trompetero

La legión seguía siendo de una formación de 3.000 hombres divididos en 10 grupos de 50 hombres con un fondo de 6 filas al principio, 8 cuando se replegaran la la clase IV y V. Una centuria eran 2 filas de 50 hombres y estaban mandadas por un centurión que mandaba la primera fila y un optio que mandaba la segunda. Cada centuria tenía como distintivo un haz de heno atado y alzado en el campo de batalla al que llamaban manipulo, pero a diferencia de la falange podían aumentar los intervalos entre las clases, dándoles mayor profundidad y movilidad flexibilidad, estas centurias homogéneas se les denominaron acies, y empezó a denominarse la formación en tripex acies. 
A finales del año 509 a.C., un ejército etrusco formado por las tropas de las ciudades de Veyes y de Tarquinia, y capitaneado, teóricamente, por Tarquinio el Soberbio y Arrunte como segundo al mando de la caballería, marchó decididamente contra Roma. El ejército romano le salió al paso a las afueras de Roma con los cónsules Publio Valerio Publícola al mando de la infantería y Lucio Junio Bruto al mando de la caballería. 
Como prólogo existió un duelo singular entre Arrunte y Bruto que concluyó con ambos heridos de muerte. A continuación, chocaron sendos ejércitos. El ala derecha del ejército romano comandada por Publícola derrotó magistralmente a las tropas de Veyes, mientras que el ala izquierda adoleció notablemente la falta de liderazgo a causa de la baja de Bruto y fue derrotada por las tropas de Tarquinia al mando de dos hijos de Tarquinio el Soberbio, Sexto y Tito.
La batalla acabó con cuantiosas bajas en ambos ejércitos, retirándose los dos a sus respectivos campamentos. Publícola optó entonces por arriesgarse al asalto nocturno logrando poner en fuga a los etruscos. No obstante, el ejército romano logró la victoria por la mínima.
En el 508 a.C. Lars Porsenna, rey etrusco de la ciudad de Clusium, decidió atacar Roma tras ser incitado por Tarquinio el Soberbio. Además de su ejército contaba con el apoyo de la ciudad de Gabii, de la ciudad latina de Tusculum, cuyo dictador, Octavio Mamilio, era yerno de Tarquinio el Soberbio, y de algunos mercenarios.
El primer obstáculo de Lars Porsenna fue la recién creada colonia de Sigluria en cuyo apoyo acudieron los cónsules Publícola y Espurio Lucrecio Tricipitino. Los romanos fueron derrotados, ambos cónsules heridos y la pequeña colonia arrasada.
En esa época Roma se encontraba situada en la orilla oriental del Tíber, y únicamente tenía en la otra orilla un puesto defensivo avanzado en el monte Janículo. Lars Porsenna tomó este monte para derrotar a continuación al ejército formado junto al Tíber. La lucha fue brutal pero finalmente el ala izquierda romana cedió después de que sus comandantes fueran heridos, lo que provocó el pánico en el resto del ejército provocando que huyeran de vuelta a Roma a través del puente Sublicio.
Según relata la Crónica cumana, una tradición literaria de origen griego, en torno al año 505 o 504 a.C. la dinastía gobernante en Roma fue expulsada por Lars Porsenna que desde la ciudad etrusca de Clusium procuró extender su poder sobre todo el Lacio, frente a la Liga Latina, formada por 29 ciudades, y sobre la Campania, frente a las ciudades griegas entre las que prevalecía Cumas. La alianza de la Liga Latina y el tirano de Cumas, Aristodemo, rompió con los planes de conquista tras la derrota del hijo de Porsenna, Arrunte, en la ciudad latina de Aricia –en la actualidad el barrio de Ariccia, en Roma–. Porsenna se refugió entonces en Roma, donde, bajo su protectorado, la aristocracia patricia romana puso en funcionamiento el nuevo régimen republicano. La posterior muerte de Porsenna iba a dejar a Roma enfrentada a la Liga Latina.

La Liga Latina se alzó contra Roma a instancias de Tarquinio el Soberbio. Esta ruptura envalentonó a los exiliados fidenates que en el año 500 a.C. consiguieron reconquistar Fidenae y posicionarla contra Roma. Un año más tarde hubo un intento de recobrar Fidenae, pero el sitio fracasó.
Se sucedieron los intentos de uno y otro bando sin que ninguno lograra una ventaja significativa. Pero la preocupación romana iba en aumento, por lo que se optó por nombrar a un dictador extraordinario en la persona de Aulo Postumio Albo, quien, secundado por Tito Ebucio Helva, fue capaz de reunir un ejército de 23.700 infantes y 1.000 jinetes.
Octavio Mamilio, líder de Tusculum, era el principal impulsor de la Liga Latina anti romana. El ejército latino contaba con 40.000 infantes y 3.000 jinetes, y entre sus filas figuraban un buen número de romanos exiliados.
La batalla decisiva tuvo lugar en las proximidades del hoy desaparecido lago Regilo, donde ambos bandos se lanzaron animosos a un combate que resultó extremadamente duro. Carecemos de fuentes que permitan datar con exactitud la contienda, si bien es posible situar el conflicto en el año 496 a.C. siguiendo la información que nos aporta Tito Livio –en realidad, la batalla del lago Regilo podría ser un conflicto legendario pues son muy exiguas las fuentes que den testimonio de este acontecimiento.
Coroliano recibiendo a las madronas romanas. Éstas encabezadas por su esposa y por su madre le suplican que levante el asedio de Roma. Óleo de Raphael Lamar. Los trajes y los uniformes no se corresponden con la época.

Tarquinio resultó prontamente herido cuando atacó a Postumio. Mientras tanto, Ebutio atacó a Mamilio, pero fue herido en el brazo, mientras que Mamilio sufrió una herida menor. Las tropas de Tarquinio el Soberbio, integradas por exiliados romanos, comenzaron a hacer retroceder a los romanos, y Marco Valerio, un destacado aristócrata romano, cayó atravesado por una lanza cuando intentaba dar muerte a Sexto. En ese momento, Postumio llevó tropas de refresco de su propia guardia personal al frente de la batalla. Mamilio fue derrotado seguidamente por Tito Herminio, quien falleció inmediatamente después.
Postumio ordenó a los caballeros que desmontasen y atacaran a pie, y pronto los latinos acabaron por verse forzados a retirarse. El campamento latino fue asimismo capturado por los romanos. Postumio y Ebutio pudieron regresar a Roma con los honores del triunfo. A partir de ese momento, el primero fue conocido con el sobrenombre de ‘Regillensis’.
Hay que traer a colación que una leyenda afirmaba que los Dioscuros, Cástor y Pólux, habrían ayudado al ejército romano en su victoria, transfigurados como dos jóvenes caballeros, y que Postumio habría ordenado levantar un templo en su honor en el Foro –esta batalla sería considerada por Roma como un acontecimiento decisivo para lograr el afianzamiento de la República, por lo que no es de extrañar la inclusión de elementos divinos en el relato posterior.
Al año siguiente, se tomó Fidenae y se emprendió una limpieza de bandas de latinos insumisos.
Fue en el año 493 a.C. cuando los conflictos concluyeron con la firma del foedus Cassianum.

Siglo V a.C.
Poco después, y a lo largo de casi todo el siglo V a.C., Roma mantendría una guerra federal contra los ecuos, los volscos y los sabinos, todas ellas poblaciones apenínicas que subsistían gracias a la caza y al pastoreo y que emprendieron varias incursiones en las ricas y fértiles tierras del Lacio.
La guerra de los ecuos nos muestra en la persona del dictador Cincinato lo que era entonces un jefe romano. En el año 458 a.C., después de haber cercado al enemigo y terminado la guerra en dieciséis días, volvió a su campo, en las proximidades del Tíber, y continuó modestamente las faenas agrícolas.
En lo que se refiere a las relaciones con los sabinos, a mediados del siglo V a.C. el expansionismo romano por territorio sabino y la forma de acuerdos comerciales pusieron fin al problema.
Las guerras con los volscos requirieron que el patriciado romano debiera efectuar sucesivas concesiones políticas a la plebe, sobre todo cuando al volver del combate los ejércitos integrados por los plebeyos amenazaron con sublevarse. El caso más significativo fue la sublevación del monte Sacro a fines del 493 a.C., durante la cual los soldados rehusaron retornar a sus hogares y amenazaron con fundar una nueva ciudad en ese lugar, lo que culminó con la concesión del derecho de designar dos tribunos de la plebe que, aunque no conformaron una magistratura integrada al sistema del Estado, se convirtieron en adelante en propulsores de los intereses de los plebeyos.

Entre los episodios de los permanentes conflictos entre romanos y volscos destaca la traición de Cayo Marco Coriolano, un gran militar de condición patricia que, malquistado con la plebe, había sido desterrado a instancias de los tribunos. Coriolano se pasó entonces al bando de los volscos, a los que había sometido desde el 493 a.C. con la conquista de Corioli, bajo cuyo mando llegaron a poner sitio a Roma. Pero cuando su madre le reprochó la traición a la patria romana, ordenó a sus soldados levantar el sitio, si bien esta fue la causa de que los volscos lo condenaran a muerte.
Al mismo tiempo que los griegos de Oriente se preparaban para afrontar una gran lucha contra los persas, los griegos de Occidente, dirigidos por Geón de Siracusa, derrotaban a la flota cartaginesa dirigida por Amílcar, hijo de Magón, y obligaban a Cartago a romper la coalición etrusca, siendo la consecuencia inmediata de esta ruptura el fin del poder marítimo de Etruria. La victoria de Cumas, lograda por Hierón, aliado de los romanos, sobre los etruscos, les arrebató el dominio del Tirreno en el 474 a.C.
Pero la ruptura de la liga etrusco-fenicia no es suficiente para explicar el rápido decaimiento del poderío marítimo etrusco. Es decir, habría que añadir además los elementos que galos y romanos ofrecieron al dominio etrusco en el continente.
Fuera de los compromisos comunes con la Liga Latina, Roma puso en funcionamiento una política expansionista de forma independiente. La poderosa y cercana ciudad etrusca de Veyes extendía sus dominios hasta el Tíber. Esa proximidad entre las dos localidades acrecentó sobre manera la enemistad entre ambas por el control en la explotación de las salinas del Tíber y el dominio de las rutas comerciales. Según la tradición historiográfica, el conflicto armado entre Roma y Veyes comenzó en el 483 a.C. con motivo de la posesión de Fidenae, plaza vecina de Roma en manos de Veyes, y el control del valle de Cremera.
Tras varios años de contiendas, Roma logró sus primeros éxitos con el dominio de la orilla derecha del Tíber, el control de las salinas y la anexión de Fidenae en el 426 a.C. Estos éxitos empujaron al entonces dictador extraordinario Marco Furio Camilo a emprender la ofensiva final con el asedio de Veyes, lo que ocurriría en el 396 a.C. tras una legendaria resistencia de diez años por parte de la ciudad etrusca –en realidad, el conflicto contra Veyes fue el primero de larga duración–. Veyes sólo obtiene el apoyo de las ciudades etruscas de Capua, Falerii y Tarquinia, mientras que la también etrusca Caere, apoya a los romanos. El dictador de Roma derrotó en Nepi a los dos aliados y prosiguió el asedio con tal vigor que antes de llegar al término de su dictadura, la ciudad fue conquistada. La construcción de una galería subterránea que, desde el campo de los sitiadores conducía al gran templo de Juno, decidió la definitiva caída de Veyes. Las fuentes añaden a la construcción de la galería, la de la obra que dio por resultado el repentino desbordamiento del lago Albano. No obstante, esta conexión de ambos recursos de guerra es imaginaria, debido a que no era posible que un trabajo tan colosal pudiera llevarse a cabo en pocos meses, sobre todo cuando las necesidades del sitio tenían ocupada a la mayor parte de la juventud romana.
A partir de este momento, el Estado tomaría a su cargo el pago del estipendio militar, cuyos fondos debían suministrar las décimas del agro público que ya se exigieron con cierto rigor. Y merced a esta importante novedad, Roma podría prolongar cuanto quisiese sus contiendas.
Los habitantes de Veyes fueron vendidos como esclavos y el territorio de la ciudad fue confiscado y repartido entre los colonos romanos. No obstante, el fructífero triunfo resultó contraproducente porque surgieron en Roma graves disidencias en cuanto a su aprovechamiento. Patricios y plebeyos adinerados pretendieron arrendar esas tierras al Estado para ser cultivadas por los vencidos convertidos en esclavos. Pero el descontento que ello produjo en el resto de la plebe determinó que finalmente se concedieran pequeñas parcelas a algunos de sus integrantes, lo que no resultó suficiente para zanjar las disputas entre los plebeyos.
Con la conquista de Veyes, Roma consiguió duplicar su territorio hasta alcanzar una extensión de 2.500 kilómetros convirtiéndose de esta manera en la ciudad más importante de todo el Lacio.

La República consular.
Aunque no existen casi elementos documentales que permitan establecer con cierta objetividad el proceso que determinó la caída de la reyecía en la Roma primitiva; ocurrida aproximadamente hacia fines del siglo VI a.C., luego de haber conducido el surgimiento y la expansión de Roma durante un siglo y medio; cabe suponer que ello haya sido resultado del enfrentamiento político de la antigua nobleza patricia y agraria de origen latino, con los ascendientes sectores más modernos, de origen principalmente etrusco.
El régimen de los reges fue sustituido por la república de los Cónsules, igualmente electos en los comicios, pero cuyo mandato solamente duraba un año; pero aunque este sistema republicano rigió durante cinco siglos, hasta que Augusto inauguró el Imperio, su sistema constitucional tuvo una evolución marcada por numerosas reformas en gran medida resultantes de importantes luchas civiles.
La nueva República Consular romana, que aparentemente había sustituido un rex por dos cónsules, en realidad lo sustituyó por el Senado. En términos constitucionales modernos, se debilitó enormemente el “poder ejecutivo”, para otorgar la autoridad al Senado.
El Senado, integrado por los jefes de las antiguas gentes, era representativo de la oligarquía patricia. Pero se evidenció incapaz de gobernar eficazmente, y sobre todo, de defender la ciudad contra sus numerosos enemigos. La ciudad que los siete reges habían hecho crecer, expandirse y enriquecerse durante un siglo y medio, ya ni figuraba como centro económico de trascendencia en el área del mar Mediterráneo, medio siglo después de implantarse el consulado y el predominio senatorial.
El historiador romano Polibio, recogió el texto de un Tratado entre Roma y Cartago, suscrito en el primer año de la República Consular, por el cual Roma renunciaba a navegar y comerciar en todo el Mediterráneo oriental en beneficio de la colonia de origen fenicio; tan sólo a cambio del compromiso cartaginés de no interferir en la zona del Lacio. Un Tratado que evidenciaba la necesidad de Roma de renunciar a sus ambiciones de desarrollo marítimo, ante la urgencia de atender las rebeliones en sus territorios próximos, comprometiendo a los cartagineses a no intervenir. Aunque la Historia determinaría que llegado su momento, Roma volvería a ocuparse de Cartago.
Al debilitamiento político y militar de Roma, sucedió de inmediato una rebelión de los pueblos etruscos, que invirtió los términos del dominio, quedando Roma bajo el dominio etrusco durante algunos años; aunque a principios del siglo V a.C. Roma había recuperado su independencia.

La vida política en la Roma consular.
La República consular tuvo una vida política interna pautada por la oposición entre la oligarquía patricia de origen latino, y los llamados “plebeyos” — es decir, los que no pertenecían a las gentes tradicionales — mayoritariamente de origen etrusco. Ello fue agravándose a medida que se sucedían las guerras infructuosas.
Se formó una conjunción entre los plebeyos adinerados y los más desposeídos; sobre la base de postular leyes que aliviaran la situación de los deudores (que por las normas vigentes caían en la esclavitud) y para restablecer el poder político de los antiguos comicios, debilitados frente al Senado.
El poder de los plebeyos se incrementó a consecuencia de la reforma realizada en el año 495 a.C., determinando la división de la población de la ciudad en 21 tribus que debían percibir los impuestos de guerra y levantar las tropas. Los jefes de estas tribus adquirieron así un cierto poder político, lo que en el transcurso de algunos años les permitió imponer al patriciado la creación de nuevos magistrados, llamados tribunos de la plebe, originariamente 4 que en el año 471 a.C. fueron aumentados a 5.
La elección de los tribunos de la plebe era realizada por una asamblea distinta de los comicios curiados y de los comicios centuriados, los comicios por tribus o comicios tribados; donde no pesaba el voto censitario ni la necesidad de autorización ni de rituales religiosos para reunirse.
Esas modificaciones institucionales se vieron reforzadas progresivamente. Primero, se crearon otros magistrados llamados ediles, especie de asistentes de los tribunos. Luego, se otorgó a los tribunos un derecho de veto respecto de las decisiones del gobierno; y finalmente se les permitió proceder a la convocatoria de los comicios tribales toda vez que lo creyeran conveniente.

El decenvirato.
El continuo incremento de poder político de los plebeyos frente a los patricios romanos, permitió que en el año 462 a.C., el tribuno Terentilio Arsa propusiera una ley limitando los poderes de los cónsules; lo cual desató una grave crisis política que se prolongó por más de una década.
Como conclusión de los conflictos institucionales, finalmente se suprimieron todas las magistraturas y asambleas, y se estableció una especie de Consejo de diez magistrados, los decenviros; a los cuales que encargó a la vez ejercer el gobierno y preparar una nueva constitución.
Los primeros decenviros cumplieron su misión en un año; formulando lo que se conoce como la Ley de la X Tablas. Sin embargo, el espíritu componedor de su propuesta terminó por desagradar a todos los bandos; tanto por la eliminación de los poderes del patriciado como por la de las magistraturas plebeyas.
Se incorporaron entonces, en el año siguiente, 3 nuevos decenviros, originarios del sector plebeyo; lo cual llevó a los patricios, temerosos de perder posiciones, a aprobar leyes que adicionaron dos tablas más, prohibiendo los matrimonios entre patricios y plebeyos, originándose así la célebre Ley de las XII Tablas, que constituye un antecedente esencial del Derecho Romano.
Descontentos patricios y plebeyos con la labor de las decenviros, aunque persistiendo sus diferencias, acordaron abolir el decenvirato; aprovechando la circunstancia de la derrota de los 8 decenviros que comandaban a las legiones romanas en la guerra contra los sabinos y ecuos, en el año 449 a.C. Dando comienzo a una práctica que Roma volvería a presenciar, las legiones se sublevaron, marcharon sobre Roma y abolieron el decenvirato restableciendo la constitución anterior.

De todas maneras, la obra legislativa civil y penal realizada por el decenvirato perduró en Roma durante siglos; pasando a constituir el fundamento de su ordenamiento jurídico y social que constituye la esencia del legado de Roma a la civilización occidental.

Mientras los ataques externos se atenuaron y casi desaparecieron en la segunda mitad del siglo V a.C., las disidencias políticas internas siguieron pautando la historia de Roma.
En el 444 a.C., el tribuno Canuleyo propuso derogar la ley que prohibía el matrimonio entre patricios y plebeyos; al tiempo que otros reclamaban que los plebeyos también pudieran ser nombrados cónsules.
El patriciado, que dominaba en Senado, prestó aprobación a la lex canuleya, que por otra parte permitía a los patricios acceder a las riquezas de muchos plebeyos mediante el matrimonio. Se esperaba que esa concesión llevara a retirar la pretensión plebeya de acceder al consulado; pero no fue así. De modo que, en algunas oportunidades, el Senado permitió que en vez de dos cónsules se eligieran tres tribunos militares, investidos de consulari potestate (potestad consular); pero los plebeyos insistían en designarlos todos los años.
Finalmente, Roma debió atender los acuciantes problemas militares, al estallar una sucesión de guerras, que incluse llevaron a la destrucción de la ciudad; aunque culminaron en su total predominio sobre el territorio peninsular italiano.


Las guerras itálicas; la destrucción de Veyes y la invasión de los galos.
Las “leyes licinias”
En el siglo y medio en que fue gobernada por los reges y sobre todo cuando los etruscos debieron aflojar su hegemonía sobre las ciudades del Lacio para atender a su defensa contra las invasiones de los galos en la llanura del Pó, Roma había logrado sustituir aquella hegemonía con la suya propia, y dar forma a la Confederación Latina.
Pero durante el siglo V a.C., las ciudades latinas debieron enfrentar la amenaza de los etruscos del norte que, conjurada la amenaza gala tentaban recuperar su antiguo poder y también de las tribus itálicas que desde los montes Apeninos incursionaban frecuentemente en los valles del Lacio.
Los sabinos ocupaban las estribaciones de los Apeninos hacia el nor-este; seguidos hacia el sur por los Ecuos; en tanto que los Volscos se desplegaban hacia el sur, en la zona de la Campania. Todos ellos eran poblaciones pastoriles, de ambicionaban ocupar las fértiles tierras del Lacio; y que repetidamente invadían los territorios latinos, obligando a Roma a mantener permanentes guerras defensivas; especialmente con los volscos.
Las guerras con los volscos requirieron que el patriciado romano debiera efectuar sucesivas concesiones políticas a la plebe; sobre todo cuando al volver del combate los ejércitos integrados por los plebeyos, amenazaron con sublevarse. El caso más importante fue la sublevación del monte Sacro, en el 493 a.C., en que los soldados se rehusaron a retornar a sus casas y amenazaron con fundar una nueva ciudad en ese lugar; lo que culminó con la concesión del derecho de designar dos Tribunos de la plebe, que, aunque no conformaron una magistratura integrada al sistema del Estado, se convirtieron en adelante en propulsores de los intereses plebeyos.
Entre los episodios de las permanentes guerras de romanos y volscos, se destaca la traición de Coriolano; un gran militar patricio que, malquistado con la plebe, fue desterrado a instancias de los tribunos. Coriolano se pasó entonces al bando de los volscos, bajo cuyo mando llegaron a poner sitio a Roma; pero cuando su madre le reprochó su traición a la patria romana, ordenó levantar el sitio a sus soldados, aunque por eso luego fue condenado a muerte por los mismos volscos.
Aunque asediados por los galos, los etruscos también hostigaban a Roma desde el norte; especialmente desde la ciudad de Veyes. Hacia el año 410 a.C., el Senado romano determinó ir a la guerra contra la vecina ciudad de Veyes, que por otra parte contaba en sus alrededores con fértiles territorios.
Las guerras de conquista emprendidas por Roma, resultaban lucrativas, para los soldados que obtenían los beneficios de los saqueos, para el Estado que obtenía el tributo de los sometidos, los esclavos provenientes de las poblaciones vencidas, y las tierras “públicas” conquistadas, que generalmente terminaban en manos de la aristocracia. En el caso de la guerra contra Veyes, la necesidad de obtener soldados reclutados entre la plebe, para emprender dicho proyecto bélico, llevó al Senado a disponer que los que tomaran las armas, serían retribuidos. Pero como la guerra resultó excesivamente larga y por tanto costosa, el Senado acudió a la institución de la dictadura  a la cual se acudía en casos de grave peligro, con el objetivo de salvar al Estado y a sus instituciones  y designó a Marco Furio Camilo como dictator.
De tal modo, la guerra contra Veyes culminó finalmente con su total derrota y arrasamiento, anexando su territorio al romano (en vez de someterla a tributo, como era frecuente en esas épocas). El fructífero triunfo resultó contraproducente, porque surgieron en Roma graves disidencias en cuanto a su aprovechamiento.
Patricios y plebeyos adinerados pretendieron arrendar esas tierras al Estado romano, para ser cultivadas por los vencidos convertidos en esclavos; pero el descontento que ello produjo en el resto de la plebe determinó que finalmente se otorgaran pequeñas parcelas a algunos de sus integrantes, lo que no bastó para zanjar las disputas entre los distintos grupos de plebeyos.
Entretanto, jaqueada por las amenazas de etruscos e itálicos, hacia el año 450 a.C., Roma debió renunciar a su hegemonía sobre las ciudades próximas, reconocerles autonomía, y aceptar con ellas la formación de una Confederación en pie de igualdad. De todos modos, aunque el Estado romano no se extendía fuera de las murallas construidas por Servio Tulio, las ciudades conformaron una alianza en la que Roma aparecía como cabecera.
Los galos eran pueblos que habitaban buena parte del actual territorio de Francia, pero también en las riberas del Adriático, en la Galia Cisalpina, habitaban los llamados galos senones; un pueblo de guerreros mucho menos civilizados que los de la península italiana. Durante el siglo V los galos hostigaron continuamente a los etruscos en las llanuras del Pó, al norte de los Apeninos, obligándolos a debilitar su poder sobre las ciudades latinas. A principios del siglo IV a.C. los galos senones invadieron Etruria a través de los Montes Apeninos, dirigiéndose hacia el sur, donde durante cuatro años saquearon las poblaciones etruscas. Y luego, en 390 a.C., franquearon el Lago Trasimeno, hasta llegar a la ciudad etrusca de Chiusi, ya en dirección a Roma.
Los romanos enviaron apresuradamente un ejército contra los galos, el que fue totalmente derrotado en las costas del río Alia, tras lo que los galos cruzaron el Tíber y avanzaron sobre Roma. Presas del pánico, los romanos evacuaron a mujeres, niños y ancianos hacia ciudades vecinas, y se fortificaron en el Capitolio, al mando de Marco Manlio. Los senadores se negaron a abandonar la ciudad, y fueron asesinados por los galos en el interior del Senado, que procedieron luego a saquear y destruir la ciudad.
Según la tradición romana, los defensores del Capitolio pudieron rechazar el ataque de los galos gracias al aviso dado por los gaznidos de los gansos que habían encerrado en la fortaleza; dando lugar a la leyenda de “Los gansos del Capitolio”. Finalmente, el caudillo galo aceptó retirarse de Roma contra el pago de un importante rescate en oro, y los galos retornaron a los territorios del Pó.
La invasión de los galos tuvo importantes consecuencias para la historia romana. Por una parte, puso fin definitivo a la hegemonía etrusca en el Lacio; eliminando un importante rival de Roma. Pero, por otra parte, sometió a la República Romana a una grave humillación militar, que no fue pasada por alto por las ciudades de la Confederación Latina; las que de inmediato trataron de alzarse contra la hegemonía romana.
Asimismo, la destrucción causada por los galos hizo necesario emprender la reconstrucción de Roma, hecha en gran medida con los materiales de la destruida Veyes. Pero esa reconstrucción modificó la estructura urbana establecida por los reges; dando lugar a la formación de barrios de viviendas precarias en que se agrupó la plebe desposeída y endeudada, viviendo en condiciones miserables.
Ello trajo como consecuencia nuevos choques entre patricios y plebeyos. Manlio “Capitolino” - el jefe de la defensa del Capitolio - se erigió en líder de la plebe, demandando concesiones de tierras y alivio de las deudas. Pero fue acusado de intentar hacerse rey, y condenado a muerte.
De todos modos, el patriciado romano debió acudir a la plebe para reorganizar el ejército, frente a las enseñanzas recogidas de la derrota ante los galos, y a la necesidad de enfrentar el levantamiento de las ciudades latinas. Ello determinó concomitantemente el otorgamiento de nuevas concesiones hacia la plebe; que en el transcurso del siglo IV a.C. logró entre otras cosas el acceso a todas las magistraturas del Estado, y la aprobación de las leyes licinias que aliviaron las deudas y otorgaron tierras a los plebeyos.
A mediados del siglo IV a.C., el poderío romano en el Lacio se encontraba jaqueado; y en el interior la República patricia enfrentaba toda clase de dificultades.
Aprovechando el ocaso del poder etrusco en el norte, Roma procedió a ocupar los territorios del norte del río Tíber que fueron integrados al Estado romano; y ocupados por colonos respaldados por importantes fortificaciones militares.
Las dificultades militares y políticas llevaron también a que el Senado celebrara un nuevo tratado de “amistad” y “no agresión” con Cartago en el año 348 a.C. renovando el del año 510 a.C.
Con Cartago, Roma pactó reservar a los cartagineses el comercio con África y Cerdeña - ampliando sus anteriores reservas - a cambio de comprometerse a no intervenir en las costas italianas.
En el ámbito interior, 377 A.C. fueron electos en Roma, como Tribunos de la plebe, Licinio Estolón y Sextio Laterano, quienes propusieron las que fueron llamadas “leyes licinias”; mediante las cuales decían buscar la reunificación política de Roma. Proponían que preceptivamente uno de los dos cónsules fuera de origen plebeyo, se limitara la superficie de tierras públicas que podía poseer un ciudadano romano, y se repartieran las sobrantes entre el resto de la población plebeya.
Por diez años consecutivos los tribunos fueron reelectos, sin obtener aprobación para esas iniciativas; pero finalmente las leyes licinias fueron aprobadas a cambio de otras reformas, entre ellas la creación de un nuevo magistrado, el pretor que era en definitiva un juez civil y debía ser de origen patricio, y dos ediles curules, igualmente reservados a los patricios, cuyas funciones pueden asimilarse a las de los alcaldes municipales.

Disolución de la Confederación Latina.
En la Campania — territorio sumamente fértil situado inmediatamente al sur del Lacio — habitaba desde siglos un pueblo que los griegos habían llamado los oscos. Primero labradores, habían alcanzado importante desarrollo urbano; y aunque dominados sucesivamente por griegos y etruscos que les impusieron tributo, habían prosperado sobre todo sobre las costas.
En las montañas de los Apeninos, linderas con la Campania, habitaban los samnitas; un aguerrido pueblo que habían iniciado una penetración en los valles de la Campania. La expansión de los samnitas en la Campania, se había realizado en forma bastante pacífica, creándose algunas colonias en la llanura; aunque debido a que adoptaron rápidamente las pautas de los más civilizados griegos y etruscos, pronto entraron en conflicto con los propios samnitas montañeses.
Hacia el 344 a.C., los samnitas montañeses hostigaban a las propias colonias samnitas de los sidicinos y los campaneses; los que llamaron en su auxilio a la ciudad de Capua y luego a Roma.
La intervención romana se fundamentó esencialmente en preservar la Campania; de manera que a poco de iniciada la guerra, se pactó un armisticio condicionado a que los samnitas no pretendieran esos territorios. Los sidicinos y los campanenses, que habían sido dejados por Roma librados a su propia suerte, se consideraron traicionados. Capua, donde contaban con amplia simpatía, se alió a los campanenses en contra de Roma, con el resultado de que los romanos avanzaron sobre la Campania y colocaron a la ciudad de Capua bajo su dominio.
Preocupadas ante esa expansión del poderío romano, las ciudades aliadas de la Confederación Latina formularon pretensiones políticas, reclamando en el año 340 a.C. que se les asignara la designación de uno de los Cónsules romanos y de varios Senadores; lo cual determinó la negativa romana y el consiguiente estallido de la guerra con la Confederación.

La guerra desatada por las ciudades latinas fue propicia a los romanos. En la batalla de Trifanum, en la frontera entre el Lacio y la Campania, los romanos destruyeron al ejército levantado por los latinos. Como resultado, los romanos adquirieron un gran ímpetu militar, decididos a castigar a los rebeldes de forma definitiva; aprovechando por otra parte que los samnitas se veían constreñidos a enfrentar, junto con los griegos, unas invasiones provenientes del Epiro.
Quebrada militarmente la alianza latina, Roma decidió anexarse directamente los territorios del Lacio y de la Campania, disolvió la Confederación Latina quitando a sus ciudades toda autonomía, y estableció su monopolio comercial prohibiéndoles comerciar entre sí.
Se incorporaron directamente al territorio romano numerosas ciudades próximas; en tanto que otras como Capua, Cumas, Formia y Fondo recibieron el status de civitas sine sufragio; es decir, sus habitantes fueron equiparados a los ciudadanos romanos salvo en sus derechos políticos. Desde el punto de vista individual, adquirir la ciudadanía romana aunque fuera a los sólos efectos civiles, no políticos, les resultaba sin duda en esos momentos, sumamente ventajoso.
Con esta expansión, el territorio propiamente romano en la península alcanzaba a más de 6.000 kms.2, y 500.000 habitantes; en tanto otro medio millón lo formaban los territorios sometidos.

Primer guerra samnítica. La guerra de Nápoles.
La guerra con la Confederación Latina y la consolidación del dominio romano en el Lacio, provocó la reacción de los samnitas, que se habían visto obligados a tolerar la expansión romana en sus fronteras. Una vez desaparecida la amenaza exterior, encontraron un fuerte aliado en la ciudad de Nápoles, colonia griega fuertemente hostil a los romanos que recelosamente los veía acercarse a sus territorios.
Roma tomó entonces la iniciativa frente a la resistencia napolitana, encargando el Senado, en el año 327 a.C., al Cónsul Quinto Publilio Filón que sitiara Nápoles. Pero éste, a su llegada frente a la ciudad, se vio interceptado por el ejército samnita, aliado a Nápoles.
Las circunstancias colocaron entonces a Roma, en situación de lanzarse a la conquista del sur de Italia. Sitiada, Nápoles resistió todo el año 327; en tanto en los territorios cercanos se sucedían combates entre romanos y samnitas. El Senado romano adoptó entonces una decisión novedosa, que tendría enormes proyecciones institucionales abriendo el camino que condujo al Imperio: prorrogó el mandato anual de Quinto Publilio Filón, que fue así el primer Procónsul de la historia romana, para que continuara la guerra.
A fines del 326 a.C. Nápoles, al no haber recibido auxilios samnitas, no pudo continuar resistiendo el asedio romano. Hubo de licenciar a los soldados mercenarios y aceptar una guarnición militar romana; y si bien mantuvo su autonomía, hubo de aliarse militarmente a Roma. También en esto Roma inició un camino, al imponer al vencido condiciones que, no siendo terminantes, revelaron una gran sagacidad política.

Segunda guerra samnítica. La expansión romana en la Magna Grecia.
Vencida Nápoles, los ejércitos romanos no tuvieron inmediato interés en combatir con los samnitas; pero en 322 la plebe romana impuso el partido de la guerra. Un ejército romano invadió entonces el territorio samnita, para verse emboscado en un desfiladero denominado Caudio, donde 40.000 legionarios se vieron encerrados y debieron rendirse. Los samnitas liberaron a los romanos a cambio de condiciones sumamente duras: debieron entregar sus armas, dejar varios cientos de jóvenes rehenes, comprometerse a que Roma devolvería las tierras de Campania y no atacaría al Samnio; y además debieron desfilar en señal de humillación bajo un arco armado con lanzas; lo que ha originado la expresión idiomática de “pasar bajo las horcas caudinas”.
La humillación caudina de las legiones romanas no podía ser tolerada por el Senado. Decididos a derrotar finalmente a los samnitas, se realizó una reorganización del ejército y se formalizaron nuevas alianzas con Apulia y Lucania. Los samnitas, por su parte, no aguardaron pasivamente, sino que en el año 315 atacaron a las ciudades romanas de Campania.
La primera batalla importante fue librada en la frontera del Lacio, en Lautulas; donde los romanos fueron vencidos, dejando a merced de los samnitas a la ciudad de Terracina y en grave peligro toda la Campania.
Al año siguiente, un nuevo ejército romano logró, sin embargo, desalojar a los samnitas de la zona de Terracina; liberar a la ciudad de Lucera, y asegurarse toda la Campania. Ulteriormente, en el 313 a.C., arrojaron a los samnitas a sus montañas.
La guerra tuvo entonces un vuelco inesperado, porque los samnitas buscaron aliarse con los etruscos, los galos y los umbríos. Los debilitados etruscos, que se habían visto obligados a tolerar la expansión romana al norte del Tíber, se aliaron a los samnitas y aprovecharon a atacar a Sutrium, una de las ciudades latinas más allegadas a Roma.
La reacción de Roma no demoró. En el año 295, los ejércitos romanos comandados por los Cónsules Fabio Ruliano y Decio Mus, invadieron profundamente el territorio umbrío, y derrotaron al ejército de los coaligados en la batalla de Sentino, cerca del río Rubicón, en el año 295 a.C., con lo cual los romanos ocuparon más territorios etruscos y la Umbría. La derrota final del Samnio tuvo lugar en el año 290 a.C., cuando los ejércitos romanos penetraron en los territorios de la Confederación Samnítica, arrasando sus ciudades.
A finalizar el Siglo IV a.C., Roma se había convertido en el Estado más grande y poderoso de la península itálica, dominando desde el Arno las costas del Adriático y del Tirreno, hasta el sur de Nápoles, confinando con los territorios de las colonias griegas del mar Jónico.

La guerra de Tarento. Pirro.
Aún con la derrota de los samnitas, los etruscos y los galos retomaron la guerra contra Roma. En 285 a.C. atacaron a la actual Arezzo, camino del Lacio; lo que volvió a desencadenar alzamientos contra el dominio romano en Italia meridional. Finalmente Roma logró imponerse en el año 280 a.C., extendiendo su dominio hasta el Río Rubicón, donde fundó una nueva ciudad.
Por otro lado, algunas ciudades próximas a la colonia griega de Tarento bien al sur de la península italiana, temerosas de su expansión, acudieron a la protección romana. Para auxiliar a Turium, ciudad vecina de Tarento sitiada por los lucanos a instancia de ésta, Roma envió una flota al golfo de Tarento, lo que le estaba prohibido por un antiguo tratado; la cual fue hundida por los tarentinos, que incendiaron Turium.
Los romanos nombraron Cónsul a Quinto Emilio Barbula, con el mandato de sitiar a Tarento; pero éstos convocaron en su auxilio al Rey del Epiro, Pirro.
El rey Pirro poseía un ejército poderoso, en vista de emplearlo en calidad de mercenario; de manera que desembarcó en Italia al frente de 20.000 hombres, a principios del año 280 a.C. Tarento lo había convocado como mercenario; pero Pirro se sintió tentado a actuar por su cuenta, para fundar un imperio en Italia, por lo cual Tarento no aportó las tropas adicionales que había comprometido, ni obtuvo la colaboración de otras ciudades itálicas y griegas.
Las legiones romanas atacaron el ejército de Pirro en el año 280 a.C., en una planicie entre las ciudades griegas de Heraclea y Pandosia, pero fueron derrotadas principalmente por el empleo de elefantes de combate, que los legionarios romanos enfrentaban por primera vez, aunque igualmente infligieron al ejército mercenario muy graves pérdidas. Ante esa situación  y a pesar de que tropas samníticas y lucanas, enemigas de Roma; penetraron en el Lacio pretendiendo dirigirse directamente hacia Roma  Pirro optó por retirarse a Tarento, hasta la primavera del año 279 a.C.
En 279 a.C. Pirro volvió a enfrentarse con los romanos en la batalla de Asculum, venciéndolos, pero también a costa de volver a sufrir enormes pérdidas. Ocurrió entonces que los cartagineses aliados de los romanos  atacaron las ricas ciudades griegas de Sicilia; las que llamaron en su auxilio al único que estaba disponible: Pirro. La tentación de apoderarse de toda Sicilia para fundar allí su imperio, hizo que Pirro intentara pactar la paz con Roma. Unido a Cartago por sus antiguos tratados de alianza, y al impulso de la elocuencia del anciano, ciego y respetado senador Apio Claudio, el Senado romano reforzó su alianza con los cartagineses, condicionando la aceptación de la oferta de paz de Pirro a que se retirara definitivamente de territorio italiano. Roma abandonaba a Sicilia en manos de Cartago, a cambio de posesionarse de todo el sur de Italia.
Obligado a combatir en los dos frentes, Pirro atacó en Sicilia en el año 278, sólo con la mitad de sus fuerzas. Si bien logró expulsar a los cartagineses y trató de imponer su dominio en Sicilia, tropezó con la grave resistencia de sus “defendidos” a sometérsele; en tanto que Tarento, asediada por los romanos, requería su presencia. En cuanto dejó Sicilia para acudir a Tarento, los cartagineses la recuperaron; y entretanto Pirro fue derrotado por los romanos en la batalla de Benevento, en el 275 A.C. De tal manera, Pirro, desalentado por la falta de apoyo recibido de las ciudades griegas que lo habían convocado, decidió abandonar la empresa, e ir a combatir a los macedonios en el Epiro; donde poco después, luego de tantas batallas, resultó muerto por el golpe de una teja.
Tarento debió rendirse a las legiones romanas en el 272 a.C., seguida de las demás ciudades de la Magna Grecia, que en su prosperidad habían dejado de lado disponer de una fuerza militar. De esta manera, los romanos llegaron a apoderarse de todo el sur de Italia, aunque les tomó hacerlo hasta el año 270 a.C. Prácticamente todo el territorio del Samnio se anexó a Roma, al igual que los de los díscolos lucanos. Las ciudades helénicas, con Tarento al frente, fueron reconocidas como autónomas, a condición de declararse aliadas de Roma.
El dominio romano abarcaba toda la península italiana, y se extendía desde la Galia Cisalpina hasta el mar Jónico.

Las reformas políticas en Roma.
Durante los largos años de guerras exteriores por el dominio de Italia meridional y del sur, en Roma se formó una nueva aristocracia.
El patriciado hubo de ceder lentamente privilegios a favor de plebeyos económicamente poderosos, muchos de los cuales ocuparon diversas magistraturas y hasta algunos llegaron al Senado.
Al mismo tiempo, los miembros de la plebe que poseían pequeñas parcelas de tierras, debían abandonarlas frecuentemente para cumplir el servicio militar en las legiones; de modo que no podían hacerlas producir adecuadamente; y aún cuando percibían una remuneración como legionarios, muchos perdieron sus tierras a manos de patricios y plebeyos potentados.
Las actividades militares fomentaron diversas industrias, especialmente de armas, vestuario y víveres para las tropas. Ese movimiento económico aparejó la necesidad de sustituir las viejas monedas de cobre, por las de plata.
Una figura se destacó con perfiles característicos; el censor Apio Claudio. En el desempeño de su cargo, y a pesar de las dificultades económicas y políticas, Aplio Claudio emprendió grandes obras públicas en Roma; entre otros un enorme acueducto y la “via”, camino empedrado, entre Roma y Capua, que fue el primer tramo de la futura Via Apia que uniría a Roma con las ciudades más importantes de Italia, haciendo que “todos los caminos lleven a Roma”.
Apio Claudio obtuvo que se incorporaran al Senado numerosos plebeyos poseedores de importante fortuna. Asimismo, incorporó a los comicios a numerosos artesanos que formaban el grupo de los nuevos comerciantes, distribuyéndolos en las tribus urbanas y rurales, de modo que se incorporaron a los comicios tribales, lo que los fortaleció frente a los comicios curiales.
Otra reforma política introducida en esta época, habilitó la creación de nuevos magistrados, los duoviri navales cuya función era hacer construir la flota armada, que Roma necesitaría para convertirse en potencia en el Mar Mediterráneo.
Pero, sin duda la reforma más trascendental efectuada en esta época, fue la lex Hortensia dictada en el año 287 a.C.; conforme a la cual los comicios centuriados (integrados por las “centurias” del ejército) y los comicios tribales, que podían reunirse sin ser convocados por el Senado, fueron habilitados para dictar leyes equiparadas a las dictadas por los comicios curiales; y por lo tanto, obligatorias tanto para los patricios como para los plebeyos.
A partir de ello, los proyectos presentados por los Tribunos de la Plebe, podrían ser aprobados mucho más fácilmente.

La expansión del dominio romano sobre los vastos territorios conquistados, determinó la necesidad de establecer un sistema para su organización política y su gobierno; actividad en la cual Roma evidenció su gran habilidad política y jurídica.
En épocas en que la conquista militar determinaba el despojo total de los vencidos y su sometimiento a la esclavitud, los romanos supieron captarlos, otorgándoles diversos grados de autonomía institucional. Pero, sobre todo, reconociendo a los habitantes de los pueblos vencidos un conjunto de derechos cuidadosamente delimitados; que les permitieron asociarse al Estado romano e ir gradualmente llegando a formar parte de él. De esta manera, con el paso de los siglos, por encima del dominio militar, el sistema institucional y civil del Derecho Romano permitió constituir en Italia una verdadera Nación, por primera vez en la Historia.
Casi todas las ciudades conquistadas por Roma, que habían alcanzado un importante grado de desarrollo político como ciudades-estado  según el modelo corriente en la antigüedad  mantuvieron un importante grado de autonomía política y administrativa en lo relativo a los asuntos de interés urbano, que a su nivel eran los que predominantemente afectaban a sus habitantes.
Con la designación de municipia, el sistema institucional local de las ciudades comprendía asambleas propias, las que elegían un grupo de magistrados encargados de administrar los problemas propios de la ciudad.
Los habitantes de los municipia gozaban políticamente de alguna medida de los derechos que en Roma se reconocía a los integrantes de la civitas; bastante amplia en cuanto a lo referente a su propia ciudad. Cuando progresivamente esos derechos fueron ampliándose, tuvieron como condición de su ejercicio estar en la ciudad de Roma; por lo cual en los hechos fueron de muy escasa efectividad.
En cambio, se les reconocieron ampliamente los derechos civiles propios de los ciudadanos romanos, en particular la capacidad de tener un patrimonio, de comerciar rigiéndose por las leyes romanas, de contraer matrimonio teniendo en consecuencia hijos legítimos capaces de heredar su patrimonio.
Las ciudades que no fueron incorporadas al Estado romano, permaneciendo en calidad de Estados aliados o asociados a Roma tales como las de la Magna Grecia, que tenían rasgos culturales muy propios conservaron formalmente todas sus instituciones políticas propias; pero estaban privadas de la capacidad de tomar por sí la mayor parte de las decisiones soberanas, como declarar la guerra, o celebrar alianzas sin el consentimiento de las autoridades de Roma. Entretanto, tenían obligación de acompañar a Roma en sus campañas militares, aportándole soldados, equipos y dinero.
Los ciudadanos de las ciudades aliadas  a los que los romanos llamaron colectivamente italianos no tenían los derechos propios del ciudadano romano. Por lo cual, aunque en teoría podían ejercer libremente las actividades civiles y comerciales conforme a la ley de su ciudad; en la práctica, dada la predominante importancia económica y comercial del sistema romano, se veían excluidos de él. De modo tal que, con el pasar del tiempo, su mayor aspiración la constituiría ser admitidos al status de ciudadano romano, y especialmente poder regir su vida civil, económica y familiar, por el Derecho Romano.
Los regímenes políticos y jurídicos, tanto de los municipia como de los italianos, eran sumamente variados; porque dentro de esos esquemas generales, existían numerosas diferencias en el alcance y los límites de los derechos que les eran reconocidos por el Estado romano; en seguimiento de una concepción política que se expresaba en el que luego devino uno de tantos aforismos latinos: “divide et impera”.
Desde el punto de vista cultural, en los primeros siglos del dominio romano coexistían las costumbres y el idioma latino con los de origen etrusco y griego; sin que las autoridades romanas se hayan propuesto imponer el propio a los pueblos conquistados. Sin embargo, al mismo tiempo que diversos elementos culturales se fusionaron, tanto en los usos y costumbres sociales como en otros campos — como la educación, en que los griegos terminaron ejerciendo importantísima influencia — el latín se impuso como idioma; determinando una influencia que, a través de su continuidad en el ámbito eclesiástico hasta tiempos muy recientes, y especialmente a través de su derivación en las lenguas romances, perdura hasta la actualidad.

Los fenicios de Cartago
A mediados del siglo III a.C., Roma había acumulado dos siglos y medio de historia; y se encontraba como la última gran potencia, recién llegada al ámbito del mar Mediterráneo; en torno al cual, a lo largo de los siglos, habían surgido y caído varios imperios.
En Italia, la nación etrusca era poco menos que un recuerdo. En la zona del mar Egeo, la Grecia clásica había quedado sobrepasada por el nuevo Estado macedonio, cuyo gran general Alejando Magno había destruído al Imperio persa, gran rival de las ciudades griegas. Pero la potencia greco-macedonia había tenido corta vida, y se había convertido en tres monarquías, que en los territorios de Asia Menor, Siria, la Mesopotamia del Eufrates y el Tigris (actual Irak), y el Irán era ejercida por la dinastía de los Seleúcidas; en Egipto, Chipre, Cirenaica (la actual Libia), el Helesponto y Tracia por la de los Tolomeos; y en Macedonia y Grecia por los Antigónidas.
Las antiguas colonias griegas de la Magna Grecia, que constituían en muchos aspectos el depósito de la vieja cultura helénica, subsistían en medio de un mundo cambiante. Tarento había caído bajo el predominio romano; y la siciliana Siracusa enfrentaba las ambiciones expansivas de la africana Cartago, poderoso remanente de la antiquísima civilización fenicia.
Los fenicios, de origen semita, fueron uno de los pueblos de la época antigua del Cercano Oriente que construyeron una civilización muy avanzada centrada en la ciudad de Tiro, en la actual Palestina; la cual se caracterizó por haber desarrollado extensamente la navegación y el comercio por el mar Egeo y el Mediterráneo.
Sus expediciones los llevaron a instalar bases y factorías en las costas del Mediterráneo, algunas de las cuales se constituyeron en verdaderas colonias, entre las que la ciudad de Cartago alcanzó un importante desarrollo, y hacia el Siglo III a.C. se había convertido en una verdadera gran potencia naval y comercial en el área del Mediterráneo central.

Cartago
Como Roma, Cartago tenía una versión legendaria de su origen. Dido, hija del rey de Tiro había huído de su ciudad cuando su hermano mató a su esposo; y costeando el norte africano decidió fundar una ciudad en la actual ubicación de Túnez; que fue llamada Kart Hadasht: Ciudad Nueva.
La expansión de Cartago se atribuye a las campañas de Alejandro Magno de Macedonia, determinantes de que huyendo de Sidón y de Tiro, numerosos fenicios adinerados se radicaran en ella y desarrollaran la agricultura, la industria y sobre todo el comercio marítimo.
Los cartagineses cultivaron en forma intensiva los olivos, la viña, la producción frutícola. Obviamente elaboraron aceite y vino; pero también tenían una importante industria metalúrgica y por supuesto naval. Como navegantes, salieron al Atlántico y bordearon las costas de África al sur por varios miles de kilómetros, y también la península ibérica hacia el norte; lo cual les permitía comerciar exclusivamente muchos productos exóticos, como el marfil.
La ciudad era una urbe sumamente moderna para su tiempo. Mucho antes que otras contemporáneas, contaba con edificios de más de diez pisos, y lujosos palacios con grandes jardines y piscinas. En el centro existía una ciudadela fortificada, donde se guardaban las principales riquezas, con capacidad para albergar 20.000 soldados, 4.000 caballos y 300 elefantes; animales, estos últimos que los cartagineses fueron los primeros en emplear como arma de guerra. El puerto era de enormes dimensiones, contando con 220 muelles construidos de mármol.
La antigua colonia fenicia de Cartago, en los principios del siglo III a.C. era una de las potencias más poderosas en la zona del mar Mediterráneo, que dominaba las costas del norte de África desde la actual Túnez hasta las que los griegos llamaron “Columnas de Hércules”  el Estrecho de Gibraltar  regía sobre varias ciudades costeras en la península ibérica, y poseía las islas que bordeaban el mar Tirreno, Córcega, Cerdeña y el oeste y norte de la isla de Sicilia que compartían con las principales colonias griegas de Siracusa y Messina.
Pero el poder de Cartago tenía importantes diferencias con la índole de la potencia que tradicionalmente habían tenido los imperios precedentes. Consecuente con la tradición fenicia, Cartago era una potencia dedicada esencialmente al comercio marítimo. De tal manera, había alcanzado una importante prosperidad económica y una fuerte potencialidad especialmente naval. En ese sentido se encontraba mucho más adelantada que la Roma de la época de los reges y de los primeros tiempos de la República patricia.
El de Cartago era sobre todo un poderío marítimo y comercial; que se expresaba en su numerosa flota comercial y de guerra y, más que en la colonización de grandes territorios, en la fundación de bases navales y factorías a lo largo de las costas de las aguas surcadas por sus navíos. El sometimiento de las poblaciones a su poder político tenía como objetivo principal asegurarse el monopolio de los intercambios comerciales; de manera que los cartagineses no se preocupaban demasiado de realizar fortificaciones ni de mantener ejércitos propios cuantitativamente importantes.
A principios del siglo III a.C., Cartago era seguramente el imperio más rico del mundo civilizado, con una total superioridad naval, pero con un ejército casi exclusivamente compuesto por mercenarios y los extranjeros provenientes de sus territorios vecinos, especialmente de Numidia donde se había desarrollado la caballería militar.
El gobierno de Cartago, al igual que en Roma, estaba en manos de una aristocracia; aunque también enfrentaba similares conflictos internos a los que ocurrían en Roma entre el patriciado y la plebe. Pero la civilización cartaginesa tenía rasgos diversos de la cultura romana; era rica y refinada, y propicia al lujo y a la innovación de las costumbres, en oposición a la tradicionalista cultura agraria de los romanos.
Durante los primeros siglos de su existencia, Roma había establecido con Cartago una relación basada en dos tratados de “no agresión”, que habían reservado para cada una de ellas sus respectivas esferas de influencia; y que han llegado hasta la posteridad fundamentalmente por los relatos del historiador greco-romano Polibio. Sus esferas de influencia estaban territorialmente alejadas, y la actividad comercial cartaginesa no afectaba los intereses de las etapas iniciales de Roma, que, por muchos siglos, creció y se expandió sobre una base puramente continental y esencialmente agraria, ajena a todo interés naval y comercial.
Según Polibio, Roma habría celebrado con Cartago tres tratados de no agresión y de alianza defensiva; el primero de ellos en época muy antigua. De cualquier manera, seguramente fueron celebrados dos, el primero de los cuales tuvo lugar en el año 510 a.C., en la época de las invasiones de los galos, la conquista de Veyes, la sublevación de la Liga Latina, y de las guerras samníticas. Este tratado reservó a Cartago el dominio del mar Mediterráneo y del comercio en las costas italianas, a cambio de asegurar a Roma la tranquilidad militar que le permitiera enfrentar esas campañas en el interior de Italia.
El segundo tratado se celebró en el año 348 a.C., en la época de las guerras de Nápoles y de Tarento, cuando los cartagineses aprovecharon hábilmente la coyuntura de la necesidad de Roma de contar con un aliado poderoso en el Mediterráneo central, para enfrentarse al ejército de Pirro contratado por Tarento. En este tratado, Roma dejó a merced de los cartagineses toda la isla de Sicilia que, aunque en principio quedó en poder de Pirro al derrotar a los cartagineses, finalmente volvió a caer bajo la influencia cartaginesa cuando Pirro optó por retirarse para volver a luchar con Roma en defensa de Tarento.
Pero la evolución de los hechos históricos, que condujo a que Roma alcanzara el dominio sobre toda la península italiana, ya sea imponiendo su autoridad o su protectorado, y se convirtiera así en la gran potencia militar y económica que llegó a ser hacia los inicios del siglo III a.C., había de conducir a un enfrentamiento con Cartago que, a su turno, había alcanzado lo que vendría a ser el apogeo de su poderío.
Ese enfrentamiento con los phoeni (fenicios), como los romanos designaban a los cartagineses, se desarrolló a lo largo del siglo que insumieron las tres guerras púnicas, (264 a 241, 218 a 201 y 149 a 146 a.C.) que finalizaron con la derrota final y destrucción total de Cartago, y con la imposición del predominio de Roma en todo el mar Mediterráneo, que así se convirtió en un gran lago romano.

La guerra de Tarento, culminó con el sometimiento de la antigua colonia griega a un protectorado romano; pero al mismo tiempo, la estrategia seguida por Roma al convocar a Cartago en su auxilio para combatir al ejército de Pirro en Sicilia, trajo como consecuencia que al ser vencido Pirro, Cartago quedara ejerciendo su dominio sobre casi la totalidad de la isla siciliana en especial la ciudad de Messina; además del que desde antes venía ejerciendo sobre las otras islas principales del mar Tirreno, Córcega y Cerdeña.
Los cartagineses habían dominado absolutamente la navegación comercial en el mar Tirreno, enmarcado por las costas occidentales de la península italiana y las tres grandes islas de Córcega, Cerdeña y Sicilia; pero de todos modos, los romanos habían comenzado a desarrollar su propia navegación sobre las costas italianas. De manera que al término de la guerra de Tarento, y a pesar de su acuerdo diplomático con Roma, los cartagineses veían con desagrado la creciente presencia romana en esas aguas.
En los hechos, el equilibrio de poderes entre Roma y Cartago existente con anterioridad al reciente tratado, se había alterado de manera importante luego de finalizada la guerra de Tarento. El poder territorial de Cartago se había expandido en un área demasiado cercana a la zona de predominio romano; y su dominio de la isla de Sicilia le dejaba en condiciones de cruzar el angosto estrecho de Messina, e invadir el territorio italiano ahora controlado por Roma. Al mismo tiempo, continuar convalidando el monopolio marítimo cartaginés en el mar Tirreno se había vuelto contrario a los intereses expansivos de Roma.
Por otra parte, un siglo de guerras y conquistas había causado profundos cambios en Roma. La incorporación como ager publicus (tierras públicas) de los nuevos territorios conquistados, había permitido la formación de grandes propiedades agrarias; que el patriciado había incorporado a su patrimonio haciendo caso omiso de las leyes licinias, al mismo tiempo que obtenido a precios ínfimos los esclavos provenientes de los pueblos derrotados. La victoria sobre Pirro y Tarento, había imbuido a los dirigentes romanos de una enorme confianza en la superior capacidad militar de sus legionarios.
Al mismo tiempo, el contacto con las ciudades y la civilización helénica de la Magna Grecia, produjo un gran impacto cultural en la aristocracia romana. Los griegos se instalaron en gran número en Roma, principalmente como preceptores en la educación de los jóvenes y como allegados y consejeros de muchos dirigentes políticos y militares, que apreciaban su superior nivel de cultura y su gusto por las artes.
Durante la guerra de Tarento y la invasión de Pirro a Sicilia, la ciudad helénica de Siracusa gobernada por Agatocles, contrató a un ejército de itálicos como mercenarios; pero al ser licenciados se habían apoderado de la ciudad de Messina y sus territorios aledaños bajo la denominación de mamertinos (hijos de Marte). Los siracusanos trataron durante varios años de recuperar el dominio en Messina, hasta que en el 270 a.C. y bajo el comando de Hierón, los mamertinos se encontraron sitiados.

El pedido de auxilio que la ciudad de Messina hizo entonces al Senado romano, para librarse del asedio siracusano, constituyó la oportunidad que originó el estallido de la guerra entre Roma y Cartago. El Senado no estaba mayormente inclinado a intervenir en Sicilia, lo cual significaba declarar la guerra a Cartago; pero ya en Roma existía una fuerte corriente de opinión enderezada a propiciar la expansión militar, a causa de las ventajas que ello reportaba en el orden económico. Ante la presión de quienes postulaban que, si Roma no se enfrentaba al poder cartaginés en Messina terminaría prontamente bloqueada y ahogada, según resalta Polibio, el Senado convocó a los comicios centuriados para que resolvieran la cuestión; y en ellos triunfaron ampliamente los partidarios de ir a la guerra. La primera guerra púnica había de durar 23 años.

Las armadas cartaginesa y romana
Las fuerzas navales de Cartago eran muy superiores a las de Roma, aún cuando éstas se integraban con los barcos de los etruscos y de las antiguas colonias de la Magna Grecia.
Los barcos de combate eran de madera, y si bien contaban con velas, se impulsaban esencialmente mediante varias filas de remeros colocadas en forma superpuesta a lo largo de las bandas. La técnica básica del combate naval, se basaba en que los buques estaban provistos en sus proas de grandes espolones a nivel del agua; de manera que el atacante debía posicionarse en forma perpendicular al buque enemigo, y tratar de embestirlo para destruirlo y hundirlo. Las únicas armas que podían utilizarse para atacar o defenderse a distancia, eran los arcos lanzadores de flechas, o algún tipo de catapulta adaptada a su uso en la guerra naval, que resultaban muy poco efectivas.
Por su parte, los cartagineses  que contaban con abundantes esclavos africanos para tripular sus naves en calidad de remeros habían desarrollado un barco de guerra que, siendo similar al trirreme de origen griego, contaba con dos filas más de remeros, por lo que se designa como el quinquerreme; y que por lo tanto era superior en velocidad y potencia de ataque, al contar con 200 remeros, más una tripulación de 120 soldados.
Los romanos, sirviéndose como modelo de un quinquerreme cartaginés que encalló en las costas italianas del sur, construyeron rápidamente una flota de 120 barcos; que equiparon con un nuevo dispositivo consistente en un puente levadizo colocado sobre la cubierta superior dotado de un gancho metálico en su extremo, que al colocarse el barco junto al enemigo eran descendidos sobre su cubierta, lo que permitía engancharlo y abordarlo. De esta manera, los romanos embarcaron legionarios en sus buques, y trasladaron al combate naval las tácticas militares que aplicaban las bien entrenadas legiones romanas, en la lucha cuerpo a cuerpo.
Conocida en Messina la decisión romana, fue expulsada la guarnición cartaginesa; pero ya Cartago había enviado una flota y un ejército para apoyar a Hierón de Siracusa; de modo que las legiones al mando de Apio Claudio encontraron a Messina totalmente cercada. No obstante la superioridad de las fuerzas navales cartaginesas, los romanos lograron cruzar en la noche el Estrecho de Messina, derrotar a los cartagineses y sus aliados en dos sangrientas batallas, y ocupar la ciudad.
Desde tales posiciones, los romanos desembarcaron al año siguiente un nuevo ejército para atacar a Siracusa, y expulsar a los cartagineses de toda Sicilia. La misión fue exitosa; Siracusa abandonó la alianza con Cartago para aceptar el predominio romano en el año 263 a.C.
Los cartagineses reclutaron entonces un nuevo ejército de mercenarios galos y españoles y los desembarcaron en Sicilia, donde ocuparon la ciudad de Agrigento, desde la cual atacaron con sus barcos toda la costa occidental italiana. Fue entonces que en Roma se adoptó la decisión de construir una flota de quinquerremes para enfrentar el poderío naval cartaginés.
La nueva escuadra romana de 120 quinquerremes navegó hacia Sicilia al mando del cónsul Cayo Duilio, a principios del año 260 a.C. en busca de la armada cartaginesa, a la cual alcanzó en Miles, cerca de Messina. En Miles se libró la primera gran batalla naval romana, que se saldó con la total derrota de los cartagineses, en buena medida gracias al uso de los puentes llamados gavilanes. Los romanos capturaron más de 50 quinquerremes cartagineses y pusieron en fuga al resto de su escuadra.
En Roma, el triunfo naval de Miles produjo enorme euforia, y fue erigida una columna a la que se adosaron los espolones de los barcos cartagineses capturados.
De cualquier manera, el poderío cartaginés en el mar Tirreno continuaba casi intacto; lo que llevó a que durante los siguientes tres años los romanos trataran infructuosamente de expulsarlos de Córcega y Cerdeña; hasta que finalmente se resolvió atacar a Cartago en forma directa.
Se organizó entonces una expedición compuesta de 300 naves y 140.000 hombres, con el objetivo de atacar a Cartago; que al mando de los cónsules Manlio Vulsa y Atilio Régulo partió desde las costas sicilianas rumbo al continente africano, donde desembarcaron luego de vencer un intento de resistencia cartaginés y ocuparon la vecina ciudad de Clupea. Los cartagineses tuvieron que ocuparse de sofocar una rebelión de los númidas; con lo cual los romanos pudieron desplazarse por el territorio obteniendo grandes botines de guerra en ganado y esclavos.
La aparente facilidad del éxito logrado por los romanos, los llevó a considerar que Cartago no podría resistírseles, por lo que, cuando los cartagineses solicitaron parlamentar, hicieron volver a Italia buena parte de sus fuerzas. Sin embargo, las negociaciones de paz planteadas por los cartagineses eran solamente un ardid para ganar tiempo. Entretanto, contrataron los servicios de otro ejército de mercenarios espartanos al mando de Xantipo; el cual atacó a las legiones de Atilio Régulo infligiéndoles una derrota total, en la cual el propio Régulo fue tomado prisionero.
Los cartagineses tomaron entonces la iniciativa de la guerra, y enviaron a Sicilia otra expedición militar. La respuesta romana fue el sitio y captura de Palermo en el 254 a.C. En el siguiente año 253 a.C., hicieron un nuevo intento de desembarco en África; aunque fueron rechazados antes de llegar a desembarcar en tierra firme.
Emparejadas las fuerzas de ambos beligerantes, durante la siguiente década, los enfrentamientos entre romanos y cartagineses quedaron limitados al territorio siciliano; con alternadas victorias y derrotas para cada uno de ellos. Los romanos casi lograron dominar toda Sicilia hacia el año 251 a.C., cuando el cónsul Cecilio Metelo derrotó a un ejército cartaginés cerca de Palermo, y solamente pudieron conservar en la costa occidental de la isla la ciudad de Trápani. Pero en el 250 a.C. los cartagineses derrotaron en Trápani a una nueva flota romana: y lo mismo ocurrió con otra flota comandada por el cónsul Junio Paulo al año siguiente frente a las costas del sur de Sicilia; con lo cual los romanos abandonaron el esfuerzo de lograr el dominio marítimo en torno a la isla.
Entonces, los cartagineses reforzaron su ejército en Sicilia, y lo pusieron al mando del general Amílcar Barca; quien luego de reorganizar el ejército ocupó diversas posiciones en torno a Palermo; y desde esa base se dedicó a hostigar y saquear en toda la isla y a hacer frecuentes incursiones sorpresivas en las costas; tratando de desgastar a los romanos mediante una guerra de escaramuzas.
Entre los ciudadanos romanos, habituados a rápidos triunfos, cundió el desaliento; pero finalmente se comprendió que para derrotar a Cartago era indispensable recobrar el dominio en el mar y cortar las comunicaciones entre Cartago y Sicilia. Para ello fue armada una nueva flota de 200 naves que en el año 242 a.C. se hizo a la mar al mando del cónsul Cayo Lutacio Cátulo, que se trabó en combate naval con los navíos cartagineses en la batalla de las islas Égatas, en las costas occidentales de Sicilia, en el 241 a.C., derrotándolos totalmente.
Amílcar Barca pidió entonces la paz que Roma, prácticamente agotada, convino aliviada. Los cartagineses dejaron toda la isla de Sicilia en poder de Roma, la cual mantuvo la independencia de la antigua colonia griega de Siracusa; y aceptaron pagar una muy importante indemnización de guerra de 2.200 talentos durante diez años. Esa indemnización probablemente no alcanzaba para recuperar los enormes costos que la guerra había tenido para Roma, que además había sufrido una enorme cantidad de bajas.
Asimismo, los romanos se apoderaron prontamente y casi sin resistencia cartaginesa, de las islas de Córcega y Cerdeña, con lo cual al término de la primer guerra púnica, Roma quedó como dueña del territorio italiano al sur de los ríos Arno y Rubicón, y como potencia naval dominante en todas las costas del mar Tirreno.
Esas islas estaban habitadas por poblaciones ajenas a la cultura y el idioma de las de la península italiana; con lo cual los romanos emplearon para gobernarlas una nueva estructura institucional; basada en el concepto de que todo el territorio era propiedad del Estado romano. Constituyeron con ellas las dos primeras provincias que, regidas por un Gobernador que disponía de todos los poderes militares, civiles y judiciales, constituirían el modelo que Roma aplicaría durante siglos para organizar su autoridad sobre lo que en el futuro sería el Imperio Romano.

Consecuencias — La expansión de los dominios romanos y cartagineses
La segunda guerra púnica originó importantísimos cambios en la estructura social y económica de la República romana.
La sociedad romana, que tradicionalmente había basado la riqueza y el poder en la propiedad agraria, fue invadida por un enorme desarrollo de las actividades mercantiles. El crecimiento de la construcción naval inicialmente dirigida a disponer de barcos de guerra, trajo aparejada asimismo una gran expansión del tráfico marítimo comercial. Un indicador del grado en que los dirigentes romanos alcanzaron grandes fortunas, fue que los comicios tribales dictaron una ley prohibiendo a los Senadores tener barcos de más de 300 ánforas de capacidad, y ésos solamente para utilizarlos en la exportación de sus propias producciones agrarias.
Los negocios con el Estado vinculados al esfuerzo de guerra se desarrollaron también en forma muy intensa, especialmente la construcción de barcos, el equipamiento de las legiones, y su aprovisionamiento.
Esa expansión y riqueza, trajo aparejado a su vez el desarrollo de muchos servicios públicos; construyéndose carreteras, y grandes edificios; así como el Estado otorgó numerosas concesiones sobre la percepción de impuestos y para la ocupación de tierras de dominio público adquiridas con las conquistas, y la explotación de obras de minería.
Esas actividades no fueron cumplidas solamente por los miembros del patriciado; sino que muchos plebeyos alcanzaron grandes fortunas, y se convirtieron en un nuevo grupo social que, al mismo tiempo que dependía del orden patricio en cuanto éstos ejercían la autoridad política y administrativa que discernía todas esas concesiones y contratos, tenían a su vez como dependientes a un muy numeroso grupo de plebeyos que se ocupaban en oficios, artesanías y trabajaban a su servicio en las numerosas labores que esas actividades requerían.
La coincidencia de intereses de todos estos grupos, cuya prosperidad estaba ligada al empeño bélico del Estado y la obtención de riquezas emanadas de sus éxitos, llevó a que en los comicios surgiera un importante partido favorable a la política de expansión militar y al emprendimiento de las guerras de conquista; especialmente en cuanto a eliminar el poder cartaginés para ocupar su lugar.
Mientras eso ocurría, el sector de los antiguos propietarios terratenientes que cultivaban en Italia el trigo en pequeñas heredades, se vio afectado en sentido contrario. Por una parte, muchos de los cultivadores debían abandonar sus tareas agrícolas para ir a formar parte de las legiones; que los llevaban a combatir en sitios lejanos y a conocer pueblos de diferentes costumbres y culturas, de modo que a su retorno traían otras expectativas y aspiraciones. El incremento de los metales monetarios hizo caer su poder adquisitivo, de manera que la rentabilidad de los cultivos de trigo descendió de manera importante.
Muchos antiguos campesinos abandonaron entonces el cultivo de sus campos, para dedicarse en las ciudades al comercio o a las artesanías. Otros se volcaron decididamente a la vida militar, que habiendo sido antes una obligación esporádica y de corta duración, era ahora una actividad permanente, profesional y eventualmente mucho más fructífera.
Estos cambios tuvieron ineludibles repercusiones políticas e institucionales en la República romana. Se reformaron los comicios centuriados rebajando el límite de fortuna de la quinta categoría  la más baja para permitir la permanencia en ellos de quienes veían disminuido su poder económico.
La estructura misma de los comicios centuriados fue modificada; de modo que mientras antes en cada centuria se distribuían ciudadanos de todas las tribus; ahora se organizaron 10 centurias por cada una de las 35 tribus, y 5 clases escalonadas según el patrimonio personal, más 18 centurias para los caballeros y 5 fuera de clase. Los comicios resultaron en definitiva compuestos por 373 centurias que se repartían igualmente entre las distintas escalas de riqueza; de modo que en adelante en vez de predominar los miembros de la aristocracia predominaron los sectores de mediano poder económico, lo que significó una importante atenuación del carácter aristocrático y agrario de la República.
Pero el partido agrario no resignó fácilmente el predominio político que tradicionalmente había ejercido en la República. Surgió un líder agrario, Cayo Flaminio, que electo como tribuno de la plebe en el año 233 a.C. impulsó una propuesta de legislación agraria, consistente en que el enorme territorio conquistado a los galos del valle del Po, que como tierras públicas (ager publicus) estaba eriazo desde hacía 50 años, fuera distribuido entre los plebeyos de Italia carentes de patrimonio personal. A pesar de que esa iniciativa contribuiría a favorecer el crecimiento de la fuente de reclutamiento militar, el Senado se opuso enérgicamente; aunque de todas maneras Cayo Flaminio logró que su lex Flaminia fuera aprobada por los comicios.

El que había de resultar un mero intermedio de paz entre Roma y Cartago, fue empleado por los romanos en anexarse los territorios al norte de los ríos Arno y Rubicón, correspondientes a la llanura regada por la cuenca del río Po y sus afluentes, que constituía la Galia cisalpina, ocupada por los pueblos galos del sur de los Alpes.
Las tribus de los galos, que un siglo y medio antes habían llegado a invadir y destruir la propia ciudad de Roma, eran consideradas por los romanos como una constante amenaza. Los galos nunca se habían resignado a que sus territorios pasaran a propiedad del Estado romano como ager publicus; pero ahora, la lex Flaminia implicaba un esfuerzo organizado de colonización de sus tierras, que les despojaría de ellas definitivamente.
Por otra parte, al terminar la primer guerra púnica, los romanos se aplicaron a mejorar sus defensas en su frontera del norte; culminaron la construcción de la importante carretera designada como la via Flaminia que como todas ellas partía de Roma, y cruzando los montes Apeninos penetraba en la región de la Umbría hasta las costas del mar Adriático, en las proximidades de la desembocadura del río Rubicón. Al mismo tiempo, fueron establecidas numerosas colonias militares en la frontera de la Galia para proteger a los nuevos colonos agrícolas.
Inquietos los galos por estas actividades militares romanas, desencadenaron la guerra. Procedieron a invadir la región de la Etruria, en el 225 a.C., por la cual avanzaron destruyendo y saqueando; hasta que fueron detenidos por un ejército romano en la batalla de Telamón, donde según los historiadores romanos murieron 40.000 galos y otros 60.000 fueron hechos prisioneros.
Luego de esa batalla, el partido agrario que había impulsado el reparto de las tierras de la Galia, exigió la total eliminación de los galos y la ocupación completa del valle del Po. Galia cisalpina fue invadida por las legiones romanas en el año 224 a.C.; y para el 222 a.C., toda la cuenca del Po fue ocupada por los romanos, que tomaron la principal ciudad de la Galia cisalpina, la actual Milán; y se fundaron las colonias de Plasencia y Cremona para asegurar el dominio romano en todo el norte de Italia.
Por su parte, los cartagineses afrontaron una situación interna sumamente dificultosa, porque al regreso del ejército mercenario de los espartanos no tenían medios para pagarle sus servicios; de manera que se sublevaron y alzaron en armas a las tribus africanas vecinas.
Los cartagineses lograron vencer esa sublevación, bajo el mando de Amílcar Barca, quien ya había comandado los ejércitos cartagineses en Sicilia, contra los romanos.
Cumplida la pacificación en Cartago, la aristocracia cartaginesa, entre la cual se destacaba la familia de los Barca, optó por desistir de sus intereses en el mar Tirreno y el Mediterráneo central, y se inclinó a desarrollar su colonización en la península ibérica; tal vez considerando que ello no despertaría la oposición de Roma.
Amílcar Barca dirigió entonces sus ejércitos hacia España, en cuyas costas existían desde mucho tiempo atrás diversos establecimientos cartagineses; y completó el dominio de la región oriental, aproximadamente equivalente a la actual Cataluña. Allí estableció Barca un verdadero gobierno militar en su propio provecho, logrando incorporar a los habitantes locales para las explotaciones de las riquezas minerales de oro y plata.
La colonia cartaginesa establecida por Amílcar Barca fue consolidada a su muerte, ocurrida en el 228 a.C., por su yerno Asdrúbal; quien fundó la ciudad de Nueva Cartago, actual Cartagena.
El Senado romano, sin embargo, no tomó con indiferencia los nuevos movimientos cartagineses en España; dado que las riquezas minerales y la población local podrían suministrar a Cartago nuevos medios para desatar la guerra contra Roma. Con el ascenso de Asdrúbal, Roma buscó la alianza con las ciudades ibéricas que no estando bajo el predominio cartaginés también recelaban de esa expansión; entre las cuales descollaba Sagunto. Asimismo, en el año 226 celebró con Asdrúbal un tratado en el cual se comprometió a no cruzar el río Ebro, lo cual equivalía a no avanzar sobre Sagunto.
Asdrúbal murió en el 221 a.C., aparentemente asesinado; con lo cual el hijo de Amílcar Barca, Aníbal Barca, que a la sazón contaba apenas con 21 años de edad, fue nombrado por sus tropas como su nuevo comandante. De esta manera, Aníbal alcanzó la posición que le llevaría a entrar en la Historia como uno de los más brillantes comandantes militares de la antigüedad; y como el más encarnizado enemigo de Roma, contra la que le había sido inculcado un odio ilimitado, desde su más tierna infancia.

Segunda guerra púnica (218 - 201 a.C.)
El ascenso al poder de Aníbal Barca significó el resurgimiento del enfrentamiento bélico entre Cartago y Roma. Virtual rey de los territorios cartagineses en la península ibérica, Aníbal inició las hostilidades atacando a la ciudad de Sagunto, a pesar de lo prometido por su antecesor Asdrúbal.
Aníbal sitió Sagunto, ignorando las advertencias del Senado romano; y al cabo de ocho meses, en el año 219 a.C., la ciudad tuvo que capitular y cayó en poder de los cartagineses.
La caída de Sagunto determinó a que el Senado enviara a Cartago una delegación a requerir la entrega de Aníbal; lo que fue rehusado por los cartagineses, y en consecuencia desencadenó la segunda guerra púnica; que se prolongó por otros veinte años, entre el 218 y el 201 a.C. y que dio lugar a una de las maniobras militares más extraordinarias de la historia.
La invasión de Italia
Quien tomó la iniciativa fue Aníbal. Impedido de invadir Italia por mar a causa del absoluto dominio de la flota romana, diseñó un plan militar absolutamente audaz: invadir Italia por tierra desde el norte, cruzando a través de la cordillera de los Alpes.
Teniendo los romanos el dominio de las islas de Córcega y Cerdeña obtenido al final de la primer guerra púnica, y ejerciendo en consecuencia el total dominio marítimo en el mar Tirreno, resultaba totalmente imposible a los cartagineses atacar la península por mar. Por otra parte, la reciente conquista romana de la Galia Cisalpina, que tradicionalmente había sido importante proveedora de soldados a los ejércitos cartagineses, permitía a Aníbal contar con que una invasión de Italia desde el norte contaría con el apoyo de los galos recientemente sometidos y ansiosos de sacudirse el dominio romano; lo que le permitiría establecer en Galia una importante base de operaciones y amenazar directamente la ciudad de Roma.
Una expedición militar desde España hasta Italia por vía terrestre, cruzando las montañas de los Alpes, era sin duda una aventura extraordinariamente arriesgada; pero Aníbal la llevó a cabo.
A principios del verano europeo del año 218 a.C., Aníbal partió desde Nueva Cartago al frente de un poderoso ejército en el cual se integraban 12.000 jinetes de la caballería de los númidas del norte de África, 90.000 efectivos de infantería comprendidos los eficaces honderos íberos, y un elemento absolutamente nuevo constituido por 40 elefantes de guerra. El viaje requirió desplazarse por el territorio al norte del río Ebro hasta las montañas de los Pirineos que separan España de Francia, cruzar en ésta el territorio de las tribus de la Galia Transalpina, y cruzar el río Ródano para llegar a las estribaciones de la cordillera de los Alpes, una de las más altas del mundo, que hasta entonces nunca había sido cruzada por una fuerza militar de tal magnitud.
La travesía de los Alpes significó un enorme sacrificio, debiendo hacerse por pequeños senderos de montaña, entre la nieve blanda que enlodaba el terreno, soportando el frío y la hostilidad de los habitantes; con el resultado de que en la travesía iniciada con 90.000 hombres y 12.000 jinetes, llegaron a la llanura italiana solamente 20.000 soldados y 6.000 jinetes.
La estrategia de Aníbal de infligir una primer derrota a los romanos para ganarse el apoyo de los galos cisalpinos, resultó acertada. Los galos se alzaron contra el dominio romano, pasando Aníbal a tener el total dominio de la Galia Cisalpina.
De esta forma, Aníbal podía disponer, como había previsto, de una amplia base territorial en la frontera norte de los territorios romanos y estar en consecuencia en condiciones de llevar un ataque contra la propia ciudad de Roma. Reforzadas sus tropas con los guerreros galos, la eficacia militar de éstos resultaba potenciada por su empleo bajo la superior capacidad de comando del cartaginés.

Las batallas de Tesino y de Trebia (218 a.C.)
Los romanos  que por su parte habían preparado un ejército para invadir España y otro para atacar directamente a Cartago enviaron apresuradamente unas primeras fuerzas al norte, al mando de Publio Cornelio Escipión, hacia la frontera de Etruria, en la llanura del Po, detrás del río Arno. Escipión se enfrentó a los cartagineses sobre las costas del lago Tesino; pero fue superado por la caballería númida; por lo que debió replegarse al sur del Po, hacia las costas del río Trebia, donde se le uniría el grueso de las legiones para formar un ejército de alrededor de 40.000 soldados con lo que superaba a los no más de 30.000 cartagineses.
Entretanto, con el apoyo de los galos, Aníbal había logrado cruzar el Po más al Este, y avanzar hacia el sur.
Urgidos por lograr un triunfo sobre los cartagineses que desalentara el alzamiento de los galos, los generales romanos atacaron a una formación de caballería númida en la costa norte del río Trebia, la cual pareció huir atravesando el río; pero cuando los romanos lo cruzaron a su vez, se encontraron con un poderoso ejército en plan de batalla, precedido del cuerpo de elefantes y flanqueado por una formación de caballería a cada lado. Derrotados, los romanos debieron refugiarse en la ciudad de Plasencia.
Las batallas del lago Tesino y del río Trebia, consolidaron la supremacía cartaginesa en la llanura del Po, que quedó fuera del dominio romano.
La batalla del lago Trasimeno (217 a.C.)
Sustituídos en el mando de los ejércitos romanos los cónsules Cornelio y Sempronio por sus sucesores Flaminio y Servilio, recibieron del Senado la orden de cubrir los accesos a Roma por Rimini y por Arezzo.
Al llegar la primavera del año 217 a.C., Aníbal simuló dirigirse hacia Roma por la ruta de Arezzo  donde estaba el ejército comandado por Flaminio  adoptando la táctica de incendiarlo todo a su paso, para provocar la ira del romano y atraerlo en su persecusión; pero desviándose sorpresivamente, aprovechó entonces las condiciones del terreno, utilizando un paso en que las costas del lago Trasimeno llegaban hasta las estribaciones montañosas de los Apeninos, obligando a pasar entre dos escarpadas cadenas montañosas.
Perseguido por los romanos, Aníbal dividió su ejército en tres grupos, uno de los cuales permaneció oculto a la entrada del desfiladero, en tanto el segundo quedó en el centro y el tercero se formó a la salida, dominada por una colina; de modo que cuando llegaron las legiones romanas, las dejaron ingresar en el desfiladero, y así se encontraron totalmente rodeadas por las fuerzas cartaginesas; que les infligieron una gravísima derrota que incluso costó la vida al cónsul Flaminio.
La derrota que el ejército de Aníbal infligió a los legionarios romanos en la batalla del lago Trasimeno, en el 217 a.C., costó unos 15.000 muertos y otros tantos prisioneros; y dejó libre el camino directo hacia Roma. En una muestra de habilidad política y estratégica, Aníbal dejó libres a todos los prisioneros provenientes de las ciudades italianas, dejando establecido que su enemigo eran los romanos; buscando con ello instar a un levantamiento de las ciudades latinas, en la misma forma que lo había logrado en Galia.

La batalla de Cannas: el triunfo de la caballería (216 a.C.)
Las circunstancias imponían en Roma acudir a la dictadura, para salvar sus instituciones en su total integridad. Se nombró dictator a Quinto Fabio Máximo; quien habiendo sido anteriormente el embajador enviado a Cartago a raíz de la toma de Sagunto, tenía buen conocimiento de los cartagineses. Cuatro nuevas legiones fueron reclutadas para ponerlas bajo su mando.
A pesar de que hubiera estado en condiciones de atacar directamente hacia la ciudad, Aníbal optó por dejarla de lado y continuar hacia el sur; pensando tal vez que con ello evitaba establecer a las fortificaciones romanas un sitio que habría sido largo y difícil. Su objetivo era obtener el apoyo de las ciudades vasallas de Roma en el centro y sur de Italia, y lograr hacerse del puerto de Tarento, que le permitiría conectarse con Cartago por mar y así obtener importantes refuerzos.
A su paso por Apulia, Samnio y Campania, Aníbal repitió su táctica de devastar los campos, para provocar la ira de los romanos y atraerlos a una gran batalla en condiciones favorables para él. Sin embargo, Fabio Máximo siguió una táctica prudente; que teniendo en cuenta la situación de aislamiento en que se encontraba el ejército cartaginés, alejado de sus bases, estuvo dirigida a provocar su agotamiento. En vez de presentarle una batalla frontal, se dedicó a una guerra de escaramuzas. Pero su táctica no fue comprendida en Roma por quienes ansiosamente pretendían un enfrentamiento que condujera rápidamente a una victoria. Fabio Máximo fue bautizado como “cuntactor” o contemporizador; y al término de su mandato fue sustituído por los cónsules Terencio Varrón y Emilio Paulo Emilio, a quienes se encomendó realizar un inmediato enfrentamiento militar con los cartagineses. Un error determinado por la ansiedad, que sería nefasto para la causa romana.
Los nuevos cónsules reclutaron un ejército de más de 100.000 hombres, y en el 216 a.C. se dirigieron a presentar batalla a Aníbal, cuyas fuerzas se encontraban acantonadas bastante al sur, en la región de Apulia, sobre las costas del mar Adriático, en la llanura de Cannas.
La superioridad numérica del ejército romano, que duplicaba al cartaginés, no fue óbice para que una vez más, Aníbal les infligiera una importante derrota. El factor decisivo para ello fue la superioridad de la caballería cartaginesa integrada por los jinetes númidas (provenientes de Numidia, en el norte africano), y de los honderos ibéricos.
La infantería romana se agrupó en un único frente compacto, flanqueada por una caballería inferior a la cartaginesa; en tanto que los cartagineses presentaron un frente de infantes galos mucho menos denso, dejando atrás dos bloques de 6.000 hombres cada uno, protegidos por la caballería situada igualmente a ambos lados, frente a la caballería romana. De tal modo, la caballería cartaginesa anuló prontamente a la romana, y se ubicó en la retaguardia de los legionarios; en tanto que cada uno de los bloques cartagineses, los atacó por ambos flancos.
El ejército romano quedó totalmente cercado, y perdió en la batalla 60.000 soldados, entre ellos el cónsul Emilio Paulo y varios senadores; en tanto que las bajas cartaginesas no llegaron a 6.000, de los cuales 4.000 eran galos. La concepción táctica de Aníbal en Cannas, que era totalmente novedosa, al emplear la retaguardia de su ejército no para cubrir las bajas de las primeras líneas, sino para efectuar una hábil y decisiva maniobra envolvente, se convirtió en un factor decisivo de su victoria.
La batalla de Cannas, que fué una de las que enfrentó los ejércitos más numerosos en la antigüedad, significó un cambio fundamental en la concepción militar. A partir de ella, y por muchos siglos, la caballería pasó a ser el factor decisivo en el combate.
La consecuencia inmediata de la gravísima derrota romana en Cannas fue la sublevación de las ciudades italianas contra el dominio de Roma. Capua, predominante ciudad de la Campania y antigua oponente al predominio romano, y Siracusa la más importante ciudad siciliana de la Magna Grecia, fueron las más importantes defecciones que permitieron a Aníbal sentar sus reales en el sur de Italia. Los pueblos lucanos, los brucios, los samnitas y buena parte de los apulios, y hasta el Rey Filipo de Macedonia, se unieron a los cartagineses.
De todos modos, Roma estaba lejos de haber sido derrotada. A pesar de que en algunos ambientes romanos cundió el derrotismo, el joven Publio Cornelio Escipión que había estado en las batallas de Tesino y de Cannas, logró exaltar el patriotismo de los romanos. Al regreso del cónsul Varrón, fueron prohibidas todas las expresiones de duelo por la derrota, y presente en el Senado recibió el agradecimiento por su esfuerzo. Disponiendo todavía de los recursos del Lacio y de Etruria, tenía los medios de reclutar nuevos ejércitos; mientras Aníbal, aún con el apoyo de los italianos sublevados, había sufrido muchas bajas en su fuerza originaria, y estaba muy lejos de poder recibir los refuerzos desde Cartago.
Se reclutaron dos ejércitos; uno de los cuales, al mando del pretor Marco Claudio Marcelo, se dirigió a Sicilia para recuperar Siracusa y logró evitar que Aníbal pudiera apoderarse de inmediato de un puerto sobre el mar Tirreno impidiéndole recibir refuerzos; en tanto que otro fue confiado a los dos Escipiones para combatir en España a los cartagineses al mando de Asdrúbal.
Carente de fuerzas suficientes como para intentar el ataque hacia Roma, Aníbal debió permanecer en Capua, aguardando que llegaran nuevas fuerzas en su auxilio, desde Cartago o desde España. Pero Roma seguía teniendo el dominio naval del Mediterráneo, de modo que esos refuerzos no pudieron llegarle sino en forma muy tardía. El plan de Aníbal era conquistar Sicilia para estar en fácil comunicación con Cartago.
Aparentemente, los romanos habían aprendido la lección resultante de haber abandonado la táctica de Fabio Máximo; y optaron por evitar nuevas grandes batallas con Aníbal; el cual permaneció acampado en el territorio italiano desde el 216 hasta el 203 a.C.
Durante varios años romanos y cartagineses llevaron a cabo acciones bélicas sin lograr imponerse unos a otros. En el 215 a.C. los romanos aprovecharon que Asdrúbal debió dejar España para atender una sublevación del rey de los Númidas, y reconquistaron los territorios al sur del Ebro. Los cartagineses atacaron Cerdeña sin obtener éxito. En el 214, Aníbal logró aliarse con Filipo de Macedonia y obtener el apoyo de Siracusa, mientras en Cartago preparaban un ataque contra Sicilia, donde conquistaron Agrigento. Pero los romanos enviaron nuevas fuerzas para reconquistar su dominio sobre Siracusa a la que impusieron un bloqueo. Aníbal logró finalmente apoderarse del importante puerto de Tarento en el 212 a.C., pero de inmediato Siracusa tuvo que capitular ante el ataque romano, en el mismo año 212 a.C., a pesar del ingenio de Arquímedes, sabio físico y matemático, que intentó incendiar los barcos romanos mediante espejos ustorios, de forma cóncava, que concentraban sobre ellos los rayos del sol.
Luego de ello, tocó el turno a Capua, de la cual los romanos volvieron a apoderarse en el 211 a.C. a la cual infligieron un terrible castigo, matando a todos sus dirigentes y deportanto a la totalidad de su población; con lo cual en toda Italia disminuyó enormemente el prestigio de Aníbal.
En el mismo año 211 a.C. Asdrúbal regresó de África a España, pero debió enfrentarse a las legiones comandadas por los dos Escipiones, que a pesar de que le causaron varias derrotas murieron en los combates. El Senado confirió entonces el mando al joven Publio Cornelio Escipión, aun cuando no había alcanzado la edad requerida. Los romanos finalmente, lograron apoderarse de Cartagena, que era la capital de los cartagineses en España, obteniendo un enorme botín en oro y materiales de guerra.
En el 210 a.C., los romanos recuperaron en Sicilia la ciudad de Agrigento de manos cartaginesas, lo cual impedía a Asdrúbal acudir por mar en auxilio de Aníbal; por lo cual se preparó para volver a invadir Italia por el norte. Asdrúbal logró cruzar los Pirineos y luego los Alpes, e invadir Italia por la llanura del río Po. Su designio era unirse con Aníbal en Apulia, al sur de Roma.
Los romanos despacharon al sur un ejército al mando de Claudio Nerón para hostigar a Aníbal; y otro al norte para detener a Asdrúbal, al mando de Marco Livio. Este último decidió aguardar a los cartagineses sobre la vía Flaminia. Entretanto, Claudio Nerón logró interceptar el mensajero portador de un correo de Asdrúbal a su hermano; lo que determinó que enviara 7.000 soldados en auxilio de Marco Livio, los que arribaron las márgenes del río Metauro justo a tiempo para decidir la victoria en la batalla que estaban librando romanos y cartagineses. En la batalla del río Metauro, en el 207 a.C., el ejército cartaginés que iba a reforzar a Aníbal fue destrozado. Asdrúbal fue muerto, y su cabeza arrojada en el campamento de Aníbal.
Ante la derrota del ejército de su hermano, Aníbal debió evacuar Apulia y Lucania, y se retiró a las montañas del sur de Italia, con sus reducidas fuerzas, desde donde continuó hostigando a los romanos en la región de Calabria. El rey Filipo de Macedonia, un aliado que nunca había puesto mucho empeño en el combate, se retiró de la guerra. Entretanto, Publio Cornelio Escipión había logrado imponer el dominio romano en toda España.

Escipión “Africanus”
Como en otros momentos trascendentes de su historia, Roma encontró, esta vez en Publio Cornelio Escipión, el líder dotado de la capacidad de superar las extremas dificultades que debió afrontar luego de la tremenda derrota de Cannas.
Publio Cornelio Escipión era respectivamente hijo y sobrino de los dos Escipiones, los generales romanos, que comandaron las campañas que Roma llevó a cabo en España durante la contienda con Aníbal, para desalojar de allí a los cartagineses; y que murieron en esos combates.
Siendo apenas un adolescente, había combatido valerosamente, como jefe de falange y de cohorte en las batallas de Tesino y Trasimeno. Dotado de un físico considerado bello y proveniente de una familia prestigiosa, era un gran orador que a su retorno de la batalla de Cannas junto con el derrotado cónsul Varrón, había logrado levantar el ánimo de los romanos para renovar su resistencia contra Aníbal.
Era tenido por extremadamente piadoso, dado que antes de cualquier emprendimiento importante requería la aprobación de los dioses. En octubre del año 218 a.C., a los 16 años de edad, había combatido en la batalla de Tesino, junto a su padre al que salvó la vida. En el 211 a.C., cuando recibió el mando del ejército sitiador de Cartagena, dijo a sus tropas que había tenido un sueño en el cual el dios Neptuno, rey de las aguas, le había prometido que lograrían cruzar el pantano que les impedía alcanzar la ciudad, y se arrojó a las aguas que cruzó corriendo. Lo que los soldados creyeron obra de un milagro — y que les permitió conquistar Cartagena y toda España — fue en realidad consecuencia de que Escipión, al contrario de sus soldados todos campesinos, conocía el fenómeno las mareas que hizo descender el nivel de las aguas.
De tal manera, Escipión  que hizo correr el rumor de que su verdadero padre era Júpiter  se convirtió no solamente en un jefe militar exitoso, sino en un verdadero ídolo de las multitudes de los legionarios y de los romanos; y junto con su hermano Lucio Cornelio Escipión inició una de las primeras grandes dinastías políticas en la antigua Roma. Y cuando logró vencer a los cartagineses en su propio territorio, fue distinguido con el apodo de africanus, “El Africano”.

La batalla de Zama (202 a.C.)
Investido del enorme prestigio emanado de su campaña en España, Escipión propuso un plan similar al intentado por Régulo para poner fin a la primer guerra púnica: atacar a Cartago directamente, de modo de que para defenderse los cartagineses tuvieran que llamar al ejército de Aníbal obligándolo a abandonar sus posiciones en Italia.
Escipión desembarcó en África al frente de un ejército de 35.000 hombres, en el 204 a.C.
Tal como Escipión lo había previsto, debiendo afrontar una guerra defensiva, y perdida España, Cartago debió convocar a Aníbal a su retorno desde Italia. Aníbal, que había dejado Cartago junto a su padre Amílcar Barca, siendo un niño, y que a los 29 años había partido de Cartagena para invadir Italia, retornó a ella 36 años después; luego de 15 de campañas en Italia sin haber sido vencido definitivamente, para tomar el mando contra las fuerzas de Escipión.
Los ejércitos romanos y cartagineses, prácticamente de iguales fuerzas, se mantuvieron acampados uno frente a otro durante varios meses. Entretanto, Escipión, en vez de atacar directamente a Cartago, logró pactar con el destronado rey de Numidia, Masinisa, a quien ayudó a derrotar a su rival Sifax, aliado de los cartagineses. La alianza con Masinisa —que iba a ser un importante y prolongado factor político para Roma en África  permitió a Escipión incorporar a su ejército la excelente caballería númida.
Según algunas crónicas, Escipión mantuvo con Aníbal una breve entrevista, en la cual, aunque no llegaron a un acuerdo, surgió una recíproca simpatía. Y luego, romanos y cartagineses se enfrentaron una vez más en la llanura de Zama, cercana a Cartago.
Escipión había aprendido la lección de Cannas, y esta vez contaba él con la caballería númida. Los elefantes, que Aníbal había dispuesto en número de 80 confiando que dispersarían a los legionarios, se espantaron ante los sonidos de trompetas y el impacto de las flechas de los arqueros; y se volcaron sobre los propios jinetes cartagineses que eran atacados por la caballería romana. La caballería cartaginesa, que era el sustento del ataque de Aníbal, quedó derrotada y fue perseguida por los jinetes númidas.
Aníbal había colocado en la primera línea de su infantería un cuerpo de mercenarios, respaldados por dos cuerpos de veteranos de la campaña de Italia; pero éstos, ante el descalabro de la caballería no avanzaron, con lo que los mercenarios se sintieron traicionados y se volvieron contra aquellos. En medio de la confusión consiguiente, retornó al campo de batalla la caballería romana que había perseguido y dispersado a la cartaginesa; con lo cual los cartagineses se vieron totalmente rodeados, pereciendo 20.000 de ellos, la tercera parte de su fuerza, y quedando otros tantos como prisioneros.
Aníbal, montando en su caballo, logró escapar apenas, con un resto de sus soldados, para presentarse todavía ensangrentado ante el Senado cartaginés, dar cuenta de su derrota; y aconsejar que enviaran a Roma una embajada de paz.
La derrota de Zama representó para Cartago la imposición de los términos de paz dictados por Roma. Debió ceder importantes territorios al númida Masinisa; renunciar definitivamente a todos los territorios de España, entregar todos los elefantes de guerra y toda su flota de guerra y mercante a los romanos, comprometerse a no alistar mercenarios y a no ejercer ninguna clase de acción militar sin previo permiso de Roma. Además, Cartago se obligó a pagar a Roma una indemnización de guerra de 10.000 talentos de oro, entregando 200 por año durante medio siglo.
En tales condiciones la Cartago de origen fenicio, que había sido la mayor y más rica potencia comercial y naval del Mediterráneo, desaparecía como tal, y quedaba convertida en vasallo de Roma; que así surgía como la nueva gran potencia militar y mercantil, de origen latino.
Inicialmente Aníbal permaneció en Cartago, donde se convirtió en jefe de un partido que intentaba establecer un nuevo orden político en la ciudad; lo que suscitó la oposición de los senadores y comerciantes a quienes se acusaba de la derrota, que de tal modo denunciaron en Roma que Aníbal estaba preparando una revancha militar. A pesar de que Escipión intentó disuadir al Senado romano de que Aníbal fuera detenido y seguramente muerto, éste debió huir de Cartago. Llegó hasta el cercano puerto de Tapso desde el cual embarcó para el reino de Antioquía (en Siria), cuyo Rey Antíoco III lo recibió como asesor militar en su lucha contra Roma. Cuando Antíoco fue derrotado, Aníbal pudo huir hacia Creta y luego al reino de Bitinia.
Un balance de los factores que condujeron al triunfo de Roma sobre Cartago al final de la segunda guerra púnica, implica tomar en cuenta:
La ventaja estratégica que representó para Roma el dominio de Sicilia, Córcega y Cerdeña, que junto con su nuevo poderío naval impidió a Cartago atacar Italia desde el mar.
La posibilidad que tuvo Roma de asumir durante casi toda la campaña italiana de los cartagineses una actitud defensiva; resguardada por la fidelidad que en general mantuvieron las poblaciones latinas, sin que los breves alzamientos de los galos y algunos pueblos itálicos afectaran la unidad fundamental del poder romano.
El sistema de reclutamiento militar romano, fundado en el servicio militar ciudadano y obligatorio que  aunque los ejércitos cartagineses eran más profesionales y más eficientes desde el punto de vista militar y estaban dirigidos por brillantes estrategas  si bien por tal motivo lograron resonantes triunfos iniciales, a la larga, aislados de sus bases y superados por los permanentes refuerzos de que disponían los romanos, se vieron inexorablemente superados.
El impulso bélico de los cartagineses estaba fundado en el enorme poder espiritual de los Barca  especialmente Aníbal, al que se había inculcado un odio total hacia Roma  pero en Roma existía un sistema institucional que suministraba a su esfuerzo bélico un sustento mucho más fuerte en la sociedad romana, que pudo considerarse ilegítimamente agredida por Cartago.

Dominio romano del Mediterráneo (200 - 146 a.C.)
La victoria de Escipión ante Cartago, tuvo en Roma una enorme repercusión; y en cierto modo inauguró el proceso por el cual un gran general victorioso se convirtió en un personaje político de primera línea. Llamado honoríficamente a partir de entonces como “el Africano”, Escipión recibió en Roma toda clase de honores y aclamaciones.
Por otra parte, el final de la segunda guerra púnica marcaría el comienzo de una política expansiva de Roma, que en breve lapso la conduciría a ser la potencia indiscutiblemente dominante en todo el mar Mediterráneo.
En el lapso de las 5 décadas siguientes, entre el 200 y el 146 a.C., Roma emprendió una política de expansión en toda la cuenca del Mediterráneo; sometiendo sucesivamente a los tres reinos que habían sucedido al Imperio Macedónico de Alejandro Magno, en Macedonia, Siria y Egipto.
Esa política tuvo caracteres particulares. Indudablemente, el Senado deseaba obtener para Roma una total seguridad territorial; que impidiera la repetición de situaciones como la creada por la invasión cartaginesa. Pero, por otra parte, existían factores que hacían no deseable la expansión territorial bajo el gobierno directo de Roma, y la consiguiente obligación que ello representaría de asegurar ese dominio mediante la fuerza militar.
El potencial militar de las legiones romanas era sin duda superior al de cualquier otra fuerza en su época; pero para su reclutamiento Roma dependía excesivamente de sus aliados itálicos. Solamente la mitad de las tropas legionarias estaba formada por ciudadanos romanos, para los cuales el servicio militar no era una profesión sino una obligación patriótica; pero aún éstos presentaban importantes problemas de disciplina cuando las legiones debían permanecer por largos períodos en territorios alejados de sus tierras. La oficialidad al mando de las legiones debía provenir del patriciado; pero la nobleza no contaba con una cantidad de integrantes que le permitiera proveer todos los funcionarios civiles y militares necesarios para sostener y dirigir ejércitos muy numerosos. En esta época, los ciudadanos romanos eran solamente alrededor de 250.000.
Por lo tanto, la política seguida por el Senado fue destruir a todo poder que pudiera significar una amenaza para Roma, pero utilizar para ello la fuerza militar sólo cuando fuera indispensable; intentando previamente constituir alianzas y en general reconocer autonomía a estados y ciudades bajo condiciones que les impidieran adquirir poder militar, celebrar alianzas entre sí, o involucrarse en guerras contra Roma.
Esta estrategia se convirtió en un modelo de acción política, históricamente conocido como “dividir para reinar”: divide et impera. Sin embargo, a largo plazo Roma no tuvo otra solución que incorporar al Imperio los territorios sometidos.

Hacia el final de la segunda guerra púnica se habían operado importantes cambios en los equilibrios de poder en el Mediterráneo oriental y en el Cercano Oriente.
En 204 a.C., al morir el faraón egipcio Ptolomeo V, el poderío egipcio en Oriente se encontró totalmente debilitado. Los reyes de Macedonia, Filipo V, y de Siria, Antíoco III, invadieron de común acuerdo las posesiones egipcias en Palestina y Grecia. Antiguas colonias griegas, como Rodas, Chíos, y Bizancio, intentaron defenderse por sí, ante la inoperancia de la monarquía egipcia; pero prontamente acudieron a pedir el auxilio de Roma.

La guerra y el vasallaje de Macedonia
Durante la segunda guerra púnica, luego de la batalla de Cannas, el rey Filipo V de Macedonia había apoyado a Aníbal, para facilitarle el acceso a las comunicaciones marítimas por el mar Adriático, en la costa este de la península italiana. A su vez, los romanos se apoyaron en los etolios  que ocupaban el territorio de la actual Albania y que recelaban de las intenciones de Filipo V de someterlos  para establecer bases que les permitieran controlar la navegación del Adriático e impedir la llegada de refuerzos cartagineses en socorro de Aníbal.
Al término de la segunda guerra púnica, Roma, enormemente agotada por el tremendo esfuerzo bélico realizado, se enfrentaba todavía revueltas contra su dominio en España y en la Galia Cisalpina. Sin embargo, el Senado romano había tomado conciencia de la vulnerabilidad de Italia luego de albergar un ejército cartaginés invasor durante tres lustros; y recelaba enormemente del poderío y riqueza de Macedonia, regida por Filipo V, que había sido aliado de Aníbal. Además las ciudades del sur de Italia dominadas por Roma en época reciente eran de origen griego, y ya el antecesor de Filipo V, Pirro, había intervenido en las luchas que condujeron a su dominación; por lo que un posible retorno de las ambiciones macedonias sobre el sur de Italia no era de descuidar.
De tal manera, a pesar de que los comicios rechazaron inicialmente la iniciativa de ir a la guerra contra Macedonia, finalmente el Senado logró imponerse; y en el año 200 a.C., se inició la que se designa como segunda guerra de Macedonia; por considerarse primera la librada en tiempos de Aníbal.
Al principio, la guerra se desenvolvió sin combates de importancia; por cuanto los romanos intentaban principalmente formar alianzas contra Filipo V, con las poblaciones greco-macedonias. Los romanos desembarcaron en Iliria un ejército al mando del cónsul Publio Sulpicio Galba, pero se mantuvieron a la expectativa; mientras Filipo V atacaba a las tropas que defendían la ciudad de Atenas. Transcurrido un año, las fuerzas romanas optaron por invadir Macedonia, al tiempo de su flota, unida a flotas de las ciudades de Rodas y Atalo, atacaba costas e islas bajo dominio macedonio. Sucedido Publio Sulpicio por el cónsul Vilio, éste pretendió emprender acciones más decisivas en Tesalia; pero se encontró con firme resistencia macedonia, lo que condujo a una situación de estancamiento militar, con ambos ejércitos enfrentados sin decidirse a combatir.
Fue finalmente el sucesor de Vilio, el cónsul Flaminio, el que realizó movimientos tendientes a envolver a las fuerzas macedonias, lo que determinó a Filipo V a retirarse de Tesalia hacia Macedonia. Flaminio se dedicó a atacar Corinto, con el apoyo de los aqueos; pero ante la impaciencia que cundía en Roma por la lentitud de la guerra, decidió invadir Macedonia, lo que obligó a Filipo V a presentarle batalla. El combate tuvo lugar en la llanura de Cinocésfalos (cabezas de perro), en el 197 a.C.; y se saldó con el triunfo romano.
Roma aceptó la continuidad del reino macedonio a pesar de las pretensiones de las ciudades griegas aliadas de destruirlo; porque era una barrera defensiva contra las tribus bárbaras del norte de Grecia. Pero Filipo V debió renunciar a las posesiones de Grecia, Tracia y Asia Menor, y a las islas del mar Egeo, pagar tributo a Roma por diez años, y reducir su ejército a no más de 5.000 hombres; quedando convertida Macedonia en un estado vasallo del Senado romano, sin cuya anuencia no podía emprender ninguna acción de guerra ni celebrar alianza alguna.
Un decreto de Flaminio  difundido en 196 a.C., durante los juegos del Istmo de Corinto en homenaje al dios Poseidón, en la ciudad de Corinto  proclamó la libertad de las ciudades-estado de la Grecia clásica; que de tal modo recuperaban la condición autónoma que habían tenido durante la dorada época de la antigua Grecia.

La guerra y el vasallaje de Siria
Por su parte, Antíoco III que reinaba en Siria como uno de los sucesores de Seleuco — el general de Alejandro Magno que a su muerte se había proclamado rey del Asia Menor — en el año 195 a.C. había dado asilo al cartaginés Aníbal luego de su derrota, cuando huyó de Cartago para eludir ser entregado a los romanos. Siguiendo los consejos de Aníbal, y guiado asimismo por su ambición de conquistar toda el Asia Menor y Egipto, mientras Filipo V se enfrentaba a los romanos, Antíoco III aprovechó para apoderarse de las ciudades griegas de la costa sur de Asia Menor, y también Lisimaquia, en el propio territorio griego de Europa.
Las ciudades acudieron a Roma, invocando el reciente decreto romano que les devolviera su estatuto de autonomía. Roma envió a Escipión “Africanus” en calidad de embajador — quien de esta manera pudo finalmente conocer a su antiguo enemigo Aníbal — con la misión de intimarlo a abstenerse de cualquier acción militar.
Sin embargo, a fines del 192 a.C., Antíoco III inició la invasión de Grecia, contando con el apoyo de los eolios; lo cual obligó a los romanos a enviar sus legiones, que expulsaron de Grecia al ejército Sirio. Luego de una batalla naval en que las flotas aliadas de Roma y Rodas destruyeron en Chíos a la flota siria comandada por Aníbal el cartaginés, los romanos, bajo el mando de Lucio Cornelio Escipión, hermano de Publio “Africanus”, atacaron a Antíoco III en su propio territorio del Asia Menor, y lo derrotaron en la batalla de Magnesia en el 190 a.C.
La victoria romana sobre Antíoco III  que le valió a Lucio Cornelio Escipión el título de “Asiaticus” determinó que fuera sometido a una situación equivalente a la de Filipo V, ya que aunque su reino no fue anexado al Estado romano debió colocarse bajo su vasallaje, especialmente impedido de realizar ninguna acción militar por su propia iniciativa. Las ciudades griegas recuperaron su autonomía; Rodas y el rey de Pérgamo recibieron territorios que los sirios debieron ceder  en recompensa por su colaboración con Roma  Antíoco debió pagar indemnización de 15.000 talentos de oro que Roma conservó como botín de guerra, y renunciar a tener flota naval y elefantes de guerra.

La muerte de Aníbal (183 a.C.)
Entretanto, Aníbal debió huir nuevamente de la corte de Antíoco III, refugiándose finalmente en el vecino reino de Bitinia.
Cuenta el historiador Tito Livio que los romanos exigieron su entrega; ante lo cual, consciente de que sería entregado, se envenenó en el año 183 a.C., diciendo que lo hacía para devolver la tranquilidad a los romanos. En ese mismo año moría en Roma su gran rival militar y posiblemente su admirador, Escipión “Africanus”.

La guerra con Perseo de Macedonia (171 - 168 a.C.)
El trato magnánimo que Roma había dispensado a Filipo V de Macedonia, no produjo los resultados esperados. Durante los veinte años siguientes a la derrota siria, permanentes disturbios políticos requirieron la intervención de las legiones en el Cercano Oriente; lo que determinó el surgimiento de una resistencia al protectorado romano que impulsó el reavivamiento del poder de Filipo V. A pesar de su vasallaje, el rey macedonio se dedicó a fortalecer su dominio en los actuales Balcanes, y a forjar una alianza con las tribus del norte del río Danubio. En el año 179 a.C. fue sucedido por su hijo Perseo, quien recibió un reino rico y fortalecido.
Perseo se casó con la hija del rey de Siria, y cultivó excelentes relaciones con Rodas y con las tribus aqueas de Grecia, convirtiéndose en referente necesario del resentimiento contra Roma. Eso suscitó el recelo del rey de Pérgamo, fiel aliado de los romanos, quien abogó ante el Senado por declarar la guerra contra Macedonia antes de que Perseo pudiera consolidar sus fuerzas.
Nuevamente las legiones romanas invadieron Macedonia, pero sorpresivamente debieron soportar sucesivas derrotas; lo cual causó un verdadero impacto al prestigio romano entre las poblaciones griegas, que, incluso en Rodas, tendieron a inclinarse a favor de los macedonios. Sin embargo, Perseo no supo aprovechar la oportunidad favorable; con lo cual los romanos se rehicieron al mando del nuevo cónsul Paulo Emilio quien derrotó a Perseo en la batalla de Pidna en el año 167 a.C.
Ante el fracaso de su anterior política y frente a la oposición de los senadores encabezados por Catón a una anexión directa de Macedonia, se adoptaron medidas enormemente drásticas. Las familias nobles de Macedonia fueron deportadas a Italia, se cerraron las minas de oro del rey de Macedonia, sus ciudades fueron saqueadas y 150.000 macedonios fueron vendidos como esclavos. Las ciudades griegas que habían flaqueado en su lealtad a Roma fueron severamente castigadas: cientos de aqueos fueron llevados Italia  entre ellos el historiador Polibio  y Rodas, que había intentado una mediación entre Perseo y Roma, fue privada de todas sus colonias y entregada al dominio de Atenas.
Sin embargo, pocos años después, Roma tendría que avenirse finalmente a asumir el dominio directo sobre Macedona y Grecia, justo en momentos en que había vuelto a encontrarse en guerra con Cartago.

Tercera guerra púnica (149 - 146 a.C.) - Delenda Carthago
La paz alcanzada tras la derrota en la segunda guerra púnica, permitió a Cartago recomponer exitosamente sus actividades comerciales. Explotando sus conocimientos y relaciones con los pueblos mediterráneos y sus habilidades para el comercio, los cartagineses lograron reconstruir rápidamente su imperio comercial, proveyendo a las poblaciones costeras del Mediterráneo de la gran producción de vinos y aceites de olivo provenientes de los cultivos en su territorio circundante. Pero esas producciones competían eficaz y directamente con las exportaciones de la campiña latina, lo cual dio lugar al surgimiento en Roma de un fuerte partido contrario a Cartago.
En Roma era influyente senador Catón, quien había ocupado anteriormente la magistratura romana de Censor, cuya función era velar por el mantenimiento de las costumbres tradicionales y lideraba el llamado partido tradicionalista; destacándose por su severidad contra las nuevas modas que los romanos adoptaban siguiendo las culturas de Oriente y de Grecia, a consecuencia de la gran prosperidad económica y del contacto con la superior cultura griega, resultante de las triunfales guerras recientes.
En el Senado, Catón se convirtió en el líder de la prédica contra Cartago; haciéndose famoso porque todas sus intervenciones, sobre cualquier tema que fuera, las finalizaba expresando “Delenda Carthago”, (en latín: “Cartago debe ser destruida”).

La rebelión de los celtíberos en España (154 - 133 a.C.)
La sumisión al dominio romano en la península ibérica, luego de la derrota y expulsión de los cartagineses, no había quedado consolidada. El territorio de España había sido dividido para su gobierno en dos regiones; “citerior” (cercana) sobre la costa del Mediterráneo donde la colonización era más antigua, y “ulterior” (lejana), región poblada por tribus celtíberas y lusitanas, que resistieron el dominio romano.
Los celtíberos desencadenaron un alzamiento generalizado, contra el dominio romano, en el 154 a.C. Los romanos no apreciaron debidamente la gravedad de la situación; hasta que en 153 a.C. las fuerzas enviadas contra los insurrectos fueron reiteradamente derrotadas en las serranías españolas, sufriendo cerca de 10.000 bajas. Esto llevó a que se negociara una transitoria paz con los sublevados; pero en 151, encargado del mando de las fuerzas romanas el cónsul Licinio Lúculo, se desencadenó una violenta campaña contra los pueblos rebeldes, que se prolongaría por varios años debido a los nuevos sucesos producidos en el norte de África.

La destrucción de Cartago (149 - 146 a.C.)
Entretanto, la situación en Cartago se agravaba. Confiado en el respaldo de Roma, y probablemente alentado por ella, Masinisa el rey de Numidia que había obtenido abundantes territorios a expensas de Cartago luego de la derrota de ésta en la segunda guerra púnica  hostigaba abiertamente a Cartago apoderándose reiteradamente de mayores territorios; y cuando el conflicto era sometido al arbitraje romano conforme a los términos del vasallaje cartaginés, siempre recibía un fallo favorable.
Esto creó en Cartago un creciente fortalecimiento del odio contra Roma; hasta que en el año 151 el partido más fuertemente contrario a Roma obtuvo el poder, desterrando a numerosos dignatarios moderados. Éstos se asilaron en Numidia, obteniendo que Masinisa exigiera que fueran repuestos en el gobierno de Cartago; procediendo, Masinisa, ante el desconocimiento de esa exigencia, a invadir el territorio cartaginés.
Otro general de nombre Asdrúbal comandó las fuerzas cartaginesas, que derrotaron totalmente al invasor númida; lo cual proporcionó al partido romano de la guerra contra Cartago la ocasión que aguardaba. La declaración de guerra de Cartago contra Masinisa fue considerada una violación de las condiciones de paz con Roma; y a pesar de que en Cartago fue derrocado el gobierno y Asdrúbal fue enviado a Roma como emisario de paz, en el Senado prevaleció el lema catoniano de destruir definitivamente a Cartago, aunque urgidos por la premura en liquidar la rebelión en España, los romanos procedieron con especial perfidia.
Enviado a Sicilia un poderoso ejército y una flota, al mando de los cónsules Manlio Manino y Lucio Marco Censorino, los cartagineses hicieron un nuevo intento de evitar la guerra, enviando otra embajada de paz a Roma. Entonces, el Senado concedió un mes para que 300 miembros de las familias patricias de Cartago fueran entregados como rehenes al ejército de Sicilia; lo cual fue cumplido, en tanto que los romanos desembarcaban en África en las cercanías de Cartago y ordenaban a los cartagineses que entregaran todas sus armas, lo que también fue acatado.
Publicaron entonces los cónsules romanos la orden del Senado de destruir totalmente Cartago y ser internados todos sus pobladores a más de 20 Kms. de la costa del Mar Mediterráneo; pero ello desató la determinación de los cartagineses de defenderse por todos sus medios. De manera que cuando las legiones llegaron frente a Cartago, se encontraron con una fortaleza que no podrían vencer fácilmente.

La nueva insurrección de Macedonia - Andrisco (149 - 148 a.C.)
Al tiempo que debía enfrentar la rebelión de las tribus ibéricas en España y un nuevo sitio a Cartago, el Senado romano se encontró con una nueva insurrección contra su dominio, en Macedonia; donde un individuo llamado Andrisco se proclamó hijo de Perseo  al parecer falsamente y logró colocarse al frente de todos los pueblos macedonios para sublevarlos contra el dominio romano.
Si bien el ejército romano enviado a Macedonia al mando del pretor Quinto Cecilio Metelo logró imponerse prontamente contra los sublevados; inmediatamente surgió otra insurrección de la Liga Aquea de ciudades griegas, que declaró la guerra a Esparta, que permanecía fiel a Roma.
Ante la gravedad de la situación, que Cartago podría aprovechar aliándose contra Roma con los rebeldes ibéricos y con las ciudades griegas, el Senado acudió a otro de los Escipiones. Escipión Emiliano, hijo de Paulo Emilio “Asiaticus” a la vez que hijo adoptivo de “El Africano” uno de cuyos amigos más cercanos fue el historiador Polibio que fue el relator de las guerras entre romanos y cartagineses  a quien se designó Cónsul a pesar de no haber alcanzado la edad para ejercer dicho cargo; y se le envió a África a tomar el mando del ejército sitiador ad delendam Carthaginem.
Finalmente, los ejércitos romanos lograron derrotar la rebelión en Grecia y Macedonia en el año 147 a.C.; y abandonando la antigua política de vasallaje, Macedonia pasó a ser provincia romana.

Destrucción final de Cartago (146 a.C.)
El sitio y la toma de Cartago por los romanos no fue fácil. Luego de reorganizar sus ejércitos, recién en el año 146 a.C. logró Escipión Emiliano penetrar en la ciudad; en la que debieron luchar casa por casa durante seis días para llegar a la ciudadela en que 50.000 cartagineses estaban atrincherados, aunque finalmente debieron rendirse.
Cartago fue totalmente arrasada. La población sobreviviente, fue dispersada en los territorios interiores; y todo el territorio que había sido cartaginés quedó convertido en la nueva provincia romana de África.
Con la destrucción total y final de Cartago, la antigua civilización semítica originada por los fenicios de Palestina quedaba casi desaparecida del ámbito del Mar Mediterráneo, en que había llegado a florecer y prosperar. Prontamente, ese mar pasaría a ser el gran lago que los romanos designarían como “mare nostrum”; cuando el último vestigio cartaginés en España, la ciudad de Numancia, siguiera el mismo destino de Cartago.

Destrucción de Corinto (146 a.C.)
Concomitante con la toma y destrucción de Cartago, nuevamente estalló la revuelta en Grecia; donde los aqueos, a pesar de la derrota de los macedonios, revivieron en el mismo año 146 a.C. sus alianzas con los pueblos griegos de los beocios, los fócidos y otros, y volvieron a declarar la guerra a Esparta.
Inmediatamente, el ejército romano de Macedonia comandado ahora por el cónsul Lucio Mummio, asistido por la flota aliada del rey Atalo II, derrotó a los aqueos en la batalla de Leucopetra apoderándose de la ciudad de Corinto. Corinto fue totalmente destruida al igual que lo fuera Cartago; y los territorios de las ciudades griegas rebeldes anexados a la nueva provincia romana de Macedonia.

Cerco y destrucción de Numancia (133 a.C.)
La situación en la España ulterior se agravó también en forma contemporánea con la destrucción de Cartago y de Corinto. Las tribus lusitanas se alzaron contra los romanos, lideradas por Viriato; un pastor de ovejas que estaba impulsado por un profundo odio a los romanos, a causa de las matanzas de miles de miembros de sus tribus por parte de los romanos, que había presenciado.
Los romanos lograron finalmente que Viriato fuera asesinado, con lo cual los combates quedaron localizados en la antigua colonia de Numancia, que ofreció tenaz resistencia. El Senado romano comisionó entonces a Escipión Emiliano para que se trasladara desde la destruida Cartago a imponer a Numancia un sitio dirigido a obtener su rendición. Pero los pobladores de la ciudad, viéndose definitivamente derrotados, optaron por incendiarla en el 133 a.C., pereciendo en ella la mayor parte de sus habitantes; y convirtiéndose así el sitio de Numancia en una verdadera epopeya de la historia de la antigüedad.

El Mare nostrum
Transcurrido el primer tercio del siglo II a.C., y cuando la república romana contaba alrededor de medio milenio de existencia, el Mar Mediterráneo  que constituía el centro geográfico de la civilización había pasado a ser un lago romano.
El predominio romano se ejercía prácticamente sobre todos los territorios con costas sobre el Mediterráneo, desde la península ibérica hasta los territorios balcánicos y griegos, el Asia Menor y la costa norte de África, donde estuviera Cartago. Permanecían no sometidos a la condición de provincias otros Estados que formalmente eran independientes, pero que no solamente no pesaban ante el poderío romano, sino que prontamente irían a ser efectivamente conquistados, como Pérgamo (obsequiado a Roma por el Rey Atalo en su testamento), Egipto, la Galia trasalpina (actual Francia), el Ponto, Siria y Judea; aun cuando en muchos de esos territorios se prolongaron guerras sucesivas.
La posición dominante que habían ocupado a lo largo de la historia Atenas, Corinto y finalmente Cartago, fue asumida por Roma; de modo que en toda la extensión del Mediterráneo el tráfico comercial fue realizado por los navíos romanos, y comerciantes de origen romano se establecieron por miles en todas las ciudades importantes de sus costas.
El estatuto jurídico exclusivo de los ciudadanos romanos, el Derecho Romano, que les permitía celebrar los contratos del commercium, les otorgaba un importante privilegio frente a los no ciudadanos; quienes se veían excluidos de esas actividades. Las riquezas acumuladas en Roma como resultado de los tributos impuestos a los territorios sometidos, de las indemnizaciones de guerra y de los tesoros saqueados, proveyeron abundantes capitales que los ciudadanos romanos podían recibir en préstamo pagando bajos intereses, para emprender sus negocios, entre los cuales el tráfico de esclavos ocupaba lugar prominente, o prestándolo a su vez en los territorios dominados a interés muy superior.
De tal manera, el auge de la actividad comercial y del trasporte marítimo, generó necesariamente el surgimiento de actividades típicamente bancarias y financieras; que operaban en locales situados en las proximidades del Foro romano, que de tal modo quedó convertido en la verdadera “City” de la antigüedad.
Las necesidades del commercium llevaron a que la vieja moneda romana, el as que databa del siglo IV a.C., y consistía en una chapa de cobre con la imagen grabada del dios Jano, se tornara insuficiente tanto como medio de intercambio como a los efectos de la conservación del valor. De tal manera, ya desde fines del siglo III a.C. comenzaron a acuñarse en Roma monedas de plata, que consistieron en el sestercio que valía dos ases y medio, el quinario que valía cinco ases, y el denario que valía diez y que terminó siendo la palabra empleada para referirse a todo signo monetario, de donde proviene la palabra “dinero”. Más adelante, la necesidad de contar con medios más importantes para los intercambios llevó a utilizar el oro, metal con el cual se acuñaron monedas desde la época de Julio César.

El desarrollo cultural
Las campañas militares romanas llevaron a grandes cantidades de romanos y de latinos a conocer las costumbres y las condiciones de vida de pueblos que, en muchos casos, tenían una antigüedad de civilización muy superior, y habían evolucionado en mucho mayor grado en diversos aspectos culturales.
Inevitablemente, ello desarrolló en ellos la apreciación de esas superiores condiciones culturales; lo cual se vió potenciado por la llegada a Roma, en calidad de esclavos, de muchos personajes dotados de importantes capacidades culturales y artísticas; que no fueron utilizados para cumplir tareas serviles sino que rápidamente se convirtieron en preceptores y educadores de los niños y jóvenes de las familias económicamente más pudientes, llamados a ser en pocas décadas los dirigentes de la política, el comercio, las artes, y otras áreas determinantes de la actividad en la sociedad romana.
La expansión de la riqueza entre los ciudadanos romanos, muchos de ellos recientemente enriquecidos a través de los negocios vinculados a las actividades bélicas  como el aprovisionamiento de los ejércitos o la apropiación de las tierras públicas conquistadas y de sus pobladores reducidos a la esclavitud  o las surgentes actividades financieras, de navegación o comercio, otorgó un gran impulso a la economía. Se desarrollaron grandes actividades de construcción, no solamente de grandes edificios y obras públicas, sino también de grandes y medianas residencias privadas.
Roma y otras ciudades italianas en que residían numerosas familias pudientes, se convirtió en una ciudad dotada de grandes distritos residenciales, en los que las casas estaban finamente construidas en materiales altamente sólidos y duraderos, rodeadas de hermosos jardines en que predominaron los célebres pinos de Roma, dotadas a menudo de sistemas de distribución de agua que permitía incorporar numerosas fuentes.
Los numerosos romanos adinerados pudieron entonces asimilar la fastuosidad y el lujo que habían podido conocer en los países de origen griego, donde a menudo existían reyes que vivían en lujosos palacios rodeados de una amplia corte de nobles, utilizando vestidos y joyas sumamente ostentosas, y consumiendo alimentos de origen exótico preparados en formas sumamente refinadas, empleando especias, condimentos y vinos provenientes de distantes países.
El gusto por el lujo y el refinamiento originario especialmente el Cercano Oriente y el Egipto, introdujo en las costumbres romanas el uso de los cosméticos y los perfumes por parte de las mujeres romanas; así como un tipo de actividad social igualmente ostentosa, en que las grandes fiestas a menudo de rasgos orgiásticos, y los aparatosos desfiles cumplieron la función simbólica de exteriorizar la riqueza y el poderío de sus anfitriones y organizadores u homenajeados.

A pesar de que desde el punto de vista cultural Roma había surgido imbuida de una importante influencia etrusca y también de las ciudades de la Magna Grecia situadas en Italia y Sicilia, la intensificación de los vínculos con la civilización helenística del Cercano Oriente produjo un gran empuje de la penetración de la cultura griega entre los romanos; dando origen a lo que se designa como civilización greco-romana.
Los esclavos de origen griego dotados de superior nivel cultural, desempeñaron entre las familias dirigentes romanas actividades no solamente de preceptores de sus hijos, sino de auxiliares y aún consejeros en las actividades comerciales o políticas de sus amos; llegando incluso a ejercer actividades profesionales, como la de la aplicación de los conocimientos médicos de la época.
Los “gréculos” como despectivamente se designaba a los griegos cultos que cumplían esas funciones, fueron los primeros en enseñar a los romanos la filosofía, la retórica y la gramática. Los más influyentes romanos los patrocinaban, y reunían en sus casas estatuas y libros, provenientes del saqueo de las ciudades griegas. Emilio Paulo, el Cónsul que había derrotado a Perseo de Macedonia hizo educar a sus hijos mediante la biblioteca que le había capturado; el menor de sus hijos fue adoptado por Publio Cornelio Escipión, hijo de El Africano, y con el nombre de Publio Cornelio Escipión Emiliano comandó la destrucción final de Cartago.
Se dice que Escipión Emiliano, educado en el helenismo, sugirió a filósofo estoico Panecio el libro “De los deberes” que se convirtió en el principal texto de estudio de la juventud patricia de Roma.
Se produjo una rápida asimilación, a nivel religioso, de las deidades tradicionales romanas con sus equivalentes griegas; generándose nuevas prácticas del culto de características afines a las griegas, especialmente en aquellos aspectos esotéricos o misteriosos.
Componentes culturales casi desconocidos o poco desarrollados por la tradición romana, pero muy cultivados por los griegos, como la literatura, el drama, la escultura, fueron adoptados o adquirieron nuevos impulsos; al tiempo que las disciplinas humanísticas en que los griegos se habían destacado, como la especulación filosófica, la retórica y el refinamiento oratorio, se incorporaron prontamente entre los círculos mejor educados de la sociedad romana.
Entre ellos, se desarrolló el teatro, que rivalizó con las luchas de gladiadores como entretenimiento. Livio Andrónico, natural de Tarento donde fue hecho prisionero de guerra, representó en la escena la Odisea, en el año 240 a.C. A partir de allí los actores tuvieron su lugar en la sociedad romana, organizando los juegos escénicos en los principales festejos públicos de Roma.
El teatro romano se desarrolló directamente como una copia del teatro griego. Uno de sus primeros autores principales fue Quinto Ennio, que habiendo estudiado en la griega Tarento emulaba las obras de Eurípides. Pero el más célebre autor teatral romano fue Tito Maccio Plauto, nacido en el 254 a.C. y fallecido en el 184 a.C.; que se dedicó a escribir obras satíricas en que se burló de los hechos corrientes y las costumbres de los romanos, incluso sus dioses. Terencio, esclavo cartaginés liberado por su amo en virtud de su talento, fue otro autor de famosas obras del teatro romano.

Estas transformaciones culturales, y sus repercusiones en otros órdenes de la vida de la sociedad y las instituciones romanas, no se llevaron a cabo sin oposición. La ostensibilidad de las nuevas costumbres, la exhibición del lujo y de conductas exageradas en la vida de relación, suscitaron en muchos círculos de la sociedad romana una importante resistencia; surgiendo un movimiento defensor de los valores y costumbres tradicionales, que sustentó que esas innovaciones terminarían por minar lo esencial de la cualidad del pueblo romano, y destruir las virtudes en base a las cuales Roma se había engrandecido.
La acelerada rapidez con que el contacto con los componentes culturales de origen griego se implantó especialmente entre las nuevas generaciones, facilitó que los ciudadanos más maduros desarrollaran una oposición a tales cambios. El lujo y sobre todo su ostentación, así como el desarrollo por la vida cómoda y placentera, impulsaron a que se señalaran como superiores los valores de austeridad, dedicación heroica al servicio patriótico, y el respeto por las tradiciones.
Entre las instituciones romanas existía de antiguo un magistrado, el Censor, cuya función esencial consistía en velar por la conservación de las estructuras tradicionales de la sociedad y del Estado; de manera que encajaba perfectamente en la situación suscitada por la renovación de costumbres y actitudes culturales que se intensificó en gran medida entre la segunda y la tercera guerra púnica, cuando Roma ya había alcanzado un lugar de preeminencia en el mundo civilizado.
Marco Porcio Catón, que había ocupado la magistratura de Censor y tuvo una extensa carrera política en la Roma de principios del Siglo II a.C., se constituyó en el líder del partido tradicionalista; destacándose por sus numerosas iniciativas para gravar con fuertes impuestos los artículos de lujo. Los publicanos, que eran concesionarios de la recaudación de impuestos en las provincias, y que frecuentemente hacían grandes abusos sobre sus poblaciones, fueron uno de sus objetivos preferidos.

Las guerras púnicas tuvieron consecuencias importantes en la estructura institucional de la República Romana.
Desde la aprobación de la lex Hortensia en el año 287 a.C., los comicios curiales fueron siendo Sustituídos en la práctica por los comicios tribales a los que aquella les asignó la potestad de dictar las leyes, que al ser aplicables tanto a patricios como a plebeyos significaron incorporar a estos últimos a la ciudadanía y los habilitaron a ejercer sus actividades civiles bajo el Derecho Romano. De hecho, en el siglo II a.C. los antiguos comicios curiales habían dejado de ser convocados; en tanto que los comicios centuriados que se reunían en el Campo de Marte y en que los ciudadanos se clasificaban por su patrimonio  tenían una influencia reducida a reunirse solamente para designar los magistrados, mientras las leyes eran dictadas por los comicios tribales que se reunían en el Foro.
De todos modos, el principal órgano de gobierno de la República Romana siguió siendo el Senado, que se componía de alrededor de 300 senadores que por lo general habían desempeñado antes las más importantes magistraturas, y que por ser vitalicios en algunos casos llegaban a ejercer predominante influencia.
En la realidad en el Senado era donde se analizaban y discutían todos los grandes asuntos del Estado, y donde se tomaban las decisiones que pautaron el desenvolvimiento histórico de la República. Si bien eran los comicios los que debían aprobar la guerra o la paz, la influencia del Senado al respecto casi siempre fue decisiva. Además, el Senado intervenía en todos los asuntos importantes del Estado, dirigiendo la política militar y en las relaciones diplomáticas, aprobaba los Tratados, regulaba los recursos presupuestales, fijaba los impuestos, determinaba la creación de Provincias y sus límites, designaba sus gobernadores y les daba instrucciones para el ejercicio de su función; y en definitiva, todos los magistrados y funcionarios debían responder ante el Senado de su actuación.
Formalmente, el Senado era un cuerpo consultivo, atribución que se fundaba en la experiencia atribuida a los senadores por su anterior actividad como magistrados; y en consecuencia, no podía dictar leyes, y sus decisiones eran llamadas senatus consultus. Pero aunque no tenían fuerza de ley ni de decisiones ejecutivas, en los hechos todos los magistrados cuyas decisiones debían ser previamente consultadas al Senado, acataban su pronunciamiento.
El Senado se reunía en el edificio de la Curia Romana; que actualmente existe en pie en la zona arqueológica del Foro de Roma y cuyas puertas de bronce se dice están en la iglesia catedral de Roma. Aunque solamente los senadores podían ingresar a las sesiones, las puertas de la Curia permanecían abiertas permitiendo a los ciudadanos seguirlas desde fuera del edificio.
El Cónsul o el Pretor presidían las sesiones, otorgando la palabra a cada senador en el orden resultante de la precedencia de la magistratura que habían desempeñado; de modo que emitía su opinión a favor o en contra de la pregunta formulada, y luego se ubicaba a derecha o izquierda, según que estuviera a favor o en contra.
Tradicionalmente, el Senado era simbolizado con una insignia consistente en una corona de laurel, presidida por las letras con que se anunciaban sus decisiones, S.P.Q.R., Senatus Populus Que Romanus: El Senado y el pueblo romano.

Hacia el final de las guerras púnicas, existía un conjunto de magistrados, todos los cuales eran elegidos por los comicios y desempeñaban sus cargos por un año; aunque paulatinamente, sobre todo a impulsos de las urgencias de la guerra, poco a poco fue prorrogándose el mandato de algunos de ellos, hasta que finalmente llegó a admitirse su carácter vitalicio.
Los magistrados políticamente más importantes eran los Cónsules, que de tiempo antiguo eran dos, y que ejercían las atribuciones de gobierno y especialmente tomaban el mando de los ejércitos.
Paulatinamente fue estableciéndose una suerte de carrera política  que los romanos llamaron “carrera de los honores”  que marcaba la secuencia de magistraturas que una persona solía desempeñar, y al mismo tiempo estableció una especie de precedencia entre ellas:
El cuestor  era un magistrado de rango municipal y ejecutivo, que era considerada la magistratura de mayor jerarquía;
Los ediles curules  integraban una especie de asamblea municipal;
Los pretores  eran una especie de jerarcas policiales a la vez que órganos judiciales, que tenían por función resolver los conflictos entre los ciudadanos, por lo cual tuvieron una gran influencia en la construcción del Derecho Romano en cuanto sus fallos solían adquirir carácter de normativa permanente. Ello fue así no solamente en cuanto a las leyes civiles, sino también en el aspecto procesal, por cuanto otorgaban las “actio” o acciones, habilitando qué tipo de cuestiones podrían serles sometidas;
Los cónsules  que ejercían las funciones de administración y gobierno a nivel político y militar, y que por lo tanto investían el poder del Estado con funciones ejecutivas, aunque ello se veía limitado por su corta duración y su dependencia política del Senado;
Los censores  cuya principal importancia consistía en que designaban a los senadores cuando se producía una vacante, eligiendo entre los ciudadanos considerados más ilustres y más respetables por su capacidad para integrarlo. Eran en cierto modo los depositarios de las tradiciones romanas, y encargados de preservar por todos los medios las virtudes y valores que representaban el poderío de Roma; entre ello, les competía vigilar el mantenimiento de esos valores a través de las costumbres de la sociedad.;
Los tribunos  eran designados como una especie de voceros ante los comicios, siendo su principal función e importancia la de tener la iniciativa de proponer leyes, así como podían convocar los comicios; lo que los constituyó en un factor fundamental en la evolución política de la República Romana, especialmente a partir del primer tercio del Siglo II A.C.

Desde el punto de vista político, quien verdaderamente gobernaba en Roma era el Senado. En los hechos, todos los magistrados dependían del Senado, en cuanto éste podía impartirles directivas, otorgarle o negarle los medios para ejercer sus funciones exitosamente, y habilitarlos en definitiva para integrarse al mismo Senado para culminar su carrera política.
El Senado o los magistrados que respondían a sus directivas, dominaban en gran medida a los comicios; porque éstos solamente podían reunirse si eran convocados por los cónsules, los pretores y los tribunos; y cuando se reunían, solamente podían tratar los asuntos y proyectos que se les sometían, para aprobarlos o rechazarlos. Los magistrados, por otra parte, difícilmente proponían a los comicios ningún tema o ningún proyecto que previamente no hubiera contado con la aprobación del Senado.
Hasta el final de las guerras púnicas, ese predominio del Senado en la dirección de los asuntos del Estado romano tuvo como consecuencia una gran unidad y coherencia en sus decisiones; que fue factor fundamental para que Roma llegara a alcanzar la posición dominante, primero en Italia y luego en todo el ámbito del Mediterráneo.
Al mismo tiempo, mientras Roma cumplió un proceso histórico de continuada expansión, los resultados de sus conquistas le permitieron disponer de medios para resolver las tensiones internas; especialmente mediante el reparto de las ager publicus, las tierras públicas en que eran convertidos los territorios conquistados y la utilización de sus anteriores ocupantes como esclavos, lo cual tuvo especial aplicación en la conquista de la Galia cisalpina.
Sin embargo, la prolongación y expansión de las guerras de conquista, y especialmente la necesidad de aumentar el tamaño y el número de sus ejércitos, tuvo una importante consecuencia política y a la larga institucional, que terminó alterando la fisonomía misma del Estado romano.
El núcleo dirigente de la sociedad romana, conformado por el patriciado proveniente de las originales familias gentilicias y distinguido de la plebe, se encontró modificado a través del proceso cumplido durante la etapa de la conquista de Italia; durante el cual surgieron numerosos plebeyos poseedores de importante respaldo patrimonial.
La incorporación de los nuevos plebeyos económicamente poderosos a la ciudadanía romana, permitiéndoles tanto ingresar a las magistraturas del Estado como a la calidad de sujetos del Derecho Romano entre lo cual la posibilidad de contraer matrimonio legal y tener derechos de sucesión patrimonial entre sí y con los patricios originó el surgimiento de un agrupamiento ampliado de habilitados a influir en la conducción de los asuntos del Estado, que fue designada como la nobilitas o nobleza.
Formalmente, todos los ciudadanos romanos podían aspirar a desempeñar las magistraturas del Estado; pero éstas eran honorarias, por lo cual solamente quienes tuvieran otros medios propios de sustentarse, podían en los hechos asumirlas. Además de lo cual, en la sociedad romana eran los integrantes de la nobleza los que gozaban de prestigio y consideración general sobre todo en base a su tradición familiar, como para ser nombrados para ocupar esas magistraturas. Era ocasional que algún individuo reuniera méritos personales propios como para llegar a ocupar las magistraturas públicas como lo hizo Marco Porcio Catón  y entonces se le conocía públicamente como un “hombre nuevo”, que pasaba a incorporarse a la nobleza.
El proceso de las guerras púnicas y su resultante colocación de Roma en la calidad de gran potencia mediterránea, fue cumplido en buena medida no por iniciativa sino con renuencia por un Estado romano que, especialmente a consecuencia de la invasión cartaginesa de la península italiana, debió asumir esas guerras como expresión de su propia defensa. Lo cual explica, en cierta medida, que en principio Roma se haya limitado a conjurar los peligros provenientes de sus enemigos; y solamente haya asumido la estrategia de destruir a Cartago, como último recurso.
Entre las razones determinantes de esa actitud estratégica romana, se cuenta el sistema de reclutamiento de sus ejércitos, compuestos por legiones integradas por ciudadanos que eran principalmente agricultores, propietarios de fundos rurales, que debían dejar de atender sus cultivos en el supuesto de que ello era por poco tiempo. Estos mismos ciudadanos eran los que integraban los comicios; y en consecuencia se conducían en ellos cada vez menos en consideración a los sentimientos patrióticos y a los grandes intereses del Estado, y cada vez más atendiendo a sus propias situaciones e intereses personales.
Estos soldados ciudadanos y pequeños propietarios rurales formaron las legiones que combatieron en Galia, lucharon contra los cartagineses en Italia y en África, y terminaron imponiendo el dominio romano en España, en Macedonia, en Grecia y el Asia Menor. Las enormes pérdidas de vidas que ocasionaron esas guerras entre los ciudadanos romanos son difícilmente contabilizables; pero las crónicas de la época estiman que alrededor del 40% de los ciudadanos romanos murieron en ellas.
El servicio en las legiones durante extensas campañas sucesivas  considerando que las actividades militares debían tener lugar en épocas de buen tiempo, que eran las mismas apropiadas para la realización de cultivos y cosechas  y también en lugares cada vez más distantes para retornar de los cuales eran necesarios prolongados viajes por mar, determinó que necesariamente los legionarios debieran abandonar sus predios rurales a veces por dos o tres lustros; y aunque en algunos casos pudieran obtener importantes botines de guerra, con más frecuencia resultaban empobrecidos y habían perdido su arraigo para el trabajo de la tierra, y también sus mejores años para llevarlo a cabo, encontrándose físicamente envejecidos y agotados.
Cierto número de ciudadanos campesinos, que habían debido descuidar sus propiedades por tales motivos, debieron contraer importantes deudas que luego se encontraron imposibilitados de cancelar. Por otra parte, la abundancia de esclavos provenientes de los pueblos conquistados, suministró una fuente de mano de obra; pues fueron cientos de miles los esclavos traídos de las conquistas en Macedonia y el Cercano Oriente.
Aunque cierto número de esclavos, especialmente los provenientes de las ciudades griegas, poseían conocimientos adecuados para emplearlos en actividades mercantiles y administrativas; la mayor parte sólo eran capaces de realizar un trabajo servil, especialmente en la producción agrícola en los predios de los grandes terratenientes de la nobleza.
El proceso generado por las guerras púnicas y sus consecuentes conquistas territoriales en el Mediterráneo, produjo en Roma un efecto similar al ocurrido durante la conquista de Italia. Surgieron muchos que hicieron fortuna mediante actividades de suministros a los ejércitos, o aprovechando oportunidades de comercio resultantes de la nueva posición de Roma; los cuales, no disponiendo de la ciudadanía y la capacidad jurídica propia de los romanos, se integraron en lo que se llamó el “orden ecuestre”, de los caballeros, compuesto por los no ciudadanos propietarios de una fortuna no menor de 400.000 sestercios.
En consecuencia, la nobleza disponía del estatuto de ciudadanos, que les daba acceso a los cargos y funciones de gobierno y administración del Estado, y tenían generalmente importantes riquezas fundamentalmente de orden inmobiliario; pero en cuanto eran magistrados o senadores no podían particular en actividades de comercio, por lo cual empleaban sus excedentes en adquirir más tierras, especialmente las de los antiguos legionarios arruinados. Los caballeros, entretanto, retenían fundamentalmente las actividades comerciales e industriales, dominaban la navegación comercial y los grandes negocios con las nuevas colonias romanas; y poseían por lo tanto una riqueza de naturaleza principalmente mobiliaria, pero no podían participar directamente en el gobierno del Estado, salvo ejerciendo influencia sobre los nobles a través de diversos vínculos sociales.

El reformismo agrario de los Gracos.
La situación surgida de la evolución económica y social producida por las guerras púnicas, ya hacia mediados del siglo II a.C., culminada la segunda de ellas, tendía a dividir la sociedad romana entre una tendencia tradicionalista, que intentaba frenar el proceso de la evolución económica y social; y otra que podría denominarse modernizadora que tendía a acompañarlo, y se beneficiaba de ese desarrollo.
En cierto modo, Roma había sido conducida a las guerras púnicas llevada involuntariamente por el desenvolvimiento de los hechos históricos. Empujada por la necesidad de defenderse del ataque cartaginés, frente al cual reaccionó mediante una estrategia que le condujo no solamente a destruir al adversario, sino a protegerse de todos los que recelaban de su creciente poderío, atacándolos y sometiéndolos a su vez.
Los enormes beneficios económicos obtenidos a consecuencia de las guerras, originaron en Roma una corriente favorable a la continuidad de las conquistas y al consecuente desarrollo de las actividades comerciales e industriales. Estaba integrada fundamentalmente por los miembros de las familias patricias tradicionales y terratenientes; por los romanos plebeyos enriquecidos en gran medida dedicados a la industria; y por el novel orden ecuestre de los caballeros, que se ocupaban principalmente de las actividades mercantiles especialmente la navegación comercial, el tráfico de esclavos, las concesiones para recaudar los impuestos en los territorios conquistados  otorgadas a los Publicanos y los préstamos a interés.
Impedidos los ciudadanos romanos nobles de ejercer el comercio, a causa del ejercicio de los cargos públicos, extendían sin embargo sus propiedades territoriales; ya fuera por la compra de las tierras de los agricultores italianos arruinados por el servicio militar, como por la concesión legal u ocupación de hecho de los ager publicus decomisados a los pueblos conquistados, en la Galia Cisalpina, en España y en otras legadas provincias, nominalmente administradas desde Roma.
Pero, por otro lado, un importante sector de quienes, especialmente en el Senado, se preocupaban por la suerte del Estado romano, recelaban de los efectos destructivos de sus valores tradicionales; resultantes tanto del contacto con las civilizaciones de origen griego juzgadas decadentes, como de los efectos también destructivos derivados del abandono de los campos por sus ciudadanos dedicados a la actividad agrícola, obligados a prestar el servicio militar en legiones cada vez más grandes y combatiendo en territorios más lejanos.
En el bando tradicionalista, se reunieron los que, sin dejar de pertenecer al patriciado y a la nobleza, o siendo hombres nuevos en ella  como Marco Porcio Catón  consideraban enormemente perjudicial tanto la introducción de las costumbres a su juicio decadentes de la civilización helenística que a su juicio pervertía la educación de las nuevas generaciones, como la desaparición del sustento económico y social del Estado romano antiguo, constituido por los pequeños y medianos campesinos del Lacio y sus alrededores; ya fuera para incorporarse al núcleo de los nuevos ricos o, mucho más frecuentemente para quedar como empobrecidos habitantes marginales de las ciudades, dedicados a vivir como servidores en las industrias y artesanados, o peor aún, como desocupados dependientes de la caridad del Estado.
La prédica de Catón el Censor  cuya inicial condena de las nuevas costumbres resultara entre molesta y graciosa fructificó sin embargo en importantes núcleos de la sociedad romana; hasta que el sector tradicionalista encontró dos importantes líderes en los hermanos Tiberio Sempronio Graco y Cayo Sempronio Graco, nietos de Escipión El Africano, históricamente conocidos como Los Gracos.

El clan de los Escipiones.
Los hechos que pautaron la historia romana colocaron en el centro de la actividad política a la familia patricia de los Escipiones, surgida de la gens Cornelia.
Publio Cornelio Escipión, padre, fue electo Cónsul en el 218 a.C. y combatió en la batalla de Tesino, donde fue herido y salvado por su hijo del mismo nombre.
Cneo Cornelio Escipión, hermano de Publio, fue el general inicialmente enviado a combatir a los cartagineses en España, para evitar que Asdrúbal Barca pudiera acudir a Italia en auxilio de su hermano Aníbal, durante la segunda guerra púnica.
Los dos primeros Escipiones murieron durante las campañas contra los cartagineses de Asdrúbal, en el España; Publio en el año 211 a.C. en Cástulo, y Cneo al año siguiente cerca de Tarragona.
Publio Cornelio Escipión, hijo de Publio y sobrino de Cneo, asumió el mando a la muerte de su padre, y continuó combatiendo a los cartagineses en España hasta vencerlos en el 211 a.C. Luego, nombrado Cónsul en el 205, llevó la guerra hasta la misma Cartago, derrotando a Aníbal en la batalla de Zama en el 202; con lo que recibió el título honorífico de El Africano.
Lucio Cornelio Escipión, hermano de Publio, también comandó las legiones romanas en la guerra contra el rey seléucida Antíoco III, en el 190 a.C., mereciendo por su parte el título de El Asiático.
Cornelia, hija de Publio Cornelio Escipión, fue esposa de Tiberio Sempronio Graco; que siendo Tribuno opuso su veto a la condena de Lucio Cornelio Escipión y luego fue electo Censor en España. El matrimonio tuvo 12 hijos, de los cuales sobrevivieron solamente 3, Tiberio, Cayo y Cornelia. Los varones, Tiberio Sempronio Graco y Cayo Sempronio Graco, nietos de El Africano, también se dedicaron a la política en Roma, siendo ambos Tribunos de la Plebe, Tiberio en el 134 a.C., y Cayo en el 123 a.C.; y ambos murieron violentamente a consecuencia de ello.
Publio Cornelio Escipión Emiliano, que vivió del 185 a 129 a.C., hijo menor del Cónsul Paulo Emilio, ingresó a la gens Cornelia a la muerte de su padre, por adopción de El Africano. Combatió en la batalla de Pidna en 168 a.C.; y fue electo Tribuno militar destacado en España en el 151 a.C. Durante la tercera guerra púnica, fue nombrado Cónsul en el 147 a.C., y comandó la destrucción de Cartago, siendo designado como El Africano Menor. Nuevamente Cónsul en el 134 a.C., se le encargó someter la rebelión de Numancia en España, que finalmente ocupó en el 133 a.C. para constatar que sus habitantes habían preferido suicidarse. Cuando regresó a Roma, fue un prominente dirigente del sector tradicionalista.
Publio Cornelio Escipión Nasica, Cónsul en 138 a.C., se convirtió luego en Senador tradicionalista, oponiéndose tenazmente a los proyectos agrarios de Tiberio Graco; al punto que encabezó el combate en que éste encontró la muerte.


Tiberio Sempronio Graco, se crió junto a su madre viuda, Cornelia hija de Publio Cornelio Escipión “El Africano”. Tuvo como preceptor al filósofo griego Blosio, al que se adjudica gran influencia en su educación.
Cornelia, al contrario de la enorme mayoría de las mujeres romanas, había incursionado en las disciplinas intelectuales; y frecuentemente reunía en su casa un importante grupo de artistas, filósofos e ilustres personalidades políticas, incluso el historiador greco-romano Polibio. En ese “círculo de los Escipiones”, Tiberio escuchaba discutir, por tanto, acerca de los principales asuntos del Estado. Discusiones que repercutían directamente en los ambientes y a menudo en las decisiones del gobierno romano. La situación que allí se exponía, no auguraba un buen futuro para la sociedad y el Estado romano.

En toda Italia, la abundancia de esclavos traficados por decenas de miles desde el centro comercial ubicado en la isla griega de Delos  hacía florecer las industrias, mientras la agricultura del trigo, el olivo y la vid cedía terreno frente a los nuevos latifundios ganaderos. Cientos de esclavos griegos de superior condición intelectual educaban a los jóvenes de las familias económicamente potentadas, y asistían a sus amos en numerosas tareas de administración de sus riquezas, o de política, introduciéndolos en las disciplinas humanísticas y llevándolos a alejarse de las durezas de la vida agraria y militar que había encumbrado a Roma.
El trigo y el aceite de oliva abundaban a bajo precio, provenientes de las provincias de Sicilia, de España o de África donde eran producidos por el trabajo esclavo; lo que arruinaba los cultivos de los pequeños agricultores italianos.
Mientras en España Viriato recomponía sus fuerzas rebeldes tras cada derrota infligida por los ejércitos romanos, en Roma era cada vez más difícil reclutar nuevas legiones. Escipión Emiliano  que al tomar el mando en España encontró que en los campamentos de las legiones sitiadoras de Numancia abundaban esclavos, mercaderes y prostitutas, y los soldados hasta se bañaban  se convirtió en el portavoz de la nobleza senatorial tradicionalista, sustentando que Roma debía recomponer el sector de sus ciudadanos pequeños y medianos propietarios rurales, que tenían muchos hijos y habían provisto las legiones que conquistaron Italia y vencieron a Cartago.
Siguiendo esas ideas, en el año 145 a.C., el Tribuno Licinio Craso y el Pretor Cayo Lelio, propusieron una ley agraria, dirigida a restablecer la pequeña propiedad rural; pero debieron retirarla ante la fuerte oposición surgida en el Senado.
Entretanto, la guerra surgida de la rebelión de los lusitanos que había desatado Viriato en España durante los años 143 y 142 a.C., y que había finalizado con el asesinato de Viriato, volvió a estallar en el 137 ante la rebelión de Numancia, y la derrota del Cónsul Hostilio Mancino al frente de 20.000 legionarios. La guerra de Numancia significaba para los romanos un grave problema; por lo cual se aprobó una nueva ley para permitir que Escipión Emiliano, que ya había sido Cónsul en la conquista de Cartago, pudiera serlo nuevamente en el 134 a.C., para hacerse cargo de la lucha en España donde su cuñado Tiberio Sempronio Graco era Cuestor del ejército  y finalmente conquistara Numancia en el 133 a.C.

Tiberio Graco había participado a los 20 años en la conquista de Cartago, bajo el mando de Escipión Emiliano. Pasó enseguida a España como Cuestor del ejército, donde intervino en forma destacada en las negociaciones diplomáticas que precedieron a la conquista de Numancia, gracias al prestigio que había alcanzado allí su padre, del mismo nombre. A su regreso a Roma, fue electo Tribuno de la Plebe en el año 133 a.C.
En su actuación en África y España, Tiberio Graco había advertido las graves dificultades que enfrentaban los ejércitos romanos para reclutar buenos legionarios; y las condiciones lamentables en que se encontraba la disciplina militar. Consideraba que era imperioso recomponer la pequeña propiedad agraria romana; al tiempo que albergaba un enorme rencor contra la aristocracia senatorial, que había rechazado el Tratado de paz que había celebrado con Numancia en el año 136, comprometiendo su honor.
Desde su cargo de Tribuno de la Plebe, Tiberio Graco propuso nuevamente una ley agraria; por la cual se limitaba la tenencia de tierras públicas a los ciudadanos romanos solteros al equivalente a 125 Has. actuales, que aumentaban a 750 si tenían un hijo y a 1.000 si tenían dos o más. Se ordenaba que se recuperaran las tierras públicas excedentes, así como las ocupadas ilegalmente por los no ciudadanos, originarios del Lacio y otras regiones italianas; aunque se les permitiría participar en el reparto de los sobrantes luego de asignar a los ciudadanos romanos parcelas de alrededor de 7 Has, con prohibición de venderlas y obligación de pagar un impuesto. La distribución de las tierras quedaría a cargo de una comisión de tres personas que cada año serían elegidas por los comicios tribales.
La propuesta de Tiberio Graco desató enormes resistencias, tanto entre los integrantes de la nobleza como entre los latinos prominentes, que habían recibido grandes adjudicaciones de tierras públicas, y que habían realizado grandes inversiones para explotarlas, especialmente en la compra de esclavos.
Cuando Tiberio Graco formuló su propuesta, el otro Tribuno de la Plebe, Marco Octavio Cecina que respondía a los opositores a la ley, opuso su veto. Tiberio Graco acudió entonces al procedimiento existente para la destitución de los magistrados, pero invocó como fundamento para que los comicios cesaran a Octavio Cecina, que no había defendido los intereses de la plebe. Octavio fue así destituido, la ley fue aprobada, y se nombró para ponerla en ejecución a un triunvirato integrado por el propio Tiberio Graco, su hermano Cayo y su suegro Apio Claudio.
Tiberio Graco fue acusado de haber violado la constitución romana por haber promovido la destitución ilegal de Octavio Cecina; por lo cual al cesar en su cargo de Tribuno, le aguardaba ser juzgado. En consecuencia, Tiberio intentó ser reelecto; lo que era una nueva violación constitucional a la cual ni siquiera sus amigos se atrevían. Cuando los comicios se reunieron para tratar la reelección de Tiberio, no tuvo votos suficientes para obtenerla, pero logró postergar la reunión contando con que al día siguiente asistirían muchos campesinos que no habían llegado a Roma a tiempo, porque estaban levantando sus cosechas.
El día siguiente, mientras se reunían los comicios tribales el Senado se reunió a su vez en un templo cercano. Escipión Nasica acusó a Tiberio y sus partidarios de provocar una revolución, por lo que el Senado aprobó un senatus consultus ultimum disponiendo que se impidiera la reunión de los comicios. Escipión Nasica y un grupo de senadores y caballeros, se dirigieron a hacer cumplir el mandato del Senado, dando muerte a Tiberio y a varios cientos de sus seguidores.

No obstante, aunque con dificultades, la ley agraria de Tiberio Graco fue llevándose a la práctica; y como resultado, el registro de ciudadanos romanos se incrementó en alrededor de 80.000 en los siguientes 30 años.
De cualquier manera, la aplicación de la ley agraria suscitaba importantes controversias; especialmente entre los latinos, que desposeídos de las tierras ocupadas luego quedaban relegados por los ciudadanos romanos en el proceso de nuevos repartos. En el año 125 a.C., fue electo Cónsul Marco Fulvio Flaco, quien era partidario de la ley agraria, y para superar esa situación propuso extender los derechos de la ciudadanía romana a todos los latinos e itálicos. Sin embargo, su propuesta despertó la oposición de todos los niveles de ciudadanos romanos, y el Cónsul debió retirarla.
Entretanto Cayo Graco, que había estado presente en la muerte de su hermano Tiberio, y había sido miembro del triunvirato ejecutor de su ley así como Cuestor en Cerdeña, fue elegido Tribuno de la Plebe en el año 123 a.C.
Cayo Graco buscó congraciarse con el orden ecuestre, integrado por los que sin formar parte de la nobleza senatorial, registraban una importante fortuna como publicanos, comerciantes y también terratenientes. Propuso entonces una ley por la cual los caballeros tendrían la posibilidad de integrar los tribunales judiciales que juzgaban los magistrados a los que se acusaba de enriquecerse en forma ilícita. Asimismo, propuso que se adoptara en las nuevas provincias de Asia el sistema de recaudación de impuestos aplicado en Sicilia, que beneficiaba a los publicanos.
Al mismo tiempo, para granjearse el apoyo de la plebe propuso una lex frumentaria por la cual el Estado debía adquirir grandes cantidades de trigo para entregarlo a los desocupados, una lex viaria disponiendo la construcción de caminos y carreteras para darles ocupación, y una lex militaris que excluía del servicio militar a los menores de 16 años, y disponía que el Estado proveyera el equipo de los legionarios; medidas que repetidas posteriormente a lo largo de la historia dan razón al proverbio romano nihil novus sub soli: nada hay nuevo bajo el sol.
Asimismo, Cayo Graco desplegó una intensa actividad para el cumplimiento de esas disposiciones, ocupándose personalmente de que se hicieran los contratos para la construcción de los graneros que albergarían el trigo adquirido por el Estado, y de los caminos y carreteras; lo que le vinculó directamente con numerosos publicanos, e importantes caballeros.
Deseoso de reducir la población excedentaria de Roma, Cayo Graco propuso además la creación de tres nuevas colonias sobre el Mediterráneo, una de ellas sobre la antigua Cartago, ofreciendo a quienes acudieran a ellas el otorgamiento de grandes extensiones de tierras.
El prestigio político que de tal manera alcanzó Cayo Graco fue enorme; al punto de que logró ser reelecto Tribuno en el 122  a pesar de que el mismo intento había costado la vida de su hermano  invocando que la brevedad de los mandatos de los magistrados les impedía cumplir adecuadamente sus proyectos.
Sin embargo, Cayo Graco cometió el error de adoptar la propuesta de Marco Fulvio Flaco de otorgar la ciudadanía a todos los habitantes de Italia; lo que desató la oposición tanto de los senadores como de los caballeros, y de los ciudadanos tanto campesinos como de la plebe urbana. Sus opositores en el Senado, que se habían encontrado impedidos de detener sus proyectos debido a su enorme prestigio, lograron que el otro Tribuno de la Plebe Livio Druso, interpusiera su veto, que fue aclamado en los comicios.
Cayo Graco debió ir a instalar la nueva colonia en Cartago, ausencia que fue aprovechada por Livio Druso para proponer a los comicios varias leyes demagógicas que superaban sus iniciativas. Cuando Cayo retornó a Roma, había perdido buena parte de su anterior prestigio. Se había murmurado en Roma que en la colonia de Nueva Cartago sucedían fenómenos sobrenaturales porque estaba sobre el territorio que había sido maldito en nombre de los dioses; de modo que el Tribuno Minucio Rufo propuso revocar la ley de colonias de Cayo Graco.
Los hechos se repitieron. Cayo Graco concurrió a los comicios reunidos en el Capitolio a defender su ley, acompañado por un grupo de amigos y esclavos armados. Nuevamente Escipión Nasica proclamó en el Senado que se estaba ante un motín revolucionario, y el Senado volvió a aprobar un senatus consultus ultimum. El Cónsul Opimio se dirigió al Capitolio para detener a Cayo Graco, sin que nadie se opusiera a su paso. Cayo Graco debió huir cruzando a nado el río Tíber, y ordenó a un esclavo que le quitara la vida.








[1] Hacia el siglo VIII a.C. comenzaron a llegar los primeros colonos a la península itálica, los fenicios y los griegos. Estos se encontraron  una cultura floreciente en la región Toscana que se denominaban a sí mismos rasna o rasenna; los griegos los llamaron tirrenos o tirsenos y los latinos, etrusci o tusci de donde viene el nombre de la Toscana.
[2] Los vénetos  eran un pueblo antiguo de origen indoeuropeo del mismo grupo de los ilirios (ya incluidos por Heródoto entre ellos). Habitó en el noreste de Italia, en una región que se corresponde con el actual Véneto.
[3] Antiguo pueblo umbro situado en la costa del Adriático: los euganeos se enfrentaron varias veces con los vénetos y los ligures).
[4] Procedentes del valle lombardo de los Alpes centrales, al norte del lago de Iseo.
[5] Los leponcios o lepontios  fueron un antiguo pueblo que ocupaba ciertas regiones de la Recia (en lo que modernamente son Suiza e Italia) en los Alpes durante la época de la conquista romana de ese territorio. Los leponcios han sido descritos de manera diversa, como una tribu celta, ligur, recia y germana.
[6] Tauriscos pueblo celta que habitaba los Alpes Orientales, Norico y Panonia. Plinio el Viejo  afirma que tauriscos eran conocidos anteriormente como noricos.
[7] Pueblo de la antigüedad cuyo núcleo geográfico fue la Toscana (Italia), a la cual dieron su nombre. Eran llamados tyrsenoi, o, tyrrhenoi (Tirrenos), por los griegos; y tusci, o luego etrusci, por los romanos; ellos se denominaban a sí mismos rasenna o rašna (Rasenas).
[8] Pueblo de la antigua Italia prerromana, que habitaban en el sur de Italia y cuyo origen es desconocido. Hablaban el osco.
[9] Habitaban el sudeste francés y el noroeste italiano. Probablemente enraizado en el complejo cultural neolítico del Mediterráneo occidental, no está aún esclarecido si se trata de un pueblo preindoeuropeo o indoeuropeo de una oleada anterior a los celtas y a los latinos.

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